Según el Museo Histórico Nacional, el cruce de la Cordillera que inició el Ejército de los Andes en enero de 1817 fue la mayor operación político-militar efectuada en el marco de las guerras por la Independencia Americana de todo el siglo XIX. El museo está en Buenos Aires. Lea la primera frase de nuevo con acento argentino y quedará puesto el énfasis correcto. Un chileno no lo podría decir mejor.
Porque a los argentinos les gusta dejar claro cuándo las cosas están bien y cuándo son las más grandes o las mejores. Y como no, muchas veces no son exageración alguna. El cruce de Los Andes encabezado por José de San Martín debe ser lo más importante que le ha pasado a nuestro país en su historia. Siete años antes fue bonito decirle a los españoles que acá teníamos nuestra propia Junta de Gobierno pero mucho mejor es haber podido despacharlos de vuelta a su tierra tras Chacabuco y Maipú. Difícil que lo hubiésemos logrado sin el empuje y mando del general trasandino.
Los soldados que cruzaron la cordillera eran unos cuatro mil, la inmensa mayoría argentinos que subsistieron gracias al valdiviano, glorioso plato que en esos años era hecho a base de charqui machacado, grasa, rodajas de cebolla cruda y agua hirviendo. Además de las 4 toneladas de charqui que transportaron llevaban en los lomos de casi 10 mil mulas todo lo necesario para subsistir: galletas de maíz, 113 cargas de vino, aguardiente para disminuir el frío nocturno, ajo y cebolla para combatir el apunamiento, quesos y ron. También arriaron 600 cabezas de ganado para matarlos en el trayecto y comer carne fresca. Necesitaban alimentarse bien porque llevaban a cuestas todo lo necesario para darnos la libertad, incluyendo 22 cañones y sus municiones.
Gracias a ellos durante la próxima semana celebraremos duro y parejo ser libres e independientes. Lo haremos comiendo carne igual como lo hicieron ellos en la montaña hace 207 años. Tal vez deberíamos tomar valdiviano a destajo o viajar a Argentina a saludar y agradecer la tremenda mano que nos tendieron. Podríamos ir en masa y hacer un campamento gigante tipo La Pampilla a las afueras de Mendoza, en el Plumerillo, donde San Martín agrupó a su ejército. Sería un gran acto de agradecimiento y aprovecharíamos de pasear por sus lindas plazas y remar en la laguna del parque San Martín. Podríamos aprender a no rayar nuestras ciudades y a la pasada disfrutar sus parrilladas.
Yo fui hace poco y caminé por sus calles apacibles que tienen mucho de pueblo y una casa muy linda cada cinco. Disfruté con la luz damasco del amanecer y con sus vinos de nombres ingeniosos como el Sapo de Otro Pozo, Mosquita Muerta y El Gordo en Motoneta. También tomé helados y pensé como será la ciudad cuando florezcan sus jacarandás en Noviembre.
De tanto caminar llegó el hambre y al mismo tiempo ganas de comer carne así que no tuve más alternativa que dirigirme al restaurant de la Bodega Los Toneles, a tiro de Uber del centro, llamado Abrasado. El grandioso establecimiento prometía carne de vaca añejada en los brazos de un soldado del Ejercito de los Andes. Obvio que fui.
Al entrar vi un salón de cielos altísimos que remataba en un bar enmarcado por un muro lleno de botellas de gin por lo que no pude hacer más sino pedir uno con tónica. Al servirme el trago me aclararon que el gin de marca Old Tom era producido por ellos y que había sido elegido como el mejor del mundo. Algo socarrón pregunté si la tónica también era la mejor del mundo y me aclararon de inmediato que, aunque ellos también la fabricaban, era solamente la tónica mejor de Argentina.
Comí lengua braseada y un bife chorizo masajeado. Me ofrecieron pimienta y a los pocos segundos llegó un hombre con lo que parecía un bazuca en el hombro. No era un arma de guerra sino “el pimentero más grande del mundo”. Imagínese la última expresión con acento argentino. No era la mayor operación político-militar efectuada en el marco de las guerras por la Independencia pero al menos me sacó una sonrisa y al igual que de San Martín, estuve agradecido. Algo es algo.
P.D. La próxima semana me endieciocharé como si hubiese cruzado la cordillera para liberar a Chile. Próxima columna el 28 de septiembre. Que lo pasen muy bien.
Es tradición de fiestas patrias comer mucho y sobre todo tomar mucho. Hágalo de puro patriota. Las mejores empanadas, prietas, choripanes, sopaipillas y anticuchos son los comprados y listos para tragar. Apoye una fonda y cómase todo lo que su cuerpo pueda aguantar. De paso sumerja su ser en terremotos, borgoñas, chichas, tintos y cervezas frías. Eso sí, recuerde que hubo una vez una gringa que tomó mucho pisco sour con el personal del hotel. Amaneció irritada. Usted no lo haga. Tome piscola, que con una rodaja de limón es muy rica, o solo por este año hágale un homenaje a don José de San Martín y zámpese un fernet-cola. ¡A gozar! y ¡Viva Chile!
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