Este miércoles, en el icónico Rose Garden de la Casa Blanca, Donald Trump cumplió una de sus promesas de campaña al imponer tarifas a todas las importaciones que recibe Estados Unidos. Catalogándolo como el “día de la liberación”, impuso un arancel base universal del 10% más aranceles recíprocos a todos los países, en directa relación a su déficit comercial bilateral.
La magnitud es brutal: China será gravado con un 34% (adicional), la Unión Europea, con 20%, y Vietnam con un 46%. ¿Y Chile? Si bien quedamos en la parta baja de la tabla con un 10%, tarde o temprano los efectos negativos se sentirán.
Es difícil entender cómo el Presidente Trump quiere hacer a Estados Unidos Grande Otra Vez (MAGA) con políticas que empobrecerán a las familias norteamericanas, haciéndolas pagar más y dándoles menos opciones de productos y servicios. Bajo este proteccionismo, la industria manufacturera que Trump pretende revivir jamás se beneficiará del sano rigor de la competencia internacional, haciéndola ineficiente e improductiva, tal como ocurrió en Latinoamérica entre 1950 y 1980 bajó las nefastas políticas de sustitución de importaciones (Irwin, 2021). Como dicen por ahí, la historia no se repite, pero rima.
Para Chile, el impacto inmediato aún no es del todo claro, por lo que debemos actuar con prudencia. En lo inmediato, nuestras exportaciones a EE.UU. (con excepción del cobre y de la madera) se encarecerán, pero relativamente menos que la de otros exportadores. El efecto neto está por verse. Si bien algunos sostienen que nuestro país podría hasta beneficiarse en algunos productos, lo cierto es que estas ganancias de equilibrio parcial no alcanzarán a compensar el magro escenario de equilibrio general. Con tarifas y distorsiones de esta magnitud, el comercio global se contraerá y todos perderemos con esto.
La obsesión de Trump de cerrar el déficit comercial con el mundo no tiene sentido. Si Estados Unidos tiene el déficit comercial más grande del mundo es porque su economía invierte más de lo que ahorra. Y para financiar este exceso de inversión, recurre al ahorro externo de inversionistas extranjeros que confían en la economía norteamericana. Este equilibrio no es malo per se, pero en el mundo de Trump y sus asesores lo ven como una pérdida de poder ante los otros países. Un juego de suma cero y no uno donde todos se benefician.
Ahora, toda crisis trae consigo oportunidades. Si bien la influencia económica, política y financiera de Estados Unidos es indudable, su demanda total por importaciones alcanza solo el 15%, por debajo de la Unión Europea (15%) y del bloque de 11 países que conforman el CPTPP, que asciende al 17%. Chile debe seguir afianzado su red de aliados comerciales, como lo ha hecho en las últimas décadas y le ha dado acceso preferencial a casi un 90% del PIB mundial.
Ante este nuevo y oscuro escenario global, me pregunto si los otrora detractores del CPTPP han reflexionado lo suficiente para entender la importancia que tiene para Chile -una economía pequeña y abierta al mundo- el libre comercio. El escenario económico mundial y local es frágil, por lo que no tenemos más espacios para improvisaciones o políticas basadas en consignas de poco peso.
Por el contrario, necesitamos que nuestras autoridades políticas sean cautelosas y evitar las confrontaciones directas con Trump, que tanto placer le generan. En este sentido, referirse a él como una persona que “representa todo lo que rechazo” y que “pretende ser un nuevo emperador”, como lo hizo nuestro mandatario hace unos días, no ayuda mucho. Por el contrario, es tiempo de ponerse a trabajar en serio, y en silencio, para analizar los efectos de estos aranceles sin sentido y delinear una hoja de ruta para navegar las aguas de lo que, probablemente, será un nuevo orden mundial.
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