Leía hace algunas semanas que el Reino Unido, de la mano de su primer ministro Rishi Sunak y el ministro de Hacienda Jeremy Hunt, ha implementado una serie de políticas económicas un tanto predecibles y algo aburridas. Sin embargo, ello se ha traducido en buenas noticias para la economía británica, ya que ha bajado la inflación y han subido la inversiones. Existen fuertes evidencias de recuperación y los negocios que habían puesto en pausa sus inversiones post Brexit, se encuentran nuevamente invirtiendo de forma agresiva. Asimismo, con el paso al costado del excéntrico Boris Johnson, la política británica ha dejado de ser incierta, lo que sin duda contribuye a dar confianza a los inversionistas.
En Chile no podemos decir lo mismo, ya que los últimos años han sido todo excepto aburridos. Desde octubre del 2019 el péndulo entre derecha-izquierda se ha movido de manera vertiginosa. De ser un “oasis” pasamos a ser un país en “guerra”. La pandemia algo enfrió las cosas, pero vinieron los retiros, que dispararon la inflación a 20% entre 2021 y 2022. Mientras nos vacunábamos, decidimos embarcarnos en un proceso constitucional para refundar Chile y sus instituciones, lo cual culminó en un desastre para el novel gobierno de Gabriel Boric que se la había jugado el todo por el todo por una nueva Constitución a su imagen y semejanza. Varios jinetes del apocalipsis galoparon por esta tierra indómita dejando una huella de caos.
Luego, como somos un pueblo perseverante y “no hay primera sin segunda” partimos un segundo proceso constitucional, lleno de bordes, reglas, comisiones y mecanismos para que no se saliera de madre. Ello ha llevado, inevitablemente, a que sea un proceso infinitamente más aburrido que el anterior. Piense usted que dos de los temas más controvertidos del Consejo Constitucional han sido la eliminación de las contribuciones de bienes raíces para la vivienda principal de la familia junto con el siempre sensible tema del aborto. En cambio, en el fallido proceso anterior, modificamos el sistema político (¿recuerda usted la Cámara de las Regiones que eliminaba al Senado?), se modificaba el Poder Judicial, se reconocía la autonomía de los pueblos indígenas, se tocaba la autonomía del Banco Central, se eliminaban los derechos de agua (tema sumamente sensible para el mundo agrícola y minero) y un montón de etc., todo parte de una vorágine transformadora, para nada aburrida, pero tampoco divertida. En definitiva, el segundo proceso ha entregado mucha más certidumbre y no ha producido un dolor de guata entre aquellos arriesgados y estoicos inversores que siguen poniendo sus ojos (y sus lucas) en nuestro país.
Tampoco podemos decir que las reformas previsional y tributaria han sido “aburridas”, todo lo contrario. Particularmente en el caso de la reforma tributaria “Pacto Fiscal” se presentó una serie de propuestas sumamente innovadoras que tuvieron por objeto modificar el sistema de tributación, a la par de hacerlo más complejo para operar y fiscalizar. Frente a cambios de esta envergadura, su puesta en marcha requiere de un período mínimo de tres años para poder implementar los cambios a nivel de empresa y sobre todo a nivel del Servicio de Impuestos Internos (circulares, oficios, resoluciones, etc.). De haberse aprobado tal cual fue presentado el proyecto de ley nuestra autoridad impositiva hubiera estado muy “entretenida” materializando la reforma, que, por cierto, no hubiese mostrado un aumento de recaudación en el intertanto, tentando a nuestros desconfiados inversionistas a mirar hacia otras jurisdicciones más aburridas y, por ende, previsibles y confiables.
En definitiva, si bien la reforma previsional se encuentra en el congelador (con ambas partes acusándose mutuamente de ser obtusas e intransigentes) y la reforma tributaria pendiente hasta marzo de 2024, se hace necesario que Chile recupere la imagen de país confiable. Ello se logrará no inventando la rueda ni aumentando las expectativas mediante revoluciones o transformaciones estructurales, sino que mediante políticas probadas y duraderas que tanto éxito nos dieron el pasado. Lo cual es, sí, aburrido, pero mucho más efectivo.
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