Advertencia preliminar: Hablo desde el despecho. Nunca me invitaron a participar en “Espacio público” el grupo de profesionales y pensadores que Diego Pardow y Eduardo Engel, animaban. Varios amigos y amigas míos fueron convocados, lo que ayudó a mi mente tan resentida como paranoica a pensar que quizás no querían ensuciar sus profundas discusiones llenas de datos, con payasos como yo.
Siempre sentí que a “Espacio público” le sobraban posgraduados en políticas públicas y le faltaban justamente payasos, quiero decir personas que se especializan en la intuición, que escuchan lo que pasa en la calle, que saben, como sabía Nicanor Parra que la verdadera seriedad es cómica. Esa última verdad quizás les hubiera ayudado a evitar el ridículo que cometieron en pandemia, cuando desnudos de cualquier conocimiento médico, anunciaron catástrofes y fines del mundo, sin pensar que la verdadera catástrofe y el verdadero fin del mundo fueron los meses de confinamiento dudosamente necesarios que exigieron majaderamente.
Diego Pardow es quizás la cara más visible, para bien (sabe de lo que habla) y para mal (una falta acuciante de calle), de este mundo de profesionales independientes que inundaron variados think tank y fundaciones varias. Aunque abogado por todos lados, Diego Pardow parece economista. Aunque fundador del movimiento autonomista en la Universidad de Chile, parece más un técnico que un político.
Aunque sonriente y gentil no deja, cuando se trata de imponer sus datos por sobre la intuición política de sus alumnos aventajados de Convergencia Social, de pelear por su punto hasta conseguir que le den la razón. Eso al menos parece que sucedió con la subida de tarifas del servicio eléctrico en plena elección municipal, altamente inconveniente desde el punto vista político, pero necesario desde lo técnico que le llevó a tener problemas con otros ministros y no pocos parlamentarios de su sector.
En ese sentido Pardow habría encajado perfectamente en la primera Concertación, la “modernizadora” de Frei Ruiz Tagle. Por edad y por convicción es más bien hijo de esa modernización, en mucho sentidos desigual e incompleta. Una modernización que becó, preparó, y sobre informó a esos hijos. Pardow, sin embargo, contaba con la ventaja de haber vivido su infancia en el exilio y venir de una familia politizada desde sus orígenes, la de su madre al menos, pasajera del Winnipeg, barco en que Neruda condujo hasta Chile lo mejor del exilio republicano.
Consciente de esa herencia ha sido toda su vida no solo un buen alumno, sino sobre todo un alumno prometedor. La gran esperanza blanca del Frente Amplio, su cuadro más preparado, el más respetado por los adultos responsables. El único de esos jóvenes nuevos a los que uno le prestaría el auto y la billetera.
Por eso parecía una decisión de innegable inteligencia encargarle un ministerio complejo, pero altamente técnico: el de Energía. Nadie podía dudar que este experto en muchas cosas sabría lo que hay que saber (y más) sobre tarifas, distribución, generación, y concesiones. Pero no sabía lo que nunca le enseñaron en “Espacio público” (ni en Berkeley, donde se doctoró), que es justamente que lo público es inesperado, irónico, delirante y sobre todo cambiante. Tan inesperado y cambiante como el viento que derribó árboles y postes sin piedad y sin las consideraciones de clases que respetan en Chile hasta los terremotos.
El temporal dejó sin luz a ricos y pobres desnudando nuestra dependencia eléctrica y el comportamiento indolente, por decir lo menos, de la empresa monopólica que prende y apaga la luz en Santiago. Perfectamente agazapado en gerentes menores, a Enel no le pareció necesario explicar lo inexplicable.
La población afectada empezó a discutir los límites de lo privado y lo público, las fallas del sistema de mercado, la conveniencia de devolverle al estado los bienes estratégicos, un debate que haría las delicias del Pardow opinólogo, pero que le tocó enfrentar desde la orilla más incómoda de todas: el ministerio encargado de hacer cumplir los contratos con las empresas eléctricas, pero que carece de facultades para obligarlo a hacerlo.
La crisis eléctrica es, por fin para la Moneda, una crisis que el gobierno no originó. Una crisis que populariza esa idea del Frente Amplio de estatizar mucho de lo que demasiado rápidamente se privatizó en los tiempos de la Concertación. Un escenario ideal para el gobierno que, sin embargo, solo parece haber provocado en él una inesperada confusión. Un gol de penal que nadie está seguro de quién debe patear. ¿Milenka Montt, del Sernac? ¿Manuel Monsalve, el subsecretario multi uso del ministerio del Interior? ¿O Diego Pardow, el ministro del sector?
En vez de unir sus fuerzas cada uno ha dado declaraciones por separado que vienen a concluir lo mismo, que como poder ejecutivo poco o casi nada pueden hacer. Que como miles y miles de ciudadanos son rehenes de la irresponsabilidad de una empresa italiana que todavía parece no saber que en Chile hay cuatro estaciones y que una de ellas es el invierno. Y que como en Italia en el invierno llueve y soplan vientos huracanados.
De todas las declaraciones, o cuñas, con que el gobierno con indignación exige sin poder exigir, la más complicada fue la del ministro Pardow. La más informada también. Trató de ser incendiario, centrando la queja en las cuentas de la luz, pero se complicó en un vocabulario demasiado complejo para unos ciudadanos que llevan más de una semana sin luz. Le falta aún ser la cara de la respuesta del gobierno a la crisis, ir a terreno, crear planes, liderar indignaciones. Le falta hacer política sin complejo y dejar el perfil tecnocrático en que se refugió hasta ahora.
Tiene que mostrar que sabe del dolor por el que los chilenos pasan e inventar las respuestas cuando no existen. Tiene que perder el pudor de los que lo saben todo para conectarse con la incerteza de los que aprenden todos los días. Talento no le falta, ni inteligencia, ni rigor, solo le falta el hambre que es lo único que permite sentarse en el banquete incómodo de la política de verdad.
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