De la alternancia binominal a la alternancia plural. Por Pepe Auth

Ex-Ante

Ningún sector político tendrá mayoría parlamentaria y social propia para gobernar. Deberá necesariamente construir esa mayoría después de la elección, articulando a sectores diversos, negociando su programa, estableciendo alianzas que lo trasciendan.


El ejercicio que haremos en este artículo contraría la costumbre, que es de esperar un tiempo prudente para que decanten los acontecimientos pasados antes de periodizarlos. Pero nos ayudará a entender lo que estamos viviendo si aventuramos una caracterización de los tres ciclos políticos que hemos vivido desde la recuperación de la democracia.

La continuidad de 20 años

De manera excepcional en la historia de Chile, la misma coalición se sucedió en el gobierno durante 20 años, cuatro gobiernos consecutivos. Esta excepcionalidad sólo tiene comparación con los tres gobiernos del Frente Popular que se sucedieron durante 14 años entre 1938 a 1952, aunque en rigor sólo se trató de la misma coalición hasta 1948. El Frente Popular partió con Aguirre Cerda el ’38 con el Partido Comunista en un rol protagónico y terminó con González Videla el ’48 con el PC proscrito por la Ley de Defensa de la Democracia, bautizada popularmente como la “ley maldita”.

La mantención de la unidad de la Concertación y sus 4 triunfos electorales consecutivos se explican en buena medida por el temor a la regresión autoritaria y la dificultad de la derecha para recuperar sus credenciales democráticas luego de haber apoyado el Golpe de Estado, sostenido la dictadura, respaldado al general Pinochet, justificado la violación de los derechos humanos y, al final, optado en el plebiscito de 1988 por la prolongación de Pinochet 8 años más en el poder en lugar de abrir paso a elecciones presidenciales democráticas.

Patricio Aylwin fue electo presidente (55,2%) con apenas 8 décimas menos que la votación del NO del año precedente, 4 años más tarde Eduardo Frei fue electo con 58% de los votos, Ricardo Lagos debió ir a una segunda vuelta luego de obtener 48% en la primera vuelta, y lo mismo debió hacer Bachelet después de recibir el 46% de los votos en primera vuelta. Estas elecciones, al igual que las parlamentarias, se explicaban desde el clivaje entre el Sí y el No del plebiscito de octubre del ’88, que aunque se fue debilitando levemente, mantuvo su preponderancia como factor determinante del voto.

No es el tema de este artículo, aunque de todas maneras vale consignar que los 20 años de continuidad concertacionista en el gobierno representan el mejor periodo de desarrollo nacional de la historia bajo prácticamente todos los parámetros económicos, sociales y políticos.

La alternancia binominal de 12 años

La continuidad de la Concertación de Partidos por la Democracia se rompe en la segunda vuelta de 2009, cuando Sebastián Piñera triunfa sobre el expresidente Frei Ruiz-Tagle por 233.392 votos, equivalentes a 3,22 puntos porcentuales (51,61 vs 48,39%). Con la presidencia de Piñera se inicia un periodo en que la alternancia entre los dos bloques políticos principales es la norma. A Piñera le sucedería Bachelet y a ésta el propio expresidente Piñera en su segundo periodo.

El rasgo característico ha sido la casi nula opción de los gobiernos para disputar su continuidad. El aspirante a suceder a Bachelet en 2009, que era Frei Ruiz-Tagle, obtuvo sólo 29,6% de los votos. La candidatura de Evelyn Matthei en 2013, que representaba la continuidad del gobierno de Piñera, obtuvo un magro 25%. Alejandro Guillier, con Bachelet en el gobierno, logró un escuálido 22,7% de los votos.

En este periodo de alternancia binominal, el binominalismo comienza a ceder. Ya en 2009, a la tradicional candidatura testimonial de la izquierda comunista se agrega el fenómeno del entonces diputado socialista Marco Enríquez Ominami, que desgajado de su partido y de la Concertación, sorprende con 20% de los votos en primera vuelta. En 2013 se presentan 9 candidaturas presidenciales, repitiéndose ME-O y asomando la competencia en la derecha con la candidatura independiente de Franco Parisi. En 2017 se rompe la Concertación, la DC lleva su propia candidata (Goic, 5,9%), se repite ME-O (5,7%), aparece una grieta en la derecha con la candidatura de José Antonio Kast (7,9%) y emerge una nueva fuerza política (el Frente Amplio) que con 20,3% de su candidata presidencial irrumpe con 20 escaños en la Cámara de Diputados.

La alternancia plural desde 2021 en adelante

2021 marcará retrospectivamente el inicio del ciclo de alternancia plural. Ya no serán dos los bloques políticos que disputarán el poder alternando en el gobierno en un monótono ritual. Lo que asomaba en el ciclo de alternancia binominal se consolida en este nuevo periodo, en el que se disputarán el control del gobierno cuatro corrientes políticas: centroderecha, centroizquierda, izquierda radical y derecha radical.

El estallido social y el periodo de efervescencia constitucional que le sucedió provocó la consolidación de la izquierda radical y su correlato especular en la derecha, con la emergencia de un radicalismo conservador como respuesta antagónica a la izquierda identitaria y refundacional. Quizás sea el estallido el hito anticipatorio de inicio de este ciclo, porque provoca un movimiento de recuperación del interés en la política, al entusiasmar a los jóvenes con la posibilidad de cambios estructurales vertiginosos y, al mismo tiempo, provocar el despertar de una mayoría silenciosa que hasta entonces daba por sentadas y definitivas cuestiones que el estallido social y sus repercusiones pusieron en duda, como la estabilidad de las instituciones democráticas, el respeto al estado de derecho, la exclusión de la violencia como herramienta política, el crecimiento económico como objetivo compartido y la democracia misma.

El regreso al sistema proporcional parlamentario refuerza el fin del binominalismo que venía produciéndose antes de la reforma electoral, porque permite que lo que venía expresándose en las elecciones presidenciales tenga su correlato en las parlamentarias. Como antaño, cuando había alternancia en el poder, pero no eran sólo dos los sectores políticos que podían aspirar al gobierno. Después del último gobierno radical -ya sin comunistas- vino el de Ibáñez con apoyo socialista, luego el de la derecha con Alessandri, la Democracia Cristiana con Frei Montalva y finalmente la Unidad Popular con Allende.

En 2021 pasaron a segunda vuelta José Antonio Kast y Gabriel Boric, dejando en el camino a la candidatura de la Concertación y de Chile Vamos, respectivamente. Por primera vez desde el establecimiento de la segunda vuelta electoral, el gobierno no logró instalar su candidatura de continuidad en ésta, arribando en cuarto lugar detrás de Kast, Boric y Parisi. Casi todas las encuestas, a sólo 6 meses de la primera vuelta, presagian que perfectamente podría repetirse el hecho inédito de que la candidatura oficialista no logre pasar a segunda vuelta, con la diferencia esta vez de que en ésta se enfrentarían las dos derechas y sería el electorado de izquierda y centroizquierda el llamado a dirimir entre ambas.

La alternancia seguirá siendo la norma en este nuevo ciclo. La obligatoriedad del voto la favorece, pues los votantes que se incorporan a participar con el voto obligatorio no lo hacen desde un marco de referencia ideológico ni desde una posición política fija, sino desde donde les apriete el zapato, y los rasgos comunes mayoritarios de estos electores son la desconfianza en el Estado, la evaluación crítica de la política y de los partidos y la insatisfacción permanente con quienes gobiernan, cualquiera sea su signo político e identificación ideológica.

Lo que puede cambiar es que ya no será obligadamente la alternancia entre la derecha y la izquierda, aunque siempre entre una fuerza que gobierna y la oposición a ésta.

En este ciclo el clivaje del Sí y el No deja definitivamente de ser el principal factor explicativo de las elecciones después de más de tres décadas, un estallido social contra la democracia y dos plebiscitos que rompieron esa alineación (el de entrada al proceso constitucional en 2020 y el de salida en 2022). La verdad es que el eje del Apruebo/Rechazo (38/62%) no parece tener la profundidad y duración para ocupar el lugar de clivaje estructurante y más bien pugnarán distintos ejes ordenadores, produciendo una política menos rígida y resultados electorales menos previsibles.

La derecha ya tiene dos vertientes nítidamente diferenciadas y políticamente separadas. Resta a saber si ocurrirá lo mismo en el campo progresista, si la centroizquierda, como asoma hoy tímidamente, volverá a tomar con independencia el protagonismo desde el orgullo de su trayectoria pasada y propuestas creíbles para encarar los desafíos futuros.

Convengamos que en el futuro, tal como hoy, ningún sector político tendrá mayoría parlamentaria y social propia para gobernar. Deberá necesariamente construir esa mayoría después de la elección, articulando a sectores diversos, negociando su programa, estableciendo alianzas que lo trasciendan. Hasta ahora, esas alianzas se conciben en los respectivos campos políticos, entre ambos componentes de la derecha o entre los dos sectores de la izquierda, pero no puede descartarse que en el futuro próximo las necesidades electorales, los desafíos del país y la polarización hagan necesario y posible alianzas que comprometan a componentes reformistas de ambos sectores políticos.

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