¿Nuevo eje estructurante en la política chilena? Todas las elecciones municipales, parlamentarias y presidenciales en Chile desde 1989 hasta 2017 estuvieron referidas a un eje estructurante –clivage, dicen los franceses- que fue la división de los chilenos frente a la continuidad de Pinochet o el cambio democrático, expresado en la disyuntiva del Sí y el No del 5 de octubre de 1988. De hecho, hasta ahora no ha habido en Chile un mandatario que en esa disyuntiva se hubiera alineado en el campo del Sí, pues a pesar de haber recuperado sus credenciales democráticas 4 décadas después del Golpe de 1973, la derecha debió acudir a una de sus pocas figuras que en 1988 se opuso a que el general Pinochet continuara gobernando por ocho años más.
El plebiscito convocado por el presidente Piñera para determinar si se iniciaba un proceso que le propusiera al país una nueva Constitución rompió por primera vez de manera explícita la exclusividad del eje Sí/No en la explicación del alineamiento político electoral, pues el campo del Sí se dividió frente a la disyuntiva planteada, resolviéndose por una mayoría aplastante de 78,27% para que se eligiera una Convención que debía proponer un nuevo texto constitucional para Chile.
A favor o en contra de una nueva Constitución, apareció tímidamente un clivaje novedoso que pasaba a competir con el eje que había dominado la política democrática por tres décadas. Este plebiscito del 25 de octubre de 2020, aunque tuvo la concurrencia más masiva de la historia hasta esa fecha, participó sólo la mitad (7,5 millones) de las personas con derecho a voto del país.
Pero la Convención pulverizó rápidamente este clivaje emergente y lo que pudo haber sido el impulso reformista mayoritario, al ser dominada por la vocación refundacional que pretendió, parafraseando lo que se dice del NO y la democracia, hacer la revolución en Chile con un lápiz, es decir, construir una nueva sociedad desde la escritura de una nueva constitución.
El Plebiscito del 4 de septiembre de 2022, en el que los chilenos, ahora con voto obligatorio, fueron convocados a aprobar o rechazar el texto constitucional propuesto por la Convención, rompió nuevamente el eje del Sí y el No a la hora de tomar partido en esa disyuntiva.
Una fracción importante de quienes habían sido parte del campo del No, en su base y en su élite protagonista, se posicionaron activamente en el bando de quienes rechazaban la revolución constitucional propuesta, sin considerar, además, que otra parte relevante del campo del No y la centroizquierda concurrió arrastrando los pies a aprobarla con la condición de introducirle inmediatas reformas. El 4 de septiembre de 2022, en el plebiscito de salida, participaron 13 millones de personas y rechazaron la propuesta 7,8 millones, algo más incluso que el total de ciudadanos que había concurrido a votar en el plebiscito de entrada al proceso constituyente.
Entonces me pareció que se trataba de los últimos estertores del eje estructurante del Sí y el No en la política chilena, y que ésta pasaría a ser dominada por este nuevo clivaje aparecido en un plebiscito proporcionalmente tan masivo como el del 5 de octubre de 1988. De hecho, anticipé que se expresaría con mucha fuerza en las elecciones que siguieron, al punto que mi pronóstico de que el resultado 62/38 se repetiría exacto en la elección de consejeros constitucionales de mayo 2023 fue absolutamente certero, pues las listas de los partidos que se habían alineado con el Apruebo sumaron 38% y las del Rechazo 62%.
Sin embargo, pocos meses después, en diciembre del mismo año, cuando se sometió a aprobación la propuesta constitucional hegemonizada por el partido de José Antonio Kast, el resultado volvió a ser el mismo, con diferencia de sólo dos décimas, de la segunda vuelta presidencial de diciembre 2021, donde Boric venció a Kast 55,87/44,13 con 8,36 millones de votantes. La similitud es sorprendente, a pesar de que en este plebiscito participaron 13 millones de electores.
Es evidente que el clivaje del ’88 ha perdido buena parte de su fuerza a la hora de determinar el voto de las personas y la posibilidad de explicar los resultados desde ese eje, pero la división ente el Apruebo y Rechazo del 4 de septiembre del 2022 tampoco alcanza a constituirse con solidez en un nuevo eje estructurante de la política chilena. Mi conclusión es que, así como la referencia al pasado entre democracia y dictadura sirve poco a estas alturas para movilizar ciudadanos y determinar preferencias electorales, la referencia al Rechazo en el plebiscito de 2022 tampoco tiene la fuerza y realidad suficiente para aglutinar una opción política ni para definir votaciones futuras.
La realidad actual, a mi juicio, profundizada por la participación de casi la totalidad de la población en las elecciones, es que no hay aún un clivaje estructurante de la política para las décadas que vienen. Estoy cerca de terminar el estudio de las candidaturas y competencias en las 82 comunas mayores de 50 mil electores cuya proyección electoral resultante me comprometí a publicar próximamente en este mismo espacio.
Después de haber visitado Facebook, Instagram y las demás redes sociales de más de 400 candidatos a alcalde, estoy impresionado de la dificultad sin precedente -he hecho esto varias veces anteriormente- para identificar la pertenencia política de las candidaturas, pues el grado de despolitización, ausencia casi completa del contexto nacional y de alineamiento gobierno-oposición, salvo contadas excepciones, la mayoría opositoras, exige intrincadas operaciones para que el investigador logre identificar políticamente al candidato.
Imagínense la dificultad para los electores, cuando nadie habla de política, las marcas partidarias están absolutamente ausentes, el Presidente Boric completamente desaparecido de toda herramienta de campaña, y a lo más algunos opositores aparecen con Matthei, un puñado de oficialistas con Bachelet y algunos Republicanos en su lucha testimonial con Kast. Prácticamente todos hablan principalmente de seguridad.
La situación que describo puede ser propicia para una reestructuración del sistema político chileno de cara a los problemas del presente y los desafíos del futuro. Esperemos que los liderazgos presidenciales no dejen pasar esta oportunidad para regenerar la política de manera de posibilitar un nuevo ciclo virtuoso del desarrollo nacional, con superiores niveles de convergencia, amplitud de las alianzas y consensos básicos para enfrentar los principales problemas del país como desafíos compartidos.
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