Uno de los grandes mitos que se ha instalado en la discusión de pensiones es que los sistemas basados en la capitalización del ahorro han fracasado y que, por lo tanto, la solución a las bajas pensiones consiste en volver a esquemas de reparto, bajo la falsa premisa de que estos entregan pensiones más altas.
Lo cierto es que los sistemas de pensiones a nivel mundial se encuentran bajo importantes presiones. El impacto sobre las pensiones del envejecimiento poblacional, las nuevas formas de empleo de la economía “gig” y el incremento de la informalidad laboral preocupan transversalmente a autoridades y expertos de todas las latitudes. Las decisiones involucradas para hacer los ajustes necesarios, además, suelen ser complejas y con altos costos políticos: subir edades de jubilación, aumentar cotizaciones previsionales y en algunos países (principalmente europeos) reducir los montos de pensión.
Ante esta situación, contrario al mito, los sistemas tradicionales basados primordialmente en esquemas de reparto contributivo con beneficios definidos están transitando en forma creciente hacia sistemas multipilares, en los que los programas de administración privada basados en la capitalización del ahorro tienen un rol creciente, con el propósito de complementar las pensiones decrecientes de los sistemas de reparto.
Esta tendencia se puede comprobar con el aumento observado en el número de países del mundo que han incorporado el ahorro individual como parte de sus sistemas previsionales, ya sea como sustituto, en competencia o complementario al sistema de reparto: subió de 19 países hacia fines de los noventa a 51 países en 2023.
Así también lo demuestran las cifras sobre el porcentaje del PIB que representan los ahorros de planes de pensiones de capitalización individual: en 2023 en 12 economías representan más del 50% del PIB (mientras que en 2020 sólo en 9 economías alcanzaba este porcentaje) y en 8 economías corresponden a más del 100% del PIB (mientras que en 2020 sólo había 4 economías con este nivel de ahorro).
La segunda parte de ese mito es que los sistemas de reparto entregan pensiones más altas. Según datos del “2024 Ageing Report” la tasa de reemplazo bruta (es decir, el porcentaje que representa la pensión del ingreso laboral) fue en promedio 43% en 2022 entre los países de la Unión Europea y se proyecta que descenderá a 36% hacia 2070. Chile, incluso sin reforma previsional, ya logra tasas de reemplazo superiores a esas cifras, según distintos estudios incluido uno elaborado por el Ejecutivo.
Los países con sistemas de reparto que prometen tasas de reemplazo más altas -sobre 60%- (Portugal, España e Italia), también tienen tasas de cotización más altas (entre 20-25%) y se requieren entre 30 y 40 años de cotización para alcanzar dicho nivel de pensión. A pesar de ello, sus sistemas mantienen importantes presiones fiscales.
Un segundo mito es que “el reparto” únicamente es contributivo (es decir, financiado con aportes de los trabajadores formales), cuando los sistemas solidarios (como la PGU) son una forma de reparto no contributivo, que permite mejorar las pensiones de quienes más lo necesitan a partir del “reparto” de los impuestos generales que todos pagamos.
La insistencia del gobierno por incorporar de una u otra forma un mecanismo de reparto contributivo en nuestro sistema previsional parece estar también fundamentada en estos dos mitos. Es posible mejorar las pensiones tanto de los actuales (a través de impuestos generales) como de los futuros pensionados (mediante el incremento de la cotización) sin necesidad de fórmulas complejas cuyas consecuencias pueden terminar siendo peores que problema original.
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