El autor del best seller político “Como Mueren las Democracias” analiza la crisis social de octubre y el proceso constitucional, y le da un consejo a la clase política chilena: “perder un poco de sueño, sudar un poco, trabajar más. Es el momento”.
El politólogo Steven Levitsky, profesor de Harvard y especialista en América Latina, escribió “Como mueren las democracias” con Daniel Zibblat, y sigue de cerca la política chilena. Desde su casa en Boston habló con Ex-Ante sobre su visión del proceso constitucional chileno.
–Ha pasado un año desde que ocurrió el estallido social en Chile. Usted, como experto en política latinoamericana, qué conclusión saca de lo que pasó –y sigue pasando– en Chile?
–En América Latina el nivel de descontento y de desconfianza hacia las instituciones políticas es muy alto. Y Chile no es una excepción. Los politólogos amamos las instituciones y los gobiernos chilenos, pero los chilenos no. Y las encuestas durante los últimos años han sido clarísimas. El nivel de descontento en Chile es igual al de Perú. Los partidos no son queridos, la élite política no es querida, los gobiernos no son vistos como atentos a las demandas de la gente, entonces aunque los politólogos ponen a Chile como un caso excepcional en América Latina, la verdad es que no lo es. En términos de la percepción del público, es igual al resto del continente.
–¿Qué llevó a que en Chile sucediera esto?
–En términos específicos, el nivel de desigualdad en Chile sigue siendo altísimo y hay un grave problema en la falta de movilidad social. Chile no es peor que otros países de América Latina pero es un país donde para la élite las cosas funcionan como si vivieran en el primer mundo, mientras que para mucha gente, sobre todo de medianos y bajos ingresos, sus problemas siguen siendo muy latinoamericanos; viven en otro país. Y creo que esa brecha entre la expectativa que se ha generado y la realidad, es muy grande.
–¿Se podría haber presagiado el estallido social en Chile?
–Es imposible predecir los estallidos sociales. Se pueden explicar, pero hay muchos menos estallidos sociales de los que uno esperaría en Latinoamérica dado el nivel de descontento, la desigualdad, la percepción de injusticia y las expectativas no alcanzadas.
–¿Cuán arriesgado es un cambio constitucional en este momento en Chile? Algunos analistas han planteado que es complejo iniciar un proceso constitucional en medio de una economía deprimida y en plena pandemia.
–Habría que pensar cuál es el riesgo de no cambiarla. Me parece que la legitimidad de la Constitución del 80’ ha bajado a niveles preocupantes. En el mundo, una Constitución dura en promedio 17 años. Muchísimas democracias han reformado su Constitución en la historia. Sé que hay un temor de convertirse en Ecuador, y cambiar la Constitución cada 10 años, que es un desastre, pero me parece poco probable que en Chile, que ya tiene casi dos siglos de una institucionalidad mucho más fuerte que sus vecinos y un Estado que funciona, suceda algo así.
–También hay temor de lo que sucedió con Venezuela…
–Claro, otra preocupación entendible es Venezuela y el hecho de que una reforma a la Constitución te lleve al autoritarismo. Pero eso tampoco me parece muy probable porque debido a la polarización y fragmentación socio-política en Chile, ninguna fuerza política chilena tiene ni cerca de una mayoría. Entonces de algún u otro modo todavía tienes derecha, centro e izquierda, y la elección va a producir una asamblea fragmentada. El dolor de cabeza es que va a ser difícil un acuerdo. Pero lo bueno es que ninguna fuerza va a tener la capacidad de imponerse. La Constitución chavista salió como salió porque el chavismo tuvo el 90% de los asientos en la asamblea. Lo mismo de (Rafael) Correa en Ecuador. Es imposible que eso pase en Chile. Puede ser un proceso largo, peleado, difícil, frustrante, inestable por un rato, pero me parece mucho más parecido a lo de Brasil el 88’ o Colombia el 91’. Procesos que, aunque se les puede criticar, fueron plenamente democráticos y sanos.
–Estos procesos constitucionales pueden generar mucha expectativa. ¿Cómo se maneja esto para no terminar decepcionando a la gente?
–Es difícil medir la temperatura de la gente. Hay ciertos sectores donde claro, hay mucha esperanza de que la reforma constitucional pueda ser la salida a los problemas de los últimos años. Y puede ser un paso adelante, importante, necesario, pero los problemas que enfrenta Chile de desigualdad van a llevar años en resolverse. Entonces la constitución no va a ser ninguna panacea. Es un desafío porque en Chile la sociedad está muy polarizada y porque muchos ven razonablemente la reforma a la Constitución como la única salida posible y eso les pone mucha presión. Es un problema sin solución fácil.
–Y entonces, ¿qué debería hacer la clase política chilena en este momento?
–No es fácil. No es que haya una receta, no es que si quisiera podría cerrar fácilmente la brecha, es súper difícil. Pero quiero ver a los políticos chilenos perder un poco de sueño, sudar un poco, trabajar más. Es el momento.
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