Junio 4, 2024

Y usted, ¿para qué es bueno? Por Felipe Jaque

Economista Jefe Grupo Security

Tal parece que al menos desde la perspectiva económica al comparar los efectos en el bienestar individual y social, no todos debieran recibir el mismo trato al definir si devuelve o no la plata (sobre todo considerando que la plata devuelta sirve para mantener el sistema hacia adelante). Es esperable que las nuevas propuestas vayan en esa dirección, para extraer el máximo beneficio a los recursos públicos.


Bastantes propuestas se han escrito para resolver los problemas ligados al CAE, el financiamiento con aval del Estado para la educación superior. Es cierto que son relevantes los costos fiscales, la nunca bien ponderada focalización que se puede aplicar en la condonación, o el nuevo proyecto de financiamiento de la educación superior que presentará el gobierno en la segunda mitad del año. Pero el tema da para mucho más y en política pública es bueno ir a los hechos estilizados más que a las anécdotas.

El 29 de mayo, Clapes UC organizó el seminario Masificación en la educación superior: ¿Un exceso? Entre las principales conclusiones que se alcanzaron, está que el premio salarial por seguir una carrera profesional, pero también una técnica, sigue siendo muy elevado respecto de una vida laboral con solo las herramientas que entrega la educación básica y secundaria. Pero, como en todo, existe una gran dispersión según la carrera escogida (salud, negocios, ingenierías entre las top de la muestra) y el ranking de la universidad de egreso (segmentadas por puntajes de ingreso).

En promedio, es muy beneficioso, pero lo es aún más si se mezclan habilidades, intereses y capacidad para terminar los estudios en tiempo y forma para ingresar al mercado laboral, con un buen cartón. Un contrapunto lo levanta Pablo Ortúzar en “Sueños de Cartón”, en la que señala que resultados frustrantes para una parte relevante de los estudiantes se vinculan con una “inflación de títulos” y una muy deficiente base en herramientas básicas de los estudiantes al ingresar a la educación superior, lo que retroalimenta bajos requisitos de ingreso y hace complejo que los egresados, de lograrlo, se inserten satisfactoriamente al mercado laboral.

Pero enfoquémonos en qué hacer como política pública con estudiantes que tienen una razonable base, postulan y son aceptados en carreras que coinciden con sus intereses y habilidades y que tienen una alta chance de estar en el grupo de personas con un muy favorable premio salarial. Este premio tiene no solo implicancias para su propio bienestar, sino que también tiene impactos positivos en la sociedad. Uno podría pensar que todos estos estudiantes deben tener acceso a la educación, sin importar sus recursos disponibles al postular (el autofinanciamiento en una economía como la chilena no parece muy viable).

Una vez que logran el premio salarial, si buena parte de eso va a las “arcas privadas”, debería devolver lo que recibió de apoyo. Quizás se puedan hacer distinciones entre un ingeniero comercial, un abogado o un médico, dependiendo de su impacto social. Si el beneficio para la sociedad es muy superior al beneficio que recibe el egresado, sería muy deseable que se le subsidie (¿se le condona la deuda?). Ahí rápidamente se piensa en un muy calificado nuevo profesor, que será la base de la educación para las próximas generaciones.

Tal parece que al menos desde la perspectiva económica al comparar los efectos en el bienestar individual y social, no todos debieran recibir el mismo trato al definir si devuelve o no la plata (sobre todo considerando que la plata devuelta sirve para mantener el sistema hacia adelante). Es esperable que las nuevas propuestas vayan en esa dirección, para extraer el máximo beneficio a los recursos públicos.

Pero creo que hay un foco del tema que subyace al tema del seminario de la semana pasada. La excesiva masificación de la educación superior podría reflejarse en que un gran grupo de personas que postularon e ingresaron a la universidad, no tuvieron éxito en sus carreras. Un aspecto que Ortúzar lleva incluso más allá en su análisis de implicancias sociales. Ahí algo falló (¿y falla?) en el sistema. Dejando fuera los casos que se explican por fuerza mayor, uno podría pensar en un gran descalce entre intereses, expectativas y habilidades adquiridas, en un débil proceso de selección o una expansión de la oferta de educación superior que encubra en parte estas dos fallas.

Y es acá donde surge una pregunta más compleja: ¿le condono la deuda a esas personas? ¿Mitad responsable, mitad inocente de un muy escaso o incluso nulo premio salarial? Si lo hacemos competir con una larguísima lista de prioridades país, queda, creo, bastante más abajo, en particular si consideramos que son personas que muy probablemente ya están de una u otra forma insertos en el mercado laboral (aunque no sea cómo esperaban).

Si los más de US$11.000 millones de dólares fueran adeudados por una nueva camada de profesores muy calificados para la revolución tecnológica, base educativa de nuestras próximas generaciones, yo creo que habría varios apoyando la condonación. No tengo la cifra exacta, pero mucho me parece que no es el caso más habitual.

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