Agosto 2, 2022

Mis motivos para votar Apruebo. Por Eugenio Tironi

Ex-Ante

Ha llegado la hora de pronunciarse. Lo hago por el Apruebo, y ello a pesar de haber sido crítico público de muchos aspectos del proceso constituyente; a pesar de tener dudas sobre varias dimensiones de la propuesta; y a pesar, también, de que muchos de mis compañeros de ruta y generación se han volcado, con buenas razones, por el Rechazo.


El próximo plebiscito nos enfrenta a la disyuntiva de definirnos entre dos opciones, Apruebo o Rechazo. Blanco o negro, nada de grises. Resulta desgarrador, pero así opera la democracia: una elección forzada entre alternativas cerradas escritas en una papeleta, no una guiada por la compleja noción que cada uno pueda tener acerca de lo correcto o incorrecto, el bien y el mal. Esto mismo obliga a ponderar cuidadosamente la decisión que se tome, más aún cuando se trata —como en este caso— del marco valórico-jurídico que ordenará nuestra convivencia por un tiempo largo.

En Chile el proceso constituyente se ha realizado con inéditos niveles de transparencia. Hemos dispuesto de toneladas de información y análisis, gracias a aquellas provenientes de la Convención encargada de la redacción de la nueva Constitución Política, y al trabajo de los medios de comunicación y de los entes académicos que le han dado seguimiento. Aunque el tiempo ha sido escaso, los ciudadanos hemos tenido ocasión de reflexionar y deliberar. Ojalá las opiniones y proposiciones externas hubiesen sido aún más incidentes, pero, con todo, ellas han conseguido imponer algunos temas y corregir otros.

Así las cosas, ha llegado la hora de pronunciarse. Lo hago por el Apruebo, y ello a pesar de haber sido crítico público de muchos aspectos del proceso constituyente; a pesar de tener dudas sobre varias dimensiones de la propuesta; y a pesar, también, de que muchos de mis compañeros de ruta y generación se han volcado, con buenas razones, por el Rechazo.

Sé perfectamente que en elecciones de este tipo —me refiero a aquellas que implican promesas, o quizás amenazas—, los factores emotivos son mucho más relevantes que los racionales, y que a menudo estos últimos solo sirven para justificar los primeros. De hecho, ante un texto de la ambición del que tenemos por delante, nunca faltarán aspectos del mismo que sirvan de evidencia para fundamentar sea una opción o la contraria, ambas determinadas ex ante por factores difícil de verbalizar. De ahí que lo mío no son razones: son apenas motivos.

Los motivos que expongo dicen relación con tres dimensiones: el significado del proceso mismo, las definiciones del texto propuesto, y las consecuencias que ambas opciones (Apruebo o Rechazo) tendrán sobre el paisaje político y la evolución del país.

Mi argumentación no es de tipo constitucional, campo sobre el cual declaro mis limitaciones e inhibiciones. Pero no nos hemos escapado de las leyes de hierro de los economistas para rendirnos dócilmente ante la lógica inflexible de los constitucionalistas. Mi raciocinio es más bien de corte sociológico y cultural, con mucho de vulgar sentido común, y por cierto está abierto a la refutación.

Para facilitar la exposición, he ordenado este argumentario pensando en las razones de mis amigos y cercanos por el Rechazo. El propósito no es convencerlos —como indiqué, es algo que estimo poco probable—; es simplemente explicarme y así mantener los puentes abiertos. Cualquiera sea la alternativa que gane, habrá mucho que hacer juntos.

1. “Estamos pagando el costo de un pecado capital: haber aceptado la participación de listas de independientes en la elección de convencionales, lo que dejó a los partidos políticos con una representación exigua”.

  • Este razonamiento se ha empleado a destajo para lanzar un manto de duda sobre la legitimidad de la Convención Constitucional (CC) y sus resultados. No se pregunta, sin embargo, por qué la clase política aceptó transversalmente la participación de independientes tal como ellos lo pidieron, con listas propias. No fue por una búsqueda de lo que es justo ni obedeció a un arrebato de magnanimidad; fue porque su propia legitimidad estaba puesta en duda. Como le escuché a un alto dirigente de un partido de centro-izquierda, hoy por el Rechazo, si la Convención hubiese sido un espejo de la Cámara de Diputados, la validez de sus resultados habría sido cuestionada desde el día uno. Basta con recordar el aplastante rechazo, en el plebiscito de entrada de octubre de 2020, a una «Convención Mixta» que incluyera parlamentarios.

2. “¿Cómo puedes avalar los resultados de una Convención donde primó el protagonismo de personas que no son  expertas en materias constitucionales,  y que fueron a ella a expresarse vía performances antes que a trabajar diligentemente en un texto difícil, técnico, que requería de acuerdos amplios?”.

  • Ciertamente que me molestaron las performances de la Tía Pikachú y el Pelao Vade, pero sus actuaciones no me inducen a negar el enfoque elegido. Hubo excesos, sí, desde luego; pero hay que admitir que las suyas son formas legítimas de expresión de grupos que se han sentido marginados de los círculos oficiales, y cuyos recursos de comunicación son diferentes de aquellos de la elite intelectual y política.

3. “La CC fue manejada por un puñado de intelectuales que impusieron teorías, lenguajes, normas e instituciones que son exógenas a la historia del país”.

  • Esta tesis tiene un supuesto que me gustaría discutir: Que el proceso fue manejado por una elite que tenía un diseño preestablecido, la cual se impuso plenamente. La evidencia disponible indica que no fue así; que las definiciones se fueron «cocinando» una a una, a partir de una agregación de enfoques e intereses, sin que nadie pudiese imponer en forma perfecta su propio diseño.

4. “La CC se farreó la oportunidad de construir la “casa de todos”. ¿Por qué? Porque en lugar de incorporar a las minorías de derecha, las estigmatizó y marginó; y en lugar de proponer un texto consensual que hubiera hecho del referéndum un mero trámite, nos somete a un plebiscito de salida altamente polarizado”.

  • El argumento es fuerte. También lo he esgrimido al ver las conductas rabiosas y las posturas ultraradicales de muchos convencionales, más interesados en expresar su resentimiento o dar testimonio de sus dolores o causas, que en confeccionar un texto constitucional que regule legítimamente la convivencia entre quienes pensamos diferente. Pero creo importante no quedarse en el síntoma y explorar las causas de este comportamiento.

5. “No encuentro tan malo el texto propuesto, pero no puedo sumarme a un movimiento por el Apruebo donde están los que plantean instaurar los soviets, las feministas rabiosas, los ecologistas favorables al decrecimiento, los indigenistas que reclaman el desmembramiento de Chile, más los comunistas que plantean que esta es la madre de todas las batallas”.

  • Los «30 años» fueron mezquinos en la integración de los perdedores del sistema, y es hora de repararlo política y simbólicamente. Si se trata de tender puentes, hay que hacerlo hacia esos grupos, que expresaron en la Convención su resentimiento y su rabia. Tenderlos hacia los grupos más satisfechos y acomodados sumándose al Frente del Rechazo es bastante menos arriesgado, pero no contribuye a desactivar la bomba que, como vimos en octubre, se esconde en los intersticios de nuestra sociedad y está siempre pronta a activarse.

6. “Esto hay que tomárselo en serio. Es el futuro del país el que está en juego. De esto dependerá si Chile sigue siendo una democracia y si continúa en una ruta de prosperidad o se convierte en una Argentina o, lo que es peor, en una Venezuela”.

  • No creo que si algo se coloca en la Constitución, mágicamente se hará realidad. Ello vale para todo: para los derechos (salud, educación, previsión, vivienda, medioambiente…), y también para las protecciones, sea a la libertad, la autonomía o la propiedad. De hecho, la Constitución actual señala una miríada de cosas que no se cumplen, o contiene normas que han sido desbordadas por efecto de los cambios sociales y culturales, pero esto por sí solo no la invalida. La Constitución es un marco mucho más flexible de lo que nos quieren hacer creer tanto los profetas del paraíso como los del infierno, apoyados por expertos constitucionalistas encumbrados en su momento de gloria.

7. “Estoy de acuerdo en que hay muchos aspectos de una Constitución que son más retóricos que prácticos. Pero hay uno fundamental: el que define cómo se expresa la soberanía popular, cómo se distribuye el poder y cuáles son sus contrapesos. La llamada “sala de máquinas”. En esta materia, la propuesta constitucional deja mucho que desear. Deja vacíos graves, no regula adecuadamente los diferentes poderes y debilita ciertas instituciones fundamentales, como la Presidencia y el Poder Judicial”.

  • Concuerdo en que la CC se dio ciertos gustos refundacionales más propios de la edad que de su rol y su mandato. Por ejemplo, cambiar las denominaciones Poder Judicial por Sistema de Justicia, o Senado por Cámara de las Regiones. Tampoco me gusta la composición del Consejo de la Justicia y tengo aprehensiones sobre las formas que adquieren la plurinacionalidad y las autonomías regionales. Concuerdo también en que la propuesta deja muchas ambigüedades, situación que afortunadamente queda en manos del Congreso dirimir. Todo esto, sin embargo, no me conduce a sostener que esta «sala de máquinas» es una jaula de hierro que determinará por siempre los modos de conformación y administración del poder. En esta materia soy otra vez relativista. Que me perdonen nuevamente los abogados constitucionalistas y algunos colegas cientistas políticos: creo más en la capacidad de las mayorías políticas de adaptar las normas a sus pretensiones que la de las normas para determinar el comportamiento de las mayorías políticas.

8. “De la “sala de máquinas”, lo que menos me gusta es el inmenso poder que coloca en manos de las mayorías políticas, las cuales —como sabemos— son extremadamente veleidosas y manipulables por líderes populistas, autoritarios o inescrupulosos. Una buena Constitución se mide en sus contrapesos, y aquí son muy escasos”.

  • Sobre esto sí que tengo objeciones de principio. Es cierto que tenemos una historia tumultuosa, que dejó a nuestra generación con un trauma respecto de las consecuencias dolorosas que puede traer consigo el caos desatado por el desborde popular incitado por un triunfo electoral. Me refiero concretamente a la experiencia de la UP. Este trauma nos inclinó, durante la Transición, a privilegiar la gobernabilidad sobre la representatividad, una inclinación avalada por la literatura acerca de las transiciones y por la opinión de los expertos dominantes en el campo constitucional, generalmente conservadores. Esta tradición se vuelve a expresar ahora, bajo la forma de una visión crítica hacia todo lo que huela a darles excesivo poder a las mayorías electorales.

9. “Estoy de acuerdo en que Chile tiene una deuda con los pueblos originarios. Concuerdo también en que hay que encontrar mecanismos que faciliten su participación política, así como en ofrecerles una mayor autonomía a sus territorios. Pero de ahí a declarar la plurinacionalidad, concederles escaños reservados, darles representación en todas las instituciones del Estado, crear sistemas especiales de justicia, dotarlos de autonomía territorial y establecer la necesidad de su consentimiento, como lo propone el borrador de Constitución, es ir demasiado lejos. Conducirá a un desmembramiento y debilitamiento de Chile y hace del orden constitucional rehén de los pueblos originarios”.

  • El Estado chileno viene por años y años ofreciendo a los pueblos originarios cuestiones que no ha cumplido, mientras el conflicto no hace más que ahondarse. ¿Por qué no reconocer que el Estado, con las políticas que hoy día impone y los recursos que posee, no es capaz de detener la situación de insurrección que asola a parte del sur de Chile, ni lo será? Es hora de probar nuevas herramientas, que cuenten con una renovada legitimidad. Las que provee el borrador constitucional despiertan justas aprensiones, pero ofrecen un camino pacífico. ¿Por qué no darles una oportunidad? Prefiero probar lo propuesto antes que tirarlo anticipadamente por la borda.

10. “Una Constitución no es un campo de experimentación. Las ideas que contenga deben estar digeridas, porque es un texto destinado a orientarnos por muchas décadas. No podemos equivocarnos. Lo que se apruebe en el plebiscito no tiene vuelta atrás”.

  • Discrepo. Quizás lo fueron en el pasado, pero actualmente no podemos tomar la Constitución como un texto sagrado. Lo saben los judíos, cuyos sabios pasan su vida reinterpretando las Sagradas Escrituras. Lo saben también los católicos, sobre todo después de Laudato Si’, donde el papa Francisco imputa el «humanismo antropocentrista» a una mala lectura del Génesis, según la cual este nos «invita a “dominar” la tierra» (cf. Gn 1,28). Si lo hacen los sabios y los papas, ¿por qué habríamos de privarnos de reinterpretar o cambiar, a futuro, lo que está escrito en la Constitución? Ya pasó la hora de «lo escrito, escrito está»

11. “La propuesta introduce materias que no estaban en la agenda de octubre de 2019. Se pone al día en materia de derechos sociales, pero incluye muchas otras dimensiones que son totalmente exógenas (naturaleza, feminismo, descentralización, pueblos originarios), las que responden a la influencia de ciertos intelectuales cosmopolitas antes que a las demandas de los grupos sociales más vulnerables”.

  • La propuesta constitucional plantea un cambio de paradigma (algo así como un «giro ontológico») en la forma como concebimos el desarrollo, la identidad colectiva, la convivencia y la democracia. Son quiebres disruptivos que, como es natural, provocan temor; pero pienso que vale la pena asumir los riesgos que involucran, pues atacan los desafíos de hoy y movilizan a las nuevas generaciones. Si lo hacemos con cuidado, esto podría colocar a Chile en una posición de vanguardia en las cuestiones que hoy en día son relevantes para toda la humanidad.

12. “Lo óptimo son Constituciones breves, enfocadas en lo fundamental, que es la forma como se organiza el poder, dejando cualquier otra materia al juego democrático. La propuesta de la Convención es lo opuesto. Es mezquina y poco precisa en su cometido básico, y en cambio es generosa y detallada en materias que son de orden programático y que no debieran ser parte de la Constitución; entre ellas, las que dicen relación con los derechos sociales, la protección de la naturaleza, la descentralización, los pueblos originarios y los derechos de las mujeres”.

  • Teóricamente estoy de acuerdo; pero en las condiciones de extremo deterioro en que se encuentra la cohesión social de Chile, ¿dónde se pueden consagrar ciertas orientaciones comunes, y por quién? ¿No son la Constitución y la Convención una oportunidad que hay que aprovechar en tal sentido?

13. “La propuesta elaborada por la CC es excesiva y, por lo mismo, impracticable. Anuncia derechos por doquier, pero estos no tienen soporte en las posibilidades materiales y económicas del país, lo que será fuente de constantes y paralizantes conflictos”.

  • Concuerdo en que la propuesta es un tanto desmesurada, pero lo es más en el plano retórico que en el estrictamente normativo. Si en lo primero peca de una tendencia inflacionaria, en lo segundo lo hace de modestia. No fue esta una decisión voluntaria, sino una necesidad ante la imposibilidad de alcanzar acuerdos que cumplieran la exigente regla de los dos tercios. Lo concreto es que muchos propósitos de la Constitución quedaron sometidos a «lo que determine la ley»; esto es, lo que determine un Congreso que tiene una distribución de fuerzas muy diferente a la imperante en la Convención, con una derecha con poder de veto. Se suma a ello que muchas materias quedan sujetas a la opinión de la nueva Corte Constitucional, cuyo poder de arbitraje sale reforzado, así como de los tribunales ordinarios de justicia, instancias que fallarán, seguramente, siguiendo los principios constitucionales y el sentido de realidad.

14. “La propuesta de la CC contiene disposiciones que vuelven muy difícil, si no imposible, su reforma, como aspiran ingenuamente algunos partidarios del Apruebo. Los cerrojos y candados que le pusieron son superiores a lo que se ha propuesto en cuanto a rebajar, de dos tercios a cuatro séptimos, el quórum para reformar la actual Constitución”.

  • Admitamos que tengan razón, que hay aspectos del proyecto que dificultan su reforma. Para algunos aspectos medulares del nuevo texto se estableció un quórum de dos tercios en el Congreso que, de no alcanzarse, obliga a dirimir la propuesta mediante un plebiscito. Algunos ven esto como un candado, pero es de toda lógica que una Constitución aprobada por un plebiscito (como sería el caso) requiera que una modificación sustancial sea ratificada por otro plebiscito, a menos que se quiera arrebatar la soberanía al pueblo. Con esto Chile se estaría acercando al tipo de naciones que ocupan usualmente los referéndums para dirimir controversias claves, lo cual habría que recibir como una buena noticia.

15. “Si alguien tiene reparos al texto propuesto por la Convención, no tiene lógica Aprobarlo para luego introducirle ajustes, correcciones o reformas. Es mejor votar Rechazo y desde ahí iniciar un nuevo proceso que nos conduzca, ahora sí, a una Constitución que nos interprete a todos”.

  • Se aduce que, enfervorizados por la victoria, los grupos más radicales no querrán tocar ni una coma de la flamante Constitución; pero lo mismo se puede decir ante un eventual triunfo del Rechazo: las huestes favorables a mantener la Constitución actual interpretarán la victoria como un apoyo a su postura en el plebiscito de entrada y desplegarán todo su poder –que no es poco– para defender el statu quo y evitar cambios fundamentales.

A continuación el artículo completo:

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