Esta semana el ministro de economía Hernán Caputo de Argentina calificó al Presidente Gabriel Boric como “un comunista que está por hundir el país”, y dijo que la derecha estaba perdiendo la “batalla cultural”, refiriéndose a que el sector conservador ha dejado de empujar por lo que de verdad piensa.
Hay al menos tres elementos llamativos, que hacen de los dichos de Caputo en la Radio Mitre de Argentina, una noticia internacional relevante. El primer elemento tiene que ver con la asociación que hace Caputo de Boric con el Partido Comunista. Es, para algunos un elemento polémico ya que, en rigor, Boric no es comunista porque no milita en el PC, y, por lo mismo, se le acusa al ministro de emplear el término, de forma despectiva, para disminuir al Presidente.
Pero esa, la idea de ver una ofensa en la asociación, es, en el mejor de los casos, una reacción estéril, vacía, que además demuestra un problema mayor.
Partiendo por lo primero, y concediendo que los principales ofendidos son los mismos comunistas (militantes) y demás miembros del gobierno de Boric, es simplemente absurdo que se sientan ofendidos o encuentren fuera de lugar una asociación de Boric con el PC, particularmente porque el PC es el principal partido del gobierno de Boric.
No solo nadie obligó a Boric a poner comunistas en su gabinete, sino que lo hizo voluntariamente y con entusiasmo, incluso antes de llegar al gobierno. Y no solo eso, sino que además les dio un lugar privilegiado y después les fue aumentando su cuota de poder. Hoy, no solo hay más militantes del PC que de cualquier otro partido en el gabinete, sino que han trascendido el aspecto estratégico del gobierno para ocupar cargos en carteras sectoriales, presumiblemente nominados con el objetivo de dejar una huella cultural a largo plazo.
El problema mayor es la paradoja que resulta del orgullo que produce ser nominado a ocupar cargos solo por ser militante del PC, solo para rechazar el título después como si ser comunistas produjera vergüenza. La paradoja sería cómica si no tuviera un efecto real en la dirección de las políticas públicas. Si no se considera el problema de origen, que implica ser nominado solo por cumplir las condiciones de militancia, entonces no se puede ignorar que es un problema no obtener resultados a pesar de haber llegado al poder—lo que no sería sorpresa, pero sí problemático.
Así, no se puede ignorar el hecho de que los logros que ha obtenido el gobierno han sido inversamente proporcionales al porcentaje de ministros del PC en el gabinete. Sin lugar a dudas, el gobierno ha tenido un rendimiento decreciente, logrando todos los años un poco menos que el anterior.
Dicho de otro modo, si el gobierno estuviera obteniendo resultados, no habría reticencia o vergüenza de aceptar el término de comunista con orgullo. Pero, porque implícitamente se entiende que aquello, junto a varias otras cosas, constituye un problema central que a su vez explica el desgaste, el estancamiento, el retroceso y los errores no forzados del gobierno, se opta por rechazar la etiqueta.
Esto trae al segundo elemento relevante: los resultados. En el fondo, lo único importante del comentario de Caputo es la constancia del declive del país. Claro, para algunos puede ser un problema, ya sea por el intervencionismo que implica, o los efectos que puedan resultar a partir de la frontalidad del tono, pero lo cierto es que la observación es correcta. Caputo tiene razón cuando sugiere que el país retrocede.
Por lo que este gobierno hizo cuando fue oposición, y por lo poco y nada que ha hecho para revertirlo mientras ha estado en el poder, el país está peor de lo que ha estado en décadas. En casi todos los frentes está entrando agua. La economía es la más tangible y obvia, en tanto resume con sus cifras la complejidad del cuadro. Pero basta revisar bajo la superficie para ver la magnitud del iceberg, comenzando por el retroceso en los estándares educativos, y siguiendo con el aumento sostenido de los índices de desempleo—incidentalmente, dos carteras a cargo del PC.
Claro, Caputo no lo constata desde la bondad de su corazón, sino que lo utiliza para hacer un contraste político entre el éxito que ha tenido su país siguiendo un modelo de desarrollo de derecha y el declive que ha sufrido Chile por seguir políticas expansivas relacionadas con el estatismo de izquierda. Pero, aunque incomode, lo que dice es cierto.
Finalmente, el tercer elemento llamativo de lo que sostiene Caputo se refiere a la batalla cultural. Aquí hay dos interpretaciones: una, que la izquierda ganó la batalla cultural, y otra, que la derecha la perdió, que son dos cosas parecidas, pero no son lo mismo. Pues, efectivamente, la izquierda ganó la batalla cultural al proponer más evidencia en contra del modelo neoliberal y a favor de la visión progresista durante los dos años antes y después del proceso constituyente, pero desde entonces solo ha acumulado derrotas. A su vez, eso no implica que la derecha esté ganando, lo que evidencia que no se trata de un juego de suma cero, sino de un juego en el que nadie puede ganar.
Por lo mismo, lo que se puede extraer de la constatación de Caputo, es que a la derecha nacional le falta una posición más dura si piensa capitalizar por la derrota providencial de la izquierda en el asunto. Esto, más que un problema, representa una oportunidad para las fuerzas conservadoras de Chile para pensar en cómo abordar la próxima elección, y si van a preferir aproximarse con una visión más pragmática, técnica y enfocada en producir resultados, como lo ha hecho en el pasado, o si van a dar el salto a proponer una narrativa particular relativa al comportamiento social.
En este sentido, Caputo también tiene razón, en tanto la aproximación de la derecha al electorado de cara a la elección presidencial de 2025 se transformará necesariamente en un tema ineludible.
En conclusión, podrá gustar o no la crítica de Caputo, pero no se puede negar que agrega elementos relevantes al debate nacional. Mientras que la falta de resultados tangibles y el desgaste del gobierno de Boric plantean interrogantes sobre la influencia del PC en el gobierno, las declaraciones de Caputo también reflejan un llamado a la derecha chilena a evaluar su estrategia de cara a las elecciones presidenciales, destacando la necesidad de una propuesta clara y efectiva para capitalizar el descontento con el gobierno actual.
Milei-Caputo y la batalla cultural. Por (@rafaelgumucioa). https://t.co/SVtSVhfgDD
— Ex-Ante (@exantecl) December 21, 2024
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