Felipe Schwember Augier, amigo, intelectual público y miembro fundador de Faro UDD, dejó repentinamente este mundo la semana pasada. Tan abrupta fue su partida, que a veces pienso que, en cualquier momento y alfajor en mano, aparecerá saludando con su tan habitual “Hola, quiubo, cómo estai”.
Lo conocí cuando estudiábamos derecho en la universidad. “Otrora” como diría él.
Pero mi cercanía intelectual con Felipe no se produjo sino hasta el mal llamado “estallido social” y el “momento constituyente” chileno. En ese contexto, se produjeron largas conversaciones, que luego se tradujeron en generosas invitaciones de su parte a que escribiéramos capítulos de libros o ensayos, que luego publicaba junto a Valentina Verbal (otra gran intelectual e historiadora chilena, amiga entrañable de Felipe), y posteriormente, en Faro UDD.
Y es que Felipe siempre nos animó a pensar. A reflexionar fundadamente sobre la realidad que nos inundaba, las posibles causas o explicaciones a los sucesos que vivíamos y sobre los peligros que detectábamos para la democracia liberal constitucional, el Estado de Derecho, la igualdad ante la ley y las reglas formales del ejercicio democrático.
De bajo perfil, pero valiente como muy pocos, Felipe expresó en el debate público, con gran claridad y lucidez, lo que pocos se atrevieron y atreven a decir a viva voz, y menos ante audiencias masivas, y lo hacía “perfecto, perfecto” (aunque él jamás lo describiría así, pues era de una humildad poco usual).
“Perfecto, perfecto” era, en realidad, como solía contestar a cualquier petición de ayuda, reunión o solicitud de trabajo adicional que uno le pidiese. Más allá de su carácter llano y siempre dispuesto, mi impresión es que genuinamente no quería perder la oportunidad de participar -con preparación de sobra- del espacio de reflexión que se le ofrecía, cualidad tan escasa estos días en que todo el mundo rehúye a pensar.
Nos quedaron en el tintero muchas cosas por hacer y tanto sobre lo que seguir conversando y reflexionando. Entre otras, esperaba con entusiasmo un trabajo que me enviaría sobre el libre mercado y su carácter solidario, idea que surgió tras la sustantiva y pertinente columna de opinión, que escribió junto a su amigo, el también académico e intelectual, Eduardo Fuentes, hace pocos meses atrás sobre el tema. El ensayo se publicaría en junio, en Faro en Perspectiva. Pero el destino dictaminó otra cosa.
Y es que Felipe, cuyo trabajo académico ha sido y será transversal y crecientemente reconocido, era capaz de transformar los complejos y profundos contenidos que estudiaba en versiones de divulgación, sin perder sustancia, permitiendo con ello que lo que promovía y defendía se transformara en un material al que todos podían acceder, expandiendo su alcance. Posiblemente, la sencillez y humildad que lo caracterizaban, le permitían expresar la complejidad de sus reflexiones con facilidad y naturalidad.
De manera aguda y provocadora, pero siempre asequible (y sin los alardes, pompas y altisonancia de muchos), intervino en el debate público con gran interés. En buena medida, esa era también su vocación. Que esas ideas encontraran un correlato concreto en la acción política y democrática eran, sin duda, un norte para él. Traspasó así las fronteras de la academia, para impactar en el quehacer nacional, siempre con una línea argumentativa impecable y difícil de rebatir o refutar.
No tener ideas definidas, o tenerlas sin comprender los sustentos intelectuales y morales que las justifican (haciendo entonces débil la convicción en su defensa), era una cuestión que desvelaba a Felipe. Corajudamente, y por medio de sus lúcidas columnas e intervenciones públicas, Felipe hizo tantas veces este punto, contribuyendo siempre y generosamente, a brindar ese soporte intelectual, sin más pretensión que el que esos fundamentos estuvieran al alcance de todos.
Ya no estás con nosotros, y al mismo tiempo sí lo estás. Empero, reconozco que tu presencia nos hace falta ¡Cuánto me gustaría entrar a tu oficina, a pocos pasos de la mía en la universidad, para continuar esas conversaciones sobre política y democracia que a menudo solíamos tener! O bajar a la cafetería, a encontrarnos con Gonzalo Cordero y profundizar en esas reflexiones. El vacío es grande.
Demás esta decir cuánto se extrañará su sana ironía y humor, que tanto ayudaban a endulzar las frustraciones que muchas veces estos mismos temas, que tanto nos apasionaban, también nos causaban.
Su enorme claridad y coraje constituyeron un verdadero faro, como el lugar que, junto con Ernesto Silva y otros académicos, contribuyó a fundar. Y es que, con mucho menos preparación en el ámbito de la filosofía y la filosofía política, personas como yo, más bien nacientes autodidactas en esas disciplinas, solíamos encontrar en los trabajos, ensayos y columnas de Felipe los fundamentos a nuestras intuiciones.
A través de su obra intelectual, su participación en el debate público y sus innumerables anécdotas, como aquellas vividas en España con las que inundaba de risas los tempranos almuerzos a los que nos solía convocar (y que tenían lugar, por así decirlo, cuando uno recién se despercudía del desayuno), Felipe seguirá perviviendo entre nosotros. Sírvanos aquello de consuelo.
Abrazo al cielo Felipe.
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