Cuando en el oficialismo decidieron resolver el dilema de con quién concurrir a la elección presidencial, aquello pudo interpretarse como un comportamiento esperable en cualquier coalición de gobierno: zanjar sus disputas mediante los mecanismos que otorga la ley, y no a través de vías extranormativas ni de acuerdos poco transparentes. Todo bien hasta ahí.
Sin embargo, con el paso del tiempo, ese ánimo ha cambiado. Y si bien es natural que exista fricción durante una campaña, lo que hoy se percibe es un ambiente cada vez más hostil, en el que cada partido o bloque interno ha dejado entrever sus verdaderas intenciones.
De partida, debemos reconocer que una parte importante de los partidos de izquierda asume que tiene pocas posibilidades reales en esta elección presidencial. Las encuestas lo sugieren: no hay una candidatura de izquierda consolidada en el segundo lugar de cara a la primera vuelta, al menos según los modelos que presentan las encuestadoras. En ese contexto, han comenzado a desplegar sus estrategias partidarias.
La presidenta del Frente Amplio ha afirmado que la moderación no constituye una alternativa válida para resolver los problemas del país. La candidata del Partido Comunista, ha relativizado la naturaleza autoritaria del régimen cubano y ha planteado que, en un eventual gobierno suyo, el sector público y el privado no sostendrían un diálogo elemental.
No es necesario ser experto en sociología o ciencia política para entender que apostar por una estrategia de polarización desde la izquierda difícilmente genera mayorías. Más aún si consideramos que uno de los principales problemas de la actual administración ha sido precisamente que su narrativa de transformaciones profundas no logró consolidarse, y obligó al presidente Boric a reordenar sus prioridades.
Las acciones del Frente Amplio y del Partido Comunista parecen responder, más que a la voluntad de formar una mayoría presidencial, al interés de resguardar sus respectivas bases electorales con miras a las elecciones parlamentarias. Incluso si su objetivo inmediato es imponerse en las primarias, no parece serlo necesariamente el triunfo en la elección de noviembre.
No entraré en el análisis del afiche que supuestamente el diputado Gonzalo Winter instaló sobre otro en el que aparecen figuras de la ex Concertación —entre ellas Carolina Tohá— con la consigna de las “caras del pasado”. Hacerlo implicaría atribuirle una conducta poco ética que, si bien cuestionable, se alinea con el tono que ha adoptado su sector y su partido.
Lo anterior confirma que la estrategia de ciertos sectores de la izquierda no está centrada en ganar la elección presidencial, sino en preservar su base de apoyo para la siguiente legislatura. Desde una perspectiva pragmática, tiene lógica: el verdadero poder opositor en 2026 no dependerá tanto del resultado presidencial como del número de senadores y diputados que controlen la hegemonía dentro del bloque. En marzo de ese año, lo ocurrido en noviembre de 2025 será un recuerdo borroso. La unidad temporal de la izquierda quedará como una anécdota más en los libros, y será problema para 2029.
Mientras tanto, los partidos de centroizquierda —con una experiencia previa del tránsito polarizador— parecen haber internalizado la necesidad de construir mayorías. En Carolina Tohá buscan una figura moderada, y han intentado sostener una relación constructiva con los demás candidatos del bloque.
Esa actitud es coherente con lo observado durante esta administración: mientras los ministros del Socialismo Democrático se mostraron abiertos al diálogo y asumieron posturas más moderadas, sus pares del Frente Amplio y el PC mantuvieron comportamientos alineados con su origen, sin asumir que hoy representan posiciones minoritarias.
¿Cómo termina esta historia? No se requiere un análisis sofisticado para anticipar que el desenlace no será satisfactorio. Si ganan Jara o Winter, muchos de los apoyos que hoy respaldan a Tohá probablemente se desengancharán del proceso presidencial. Si gana Tohá, ocurrirá lo mismo con los votantes de la izquierda más dura.
Sería un fracaso completo para el presidente Boric, quien, pese a intentarlo, no logró consolidarse como eje articulador del bloque. Y también lo sería para la expresidenta Bachelet, quien hace unas semanas convocó a los candidatos a actuar con fair play. El foco se trasladará ahora a las listas parlamentarias, pero el nivel de daño que pueden dejar las primarias podría ser tan profundo que impida cualquier intento de reconstrucción posterior.
Por último, más allá del corto plazo, el proceso que vive hoy el oficialismo puede dejar lecciones duraderas sobre la fragilidad de las coaliciones amplias sin un proyecto político común y coherente. La incapacidad de ordenar estratégicamente al bloque no solo debilita su opción presidencial, sino que pone en riesgo su gobernabilidad.
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El cierre del ciclo frenteamplista. Por Ignacio Imas. https://t.co/20oAqGEmHM
— Ex-Ante (@exantecl) May 27, 2025
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