Chaplin o Bergman, Kieslowsky, Agnes Varda, Kiarostami, Tarkovski, Almodóvar, pero a la vez estrenos cinematográficos recientes (off-Hollywood, mayormente).
Muy difícil hacer una pequeña lista, pero acá va el esfuerzo:
Lo que parece un musical sobre una pareja de famosos que se conocen, se enamoran y tienen una hija es, en manos de Leos Carax, una muy singular mezcla de ópera trágica, sombrío thriller de amor y desamor y cruda mirada al éxito, la avaricia y la manipulación infantil. Así de vertiginoso sucede todo.
En medio de planos cuidadosamente pensados y un inquietante uso del color y la iluminación, que marcan las atmósferas, se desenvuelven los protagonistas. Henry (Adam Driver) y Ann (Marion Cotillard) cantan “So may we start” como carta de presentación. Ella es una muy exitosa y querida cantante de ópera, de renombre internacional; él, un rupturista comediante de “standup”. El idilio es arropado por la aprobación del público no solo en Redes Sociales sino que por sus ascendentes carreras. Hasta que el lado oscuro del enigmático Henry, esa masculinidad tóxica que siempre estuvo allí, contenida en una relación impensada, comienza a tomar forma y crecer de una manera insospechada.
El desacople se produce cuando la personalidad de Henry supera a su personaje en el escenario y su exitosa carrera se derrumba, mientras que la de Ann sigue en ascenso. El nacimiento de Annette es otro punto de inflexión.
El director toma una singular decisión para representar a la misteriosa niña. que da el título al filme, y que cobra todo su sentido hacia el final, en que la historia se ha ido oscureciendo más y más.
Una película arriesgada, muy creativa en el uso de imágenes, color y música; por ello mismo muy original y no apta para todo público.
ANNETTE
Rupturista de principio a fin, imaginativa y transgresora, en Titane Julia Ducournau da vuelta cualquier concepto de violencia para llevarnos a una cruda, salvaje, sin estilización alguna. No hay luchas coreografiadas de esas que intercalan primeros planos de rostros artísticamente maquillados, con gestos estudiados, mientras sudan peleando.
Su protagonista no es una heroína pero tampoco va de víctima por la vida. Es una joven que reacciona con una rudeza y bestialidad de alto voltaje ante cualquier asomo de agresión (o que ella sienta como tal).
Música, sexo (del tipo inclasificable) y danza se entrecruzan en esta historia que sigue a Alexia, una mujer que lleva un implante de titanio en la cabeza, tras un accidente que sufrió cuando niña. En ese breve prólogo con que abre la película —con la pequeña en el auto— se adivinan los rasgos psicopáticos de Alexia. De adulta, se desempeña como bailarina erótica en un “car show”.
Alexia deviene en una serial killer cuya ferocidad se alimenta con una ira que no pretende controlar (hay escenas muy rudas). En su errático y libre devenir nocturno se detiene cuando toma conciencia que está siendo intensamente buscada por la policía. El disfraz y el plan que se inventa la llevan hasta Vincent (Vincent Cassel), un hombre quebrado como ella, que lleva años buscando a un hijo desaparecido.
El cuerpo es un elemento que predomina en esta historia: lo que Alexia hace con el suyo y los de los demás; lo que hace Vincent, usándolo como una suerte de castigo; eso que crece en el vientre de Alexia a su pesar; la danza como expresión de un arcoíris de emociones, momentos y sentimientos.
En Titante hay más imágenes, música y silencio que diálogos. Y muchas (y precisas) elipsis. Todo para llegar a lo que ha estado escondido y siendo buscado de la peor manera: aunque suene contradictorio, el amor es el hilo que conduce esta historia brutal. El amor que redime almas muertas como las de Alexia y Vincent. Uno que incluye, al final, un pequeño elemento fantástico
La banda sonora es clave (incluida la inolvidable escena en que Vincent le enseña a Alexia a entonar “La Macarena”). Titane es una genialidad, pero, advierto: es muy cruda y es para público cinéfilo.
TITANE
Una de las películas fundamentales del siglo XXI, ¡entrañable!, asombrosa e imposible de olvidar. Difícil imaginar otra producción que escudriñe tan cercana y descarnadamente la vida cotidiana en la China de los últimos 40 años.
Esta asombrosa hazaña, que es en sí misma una epopeya, la logró el director Wang Xiaoshuai con la merecidamente premiada Hasta Siempre, Hijo Mío. A través de una pareja común y corriente y sus amistades, sometidos a la estricta vigilancia estatal, el espectador se convierte en un testigo privilegiado, que va de asombro en asombro, de cómo se vive el día a día en ese esquema político. Esta invasión del Estado en el mundo privado tiene aquí su máxima expresión en la Política del Hijo Único (que se relaja en 2015) y que toca directamente a los protagonistas.
A lo largo de 3 horas que no tienen desperdicio, la pareja sigue viviendo y padeciendo su total imposibilidad de tomar decisiones propias, con la resignación de quien no tiene nada ninguna alternativa. Y callando el dolor.
En ese período también verán girar las políticas económicas: inolvidable la escena en la que sumariamente un directivo les comunica a los obreros del lugar donde trabajan que ya no seguirán allí. En este brusco giro, algunos tendrán la capacidad de aprovechar los cambios, otros quedarán en el camino.
El director estructura su película en distintos quiebres temporales, recurriendo a elipsis, pero siempre de la mano de sus protagonistas. Ellos representan a una amplia generación que debió aceptar y adaptarse (o no) a los cambios sin chistar.
HASTA SIEMPRE, HIJO MÍO (Di jiu tian chang)
Iva (V. Miroshnichenko) es una mujer joven, taciturna, que a veces se queda estática y perdida en algún recuerdo que la enmudece. Muy alta (por eso le dicen Dylda), tan rubia que parece fantasma, ha vuelto de la guerra para trabajar en un hospital.
Con Iva está un niño, que luego sabremos que sería hijo de su amiga, Masha (V. Perelygina), quien pronto vuelve del frente de batalla. Aún vistiendo su uniforme militar, Masha se presenta como el opuesto de Iva: es vehemente, de mirada intensa, casi avasalladora. Pero ambas, de distintas maneras, son personas extraviadas, rotas, insensibles ya al horror que sea. La vida y la muerte son la misma cosa: no hay de qué sorprenderse. En este desvarío confuso, Masha se concentrará en una obsesión, que requiere de la participación de Iva.
Es 1945 en Leningrado: la vida es dura, pero la rutina parece acallar las tragedias, aquellas que ya pasaron y las que ocurren ahora, como si todo fuera parte de una realidad con la que hay que convivir sin aspavientos. El tranvía que las traslada, las viviendas compartidas donde escasea la comida, el hospital donde trabajan, las calles heladas son el escenario por donde transitan simulando vivir.
El director nos entrega escasa información, en diálogos que parecen susurros o gritos apagados. Como si Iva y Masha estuviesen imposibilitadas de narrar porque las palabras no alcanzan o ya no sirven. Las imágenes, en cambio, son elocuentes. La dirección de arte es para cortar el aliento: el verde, el rojo, el ocre se reiteran en cada secuencia. Una de ellas está inspirada en “The Bath House”, pintura de Zinaida Serebrakova, de 1913.
La belleza de la composición de cuadro que atraviesa todo el filme no esconde la crudeza y la frialdad que se entrecruzan en el relato.
La brutalidad de la Guerra ya no está: lo que quedan son seres desarticulados en sus emociones, su moral, su psiquis. Hay escenas que estremecen al espectador, pero ya no a sus protagonistas. Una joya cinematográfica. Para cinéfilos exigentes.
BEANPOLE (Dylda)
Como en su reconocida película Florida Project (con Willem Dafoe), en Tangerine Sean Baker también pone su mirada en seres al margen en una sociedad del Primer Mundo. Y lo hace de una manera entrañable, íntima, con pinceladas de humor, uno que surge natural desde las situaciones que viven sus protagonistas.
Esta vez sigue a Sin-Dee, una prostituta trans que acaba de salir de la cárcel. En un encuentro con su amiga Alexandra se entera que su novio (y proxeneta) Chester, la ha engañado. Sin-Dee recorrerá la ciudad en Nochebuena buscando a Chester para saber la verdad. Nada más alejado de la truculencia, este es un drama lleno de humanidad y humor.
En esta historia se percibe cariño y respeto por las personas.
Tangerine es el más emocionante canto a la amistad verdadera que alguien pudo poner en pantalla. Esto es cine indie al extremo: Sean Baker grabó esta película con celulares.
TANGERINE
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