Hay ausencias que son actos de presencia. La ausencia de Camila Vallejo en el funeral del Estado a Sebastián Piñera no podía pasar desapercibida para nadie, porque Camila Vallejo no es alguien que pase nunca desapercibida. Esto ha sido así antes de ser dirigente de la carrera de geografía en la Universidad de Chile y presidenta de la FECH en esta misma universidad.
La belleza de sus rasgos unida a la elegancia y gracia con que habita esos rasgos, obligan a mirarla y volver a mirarla de manera adictiva. Si a esto se suma un uso ponderado y justo de las palabras, un guardarropa imaginativo y una inteligencia certera, se podrá entender el sempiterno interés que provoca. Lo ha sabido usar con inteligencia, convirtiéndose en la única dirigente de la revolución estudiantil de 2011 que permanece en la primera línea del gobierno.
Pero seguir ahí no es gratis. Puede que la ausencia en el funeral de Estado se deba efectivamente a causas médicas, pero lo cierto es que es difícil para quien, una y otra vez ha negado la necesidad de convocar al Cosena, que este se haya reunido en el palacio la semana pasada. Lo mismo la manera con que el Presidente valoró la figura de Ricardo Lagos y las variadas y constante renuncias con que intenta avanzar en alguna de las reformas prometidas.
El Presidente Boric ha navegado todo este tiempo llevando el timón hacia el centro sin dejar de dar alguna señal a la izquierda de su conglomerado de vez en cuando para que no olviden que es uno de ellos. Un símbolo, una frase, un indulto, una pensión de gracia que pudiera alimentar el relato de que este gobierno era hijo de la “revuelta social”. Estos gestos, estas frases, han estado sin embargo ausentes del discurso del Presidente en todo lo que va de 2024, como si quisiera dejar en claro que su giro hacia el Socialismo Democrático, que su alianza con Tohá y Marcel, esta vez no es solo un coqueteo, sino un pololeo. Un matrimonio quizás.
Vallejo se toma todas esas decepciones con gracia, aunque no deja de cobrar por ellas. No hay en su boca nunca un reproche, nunca una amargura, nunca una verdadera expresión de júbilo tampoco. Parca e impecable, es imposible sin embargo que no sepa, o que no le recuerden a cada rato, que es la única figura presidenciable aún posible al sur del río grande o, para ser más preciso, a la izquierda del Presidente Boric.
Lo sabe el mismo Presidente que le regaló a cambio de tantos desaires la coordinación ministerial de la emergencia sacrificando a un símbolo mismo del Socialismo Democrático, Maya Fernández, la nieta del Presidente Allende que no esconde su deseo de ser senadora por la zona.
Las actividades de Camila, cada vez más en terreno, cada vez menos en palacio indican que sabe lo que vale, o podría valer para su partido. E indican una complicidad con el Presidente mayor aún que las que nos pueden dejar de ver cuando aparecen juntos en cualquier actividad. Que la hayan nombrado coordinadora del gabinete en la catástrofe prueba que el gobierno quiere compensarle los malos ratos regalándole presencia donde importa.
Camila sabe que es la “última de los mohicanos”. Jadue se inmoló por Palestina y Jackson es la caricatura de sí mismo. El Partido Comunista no tiene a nadie en la primera línea de fuego que no sea triste, solitario o final. El resto del Frente Amplio no se comprende a sí mismo, preso de la atomización que tanto excita a la izquierda.
Camila Vallejo es lo único más o menos vivo que queda del viento de las protestas, las de 2011 y las de 2019, lo único que recuerda la ilusión de ser joven, o de ser nuevos, que alguna vez resultó inevitable. ¿Es esa conciencia, la de ser la última esperanza de la izquierda, la que la llevó a ausentarse del funeral de Sebastián Piñera?
Está así enfrentado a un dilema. Ser vocera de este gobierno es parte de lo que la hace creíble y querible a los ojos de los votantes. Pero es también lo que la hace cada vez más decepcionante, cada vez menos endosable a los ojos de su partido, el comunista.
Un partido que repite una y otra vez que es el más leal de todos al gobierno para lanzar, en cada frase, críticas ácidas e irreversibles a la gestión de este. Vallejo es así la garantía de que este gobierno es aún el de los comunistas y Frente Amplio, pero al mismo tiempo la que tiene que dar la cara por las decisiones que toman cada vez más sin ella Carolina Tohá y su equipo de intervención presidencial.
La belleza es una injusticia tanto para los que no podemos dejar de mirar, como para el que no puede dejar de ser mirado. Obliga entonces a una distancia con tu propia sombra que es la única garantía de que esta no te trague. A Camila Vallejo, mientras fue una joven dirigente, siempre le importaban los datos, las cifras, vivía de puntualizar el punto. Era su forma de evitar el “mijiteo” de los viejos verdes tan habituales en los medios de comunicación de entonces.
Luego aprendió que la coquetería no era una forma de debilidad, sino una forma de fuerza. Así empezó a jugar con su ropa y su maquillaje como un argumento político mismo. Pero siguió siendo impecable y finalmente parca. Sonriente pero no del todo feliz. Como una embajadora de sí misma en el lejano país de los otros, sin librar del todo el secreto que la habita.
No conozco político que no esboce, en algún momento de la conversación, la idea de renunciar a la política. En general no cometo la inocencia de creerles. Pero en el caso de Camila Vallejo, que lleva desde la pos adolescencia en la primera línea de la política, podría llegar a creer en sus ganas de hacer otra cosa, de empezar de cero y cultivar huertos o dibujar mapas. Como puedo creer que no lo hará nunca animada por un profundo sentido del deber militante. Aunque nunca hay que creer de un político su falta de voluntad de poder.
La ministra Vallejo debe saber que toda lealtad implica una traición. Ser leal a este gobierno es traicionar la revolución estudiantil de la que viene. Y ser leal a la revolución estudiantil es ser desleal al gobierno. Es un dilema que, me aventuro a pensar, ocupa mucho más lugar en su alma del que puede confesar.
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