La teología clásica cuenta la historia de un arcángel más perfecto, bello, y bueno que todos los demás. Un arcángel que se parecía tanto a Dios que llegó a creer que de alguna manera era Dios mismo. O llegó a pensar que Dios hacía su trabajo de manera bastante más imperfecta de lo que lo hacía y se propuso reemplazarlo. En ese simple deseo nació el mal que llevo a ese ángel, llamado Luzbel, a caer bajo los pies de su ex colega el arcángel Miguel, que lo expulsó de los cielos al infierno donde nos sigue esperando.
La municipalidad de Valparaíso es lo más parecido que se puede encontrar al infierno. El rostro siempre lozano de Jorge Sharp parece haber resistido al acoso de los problemas siempre urgentes de la ciudad de los mil cerros. Y mil incendios, derrumbes, saqueos, y toda suerte de miserias y bellezas.
Quizás lo que ha salvado a Jorge Sharp de convertirse en un choro del puerto es que la mayoría de su energía no la usa en resolver los infinitos problemas verticales del puerto, sino en ser la sombra del presidente Boric. O su empeño en recordarnos que es Boric su sombra y él es el original.
Porque una vez Sharp fue el profeta y Boric sólo el alumno. En su momento de gloria unió detrás de sí un sin número de organizaciones de la sociedad civil (de Warken a los trotskistas) en torno a “La Matriz”, un grupo de profesionales y asociaciones preocupados de salvar a Valparaíso de la corrupción y el descuido total a la que parece condenada. Parecía la fórmula mágica, un joven ilustrado y decente respaldado por profesionales y miembros de la sociedad civil. Esa fue justo la razón misma del fracaso del proyecto.
La clase media intelectual le quiso imponer a la populosa y popular Valparaíso su lenguaje, su tono, sus preocupaciones, sus juicios y prejuicios. Fue por lo demás esa clase media intelectual, por su naturaleza misma, incapaz de administrar sus diferencias y de no hundirse en el narcisismo de las pequeñas diferencias. Los “decentes” ciudadanos apolíticos que acompañaron a Sharp al comienzo fueron reemplazados por miembros de las agrupaciones políticas más o menos universitarias de las que Sharp venía.
Todo lo que paso -punto por punto- en la convención constituyente después. La aventura de la Matriz fue una perfecta sinopsis de la película por venir y el error de confiar en las “organizaciones de la sociedad civil” como motor de la política. Sharp, de ser medianamente leal con su amigo o su partido podría haberle advertido de esas dificultades. Pero para eso quizás debería haberla visto. Enamorado de su imagen de caudillo de una ultraizquierda que no soporta a los caudillos, Sharp se convirtió en el típico malo de Batman. Como el Joker o el Pingüino, o la misma Gatúbela, seres heridos que exageran sus peculiaridades para combatir al heredero con ansias de vampiro justiciero, que intenta que ciudad Gótica duerma en paz.
Pero Sharp carece del poder de esos malos de Batman. Inteligente solo cuando quiere, o sea muy poco. Eternamente enojado, casi siempre equivocado, no se le conoce ningún discurso memorable, ninguna frase para el bronce, solo la habilidad de aparecer, después de dos mandatos, como si estuviera en alguna carrera interminable. Además está su capacidad de incomodar al presidente, de destruir con una sola bandera en el trasero la campaña del apruebo, ejercicio que a veces es interrumpido por algunos abrazos con Boric, que recuerdan su amistad suspendida sobre un mar hirviente de cocodrilos que esperan devorarlos vivos.
¿Cuántas novias se habrán quitado esos dos? ¿Cuántas bromas de piscola, o de pisco solo, se estarán cobrando desde Punta Arenas? ¿Qué secretos sabe el uno del otro que no pueden dejar de vigilarse, de olfatearse, de diferenciarse desde que los dos salieron de Magallanes y uno se fue a Santiago y el otro a Valparaíso? Es difícil saberlo o quizás imposible. Boric no lo contará tan fácil y en cuanto a Sharp quizás una de sus principales dificultades intelectuales es su incapacidad para hablar simplemente desde el yo sin interponer teorías brumosas, generalidades tampoco demasiado útiles, sin pensar que encabeza una enorme marcha de descontentos del mundo.
Un descontento que en su caso no se sabe muy bien de donde viene. Familia, amigos, estudios, todo de una normalidad aplastante. Alguien que ha recibido con creces lo que este país puede ofrecer. Pero es evidente que hay algo que lo lleva a estar solo cuando podría estar acompañado, de ser único cuando podría ser uno más, de ser testimonial en vez de ser político. Ser un ángel, pero serlo tanto que no le queda otra que irse al diablo y volver al infierno, o sea a tener que enfrentar facturas y contratos firmados por Jorge Castro, Aldo Cornejo o Hernán Pinto y poner su firma en unos casi iguales, sintiendo, sin embargo, quien sabe porque, que esta vez es diferente.
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