Chaplin o Bergman, Kieslowsky, Agnes Varda, Kiarostami, Tarkovski, Almodóvar, pero a la vez estrenos cinematográficos recientes (off-Hollywood, mayormente).
Muy difícil hacer una pequeña lista, pero acá va el esfuerzo:
La estremecedora Ave Fénix ingresa en ese mundo pesadillesco y fantasmagórico del Berlín Oeste de 1945, justo terminada la guerra, con una Alemania derrotada y destruida por los aliados y por Hitler.
A la barrera que controla el ingreso a la zona llegan en auto dos mujeres. Es de noche y el militar insiste en alumbrar los rostros. Pero el de Nelly (Nina Hoss), que va en el asiento del copiloto, sólo puede descubrirse a medias: está vendado por las quemaduras sufridas en Auschwitz. Su amiga la ha llevado para someterla a una cirugía reparadora, que le devuelva su rostro (o lo más parecido al que alguna vez tuvo) y luego conducirla a Palestina. Pero las heridas que necesita sanar Nelly -ahora Esther- están en el alma.
Por las noches, entre las ruinas de la ciudad, busca a Johnny (Ronald Zehrfekd), el pianista con quien ella cantaba, su marido, el amor de su vida. Lo encuentra en un bar de mala muerte, Phoenix. Él no la reconoce, pero sí ve en ella un parecido con su mujer, poniendo en marcha un plan para suplantarla y con ello cobrar su herencia.
Esta tragedia personal tiene su correlato con esa ciudad en ruinas, que debe repararse, superar su pasado traumático y construir un futuro. Si al menos parte de ello fuese posible. Nelly-Esther, como la Madeleine-Judy de Kim Novak en Vértigo, usará su no deseada doble identidad para comprobar -o descartar- la traición, saber en realidad qué queda de la vida de antes, de sus amigos, si es que todavía lo son y sobre todo del hombre que amó. Entre los sobrecogedores escenarios históricos del drama que ha devastado a este grupo de amigos, circula la sombra de Hitchcock, no solo en su impronta de cine de suspenso, sino en la sospecha, la duda moral, la ambigüedad que cruzan este thriller íntimo.
Tan emocionante como tensa, esta es de esas películas que ofrece al espectador desde la siempre efectiva entretención del misterio por resolver hasta múltiples lecturas sobre la condición humana, la identidad y cómo las personas deben aprender a sobrevivir a las peores estocadas. Una película inteligente, hecha con mano de artesano, con un final brillante y estremecedor.
AVE FÉNIX (Phoenix)
Su título, Cold War , es tan escueto como exacto: este drama político y pasional no podría haber existido sin el nuevo orden de posguerra que precedió a la instalación de la cortina de hierro que separaría a una parte de Europa de la otra, y específicamente las turbulencias que vivieron Polonia y sus habitantes en ese período.
Pawel Pawlikowski (Oscar 2015 por Ida) decidió titular “Guerra Fría” a una historia de amor tórrida y fatal -y sí, a veces gélida, hiriente y bella como una estalactita- que se anuncia en las primeras imágenes.
Es 1949 en Polonia. Cruzando parajes inmensos, una pequeña comitiva llegará hasta el caserío donde, entre los escombros de una iglesia, se divisa tras el hielo la imagen de una Madonna. Son tres personas que buscan conformar un espectáculo que desde el folclore polaco se alinee con las normas del protectorado soviético bajo el que ahora están sometidos, y agrade a las autoridades (Stalin, especialmente). El grupo lo encabeza un director de orquesta, Wiktor, quien en un gran casting reunirá a cientos de cantantes y bailarines locales que tendrán el honor de conformar esta singular compañía.
Entre los postulantes, resalta una chica de trenza rubia e inmensos ojos claros, Zula (portentosa Joanna Kulig). Desde que ella posa sobre el director su inquietante mirada, Wiktor perderá completamente el control sobre su destino, aunque él se tome la vida en llegar a sospecharlo.
En ese juego de poderes que es el amor, ¿qué es una campesina adolescente, acusada de un crimen atroz, frente a un respetado artista que la supera en varios años?
Pawlikowski se toma 1 hora y 28 para abarcar un potente drama que transcurre entre 1949 y 1964 en Europa, a punta de elipsis que cortan años y momentos con cuchillo de cirujano; el que salpica con diálogos tan escuetos y filudos como cargados de sentido y emociones.
Las cada vez más complicadas fronteras separan a los amantes y los unen en París —sin nada que se acerque a la dolorosa dulzura de Casablanca– en un local de jazz llamado “L’Eclipse”. Zula-Joanna Kulig es una Monica Vitti (El Eclipse) más perversa; una Lola Lola-Marlene Dietrich (El Ángel Azul) más desconcertante e impredecible. La tragedia, las contradicciones, los vaivenes de la pareja juegan a reflejar, tal como la Madonna en el hielo de la destruida iglesia de la aldea, la convulsa historia de su país. Y que como Zula, se desliza entre aquello que está fuera de su control y la fuerza de la porfía.
COLD WAR (Zimna wojna)
El humor absurdo, que se cuela hasta en situaciones cuasi trágicas, una estética cuidadosamente indefinible y teatral y la parquedad de sus personajes no parecen encajar con un título del lirismo de El otro lado de la esperanza.
No obstante, se trata de un drama social y también íntimo en el que la solidaridad y lo mejor del ser humano se imponen por sobre un mundo que funciona a punta de burocracia fría, cuando no indiferente al dolor.
Khaled, un sirio, llega de polizón en un barco al puerto de Helsinki, huyendo de la devastada Aleppo. En la organizada sociedad finlandesa, tras acudir a la policía pidiendo asilo, será derivado a la oficina de inmigración, desde donde lo instalarán en una casa de acogida, a la espera que estudien su caso.
Mientras ello ocurre, en una secuencia igualmente silenciosa que la del puerto, un hombre de mediana edad, Wikhström, se alista con parsimonia para dejar a su mujer, que lo observa inexpresiva, cigarro y vaso de alcohol en mano. Las vidas de Khaled y Wikhström, dos hombres que desde muy distintas circunstancias, se han visto obligados a abandonar sus hogares, pronto se cruzarán. Khaled ha llegado hasta Finlandia sin quererlo. Un iraquí que conoce en el refugio le da consejos: “Muéstrate contento; los melancólicos son a los primeros que deportan”.
Al igual que el espectador, la funcionaria que decidirá el destino del sirio quiere saber cómo es que ha entrado y salido, cruzando las fronteras de tantos países. “Nadie quiere vernos. Somos un problema”, le responde lacónico. Es que ni siquiera durante las guerras mundiales —que, en rigor, movilizó mayoritariamente a habitantes de Europa— las diásporas se habían multiplicado y surgido en simultáneo desde tantas partes del planeta como en esta época. El siempre sorprendente y singular Kaurismäki pone el dedo en esa llaga y se permite ironizar con las zonas oscuras de su ejemplar país.
El lado menos glamoroso de Helsinki —con edificios que recuerdan el feismo soviético de su pasado; restoranes y bares desangelados, mezclas de colores imposibles— es el escenario donde circulan, como en una nueva Babel, toda clase de seres humanos buscando su lugar en el mundo.
El otro lado de la esperanza es una fábula social salpicada de humor negro, algunos gags francamente divertidos, para apuntar de manera originalísima a un drama humano que viene ocupando al director desde El Havre: la migración forzada y su estela de dolor y desarraigo, algo que se nos ha vuelto cada vez más cercano.
EL OTRO LADO DE LA ESPERANZA (Toivon tuolla puolen)
Amor, alegría y dolor se cruzan en esta película sensible y muy contemporánea, sobre una adolescente desgarrada entre dos mundos.
Ya en su primera secuencia, A Wedding nos revela aquello que estará en permanente tensión a lo largo del filme, una batalla que ante todo se libra en el fuero más íntimo de su protagonista, Zahira Kazim (Lina El Arabi). En ella cohabitan oriente y occidente. A sus 18 años, es tan liberal como cualquier adolescente del Primer Mundo, disfruta de lo que le ofrece ese entorno y accede a los derechos que le brinda su país de residencia, Bélgica. A la vez, sigue los ritos de su religión y las tradiciones musulmanas de su cariñosa familia, de ascendencia pakistaní. Hasta que se enfrenta a cumplir aquello que no se transa en su hogar: una mujer debe casarse con un hombre de su origen y credo.
Para su familia, se trata de un asunto de relevancia vital. Una mujer soltera es inconcebible. El director dota de gran humanidad a su historia y a sus personajes: se hace cargo del dolor de unos y otros, porque en este drama no hay víctimas y victimarios, sino seres humanos lidiando con sus complejidades.
Zahira —a quien la cámara muchas veces sigue en primeros planos cerrados— se debate ante la imposibilidad de tomar decisiones: cualquier opción tiene un altísimo costo para ella. Aunque se trata de un drama, A Wedding es una película llena de momentos luminosos y cálidos. Lina El Arabi contribuye mucho a ello: la actriz es capaz de mostrar de manera natural y convincente a la joven juguetona, alegre y de gran temple sobre la que va la película. Una chica cuyo rostro se ensombrece cuando se siente atrapada y no termina de convencerse de los pasos que va dando.
Si el tránsito de la adolescencia a la adultez es en sí complejo, para Zahira y su familia ello puede bordear ribetes trágicos. Streker utiliza muy adecuadamente el recurso de la elipsis, marcando y deteniéndose, en cambio, en escenas y encuadres cargados de sentido.
A WEDDING (La Boda / Noces)
Una suerte de prólogo en el estilo sucio de un video casero da la partida a En Pedazos : es la singular ceremonia de matrimonio entre Katja (Diane Krüger) y Kurd Nuri, de origen kurdo (Numan Aacar) celebrada en la cárcel, “residencia” del novio. Son imágenes divertidas, ella luciendo sus tatuajes y su pelo rubio, él, con su negro cabello hirsuto vestido con una elegancia impensada.
A 6 años de aquello, la pareja tiene una vida feliz y una bonita casa en Hamburgo, junto a su pequeño hijo Rocco. Nuri se ha instalado con una oficina en el centro, con un negocio que no tiene nada que ver con el tráfico de drogas que alguna vez lo tuvo en prisión.
Un día frío Katja deja ahí a Rocco mientras se reúne con una amiga para una tarde de conversación y relajo. Y es ahí donde arranca la tragedia: tardíamente Katja se entera que una bomba ha explotado en la oficina de Nuri. De su familia no queda nada. Entre el shock y el dolor, apoyada por sus padres y amistades, Katja aporta información a la policía, lo que redunda con los sospechosos del atentado en tribunales. Pero la justicia no alcanza y lo que resulta de allí se convierte en una segunda estocada para Katja.
Más que indagar en la violencia política o en la ineficacia de la justicia, el foco de la película está en el proceso de duelo de Katja y en su silencioso y desgarrador viaje hacia lo más profundo de su propio infierno, la nada y la desolación. ¿Es la venganza una forma de alivio? Frente a la violencia ¿no hay más remedio que más violencia?
Es lo que en los ’60 se denominó la espiral de la violencia, que en las secuencias del juicio nos retrotrae más atrás aún en la historia y que luego dibuja los trágicos pasos de Katja. ¿Cómo se puede romper esa espiral? Mientras esperamos esa respuesta, los cuerpos de una familia feliz -ideal, “integrada”- han volado en pedazos.
EN PEDAZOS (En la Sombra/ In The Fade/ Aus dem Nichts)
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