Los poderosos de ahora. Por Natalia González

Abogada y académica
Imagen de archivo. Crédito: Agencia Uno.

La generación que, de la mano de la superioridad moral venía a redimir la política y a liberarnos de sus vicios, hace hoy gala de ellos y con megáfono. Que triste para Chile. Más aún si se considera que quienes decidieron acompañarlos (el socialismo democrático) en esta responsabilidad, y que por un segundo parecían poner la cuota -a lo menos- de experiencia, no lo han hecho y han decidido naufragar con ellos. En vez de dar un paso al costado, o poner el tono que se requería, han defendido lo realizado, haciéndole un flaco favor a las instituciones permanentes de la República.


El país marcha dando tumbos, en diversos ámbitos (educación, seguridad, salud y economía) y, sin embargo, nuestras autoridades, llamadas a servir a la ciudadanía y a promover el bien común, parecen más ocupadas del “sálvense quien pueda” desde sus posiciones de poder.

Hace tan solo unas semanas, el Presidente, en una alocución ajena a su investidura, se alegraba de que cayeran presos los poderosos. Hoy, sin embargo, los poderosos parecen tratados con guante blanco. Y es que el gobierno aún no es capaz de dar una explicación coherente y satisfactoria de por qué no cumplió o cómo es que cumplió (si es que lo hizo) con las exigencias de la Ley Karin; de por qué accedió, a través de la PDI, a información que se suponía tenía carácter de reservada; de por qué mantuvo en su cargo, a sabiendas de las investigaciones o graves denuncias que pesaban en su contra, al subsecretario (y aun no es claro, dadas las contradicciones en las versiones entre el Director de la PDI y la ministra Tohá, si sabía de investigaciones o de la denuncia propiamente tal, lo que no es baladí pues si el gobierno no sabía que había denuncias, entonces debió denunciar); de por qué la ahora ex autoridad pudo ocupar, siendo autoridad aun, un vehículo de carabineros si hacía una gestión personal.

El Ministerio Público, a su turno, no ha sido claro tampoco sobre los motivos que justificaron que el Fiscal Armendáriz hubiera ido a “conversar” con la entonces autoridad de Interior, sujeto de una investigación y denuncia en carácter de imputado, y liderada por el primero, al hotel en que pernoctaba ¿De qué se trató esa conversación, de la que no hay registro? Tampoco sobre las diferencias, con peras y manzanas, claramente, con el caso del ex futbolista hoy detenido y formalizado.

Tampoco se entiende que el gobierno, una vez enterado de que el subsecretario a cargo de la seguridad pública no se había presentado a trabajar el lunes 23 de septiembre en la mañana (porque estaba en el estado que estaba), y tras los numerosos homicidios acaecidos en esas fechas, no hubiera considerado ese un motivo suficiente para sacarlo del cargo el mismo martes en que se enteraba de las investigaciones, o denuncia, que pesaba en su contra.

Y no solo no hay claridad, sino que los desaciertos políticos cometidos una y otra vez en los días subsiguientes, por quienes estaban llamados a desenredar la madeja, solo han contribuido a enredarla más, generando o reafirmando la desesperanza respecto a quienes conducen los destinos de nuestro país.

En el mejor de los casos habría falta de pericia; en el peor de ellos, abuso de poder. Las investigaciones irán arrojando luces, pero en cualquiera de los dos el escenario para la población y nuestras instituciones es desolador.

En este contexto, las prioridades ciudadanas se van enterrando o a lo menos invisibilizando. Los hospitales públicos no cuentan con presupuesto para concluir el año, como declaró la ministra del ramo, pero a los profesores se les haría una oferta para pagarles la “deuda histórica”. No se entiende. Y como el resto del gobierno juega al sálvense quien pueda, y han comenzado los codazos y desmarques internos, todo esto pasa más o menos colado. El interés general pospuesto de cara a un poderoso interés particular.

La generación que, de la mano de la superioridad moral venía a redimir la política y a liberarnos de sus vicios, hace hoy gala de ellos y con megáfono.

Que triste para Chile. Más aún si se considera que quienes decidieron acompañarlos en esta responsabilidad, y que por un segundo parecían poner la cuota -a lo menos- de experiencia, no lo han hecho y han decidido naufragar con ellos. En vez de dar un paso al costado, o poner el tono que se requería, han defendido lo realizado, haciéndole un flaco favor al llamado socialismo democrático y más grave aún, a las instituciones permanentes de la República.

Protagonista, uno, e hilanderos del enredo, otros, hoy nos intentan convencer que lo que realmente estaría ocurriendo siempre fue parte de un diseño bajo el cual, lo que han buscado las autoridades, es ser genuinas. Nos dicen que son líderes de otra época que, con otras formas en política, en realidad lo que han venido a hacer es enfrentar y encarar, como nunca antes, los temas, aunque ello devenga en oscuridad y no en claridad.

Como si gobernar consistiera en hacer una permanente performance del tipo “cara a cara” en algo así como un reality show, completamente alienados de las responsabilidades y la trascendencia de los cargos que ostentan. Que triste para Chile. Cuán displicentes pueden parecer, o cuanto daño le pueden hacer a las instituciones permanentes del Estado, como la presidencia de la República y su gabinete, no parecen haber sido interrogantes pertinentes.

Lo problemático de todo esto es que no se trata de un caso aislado. El miércoles, previo a la ya comentada y extensa conferencia de prensa del Presidente del viernes, el mandatario fustigó a un poder independiente de la República, el legislativo, por su actuación en el caso del ex Ministro Sergio Muñoz. Para hacerlo, se valió de su calidad de Jefe de Estado, señalando que su llamado era así a cuidar las instituciones, en circunstancias que el mismo las descuidaba con sus palabras e imputaciones al Senado de la República. Señaló que el Poder Judicial debía estar exento de todo tipo de influencia externa (que pudiera afectar la independencia de decisión de cada juez), sin reparar que con su intervención la ejercía.

Que triste para Chile. El caso pasará y, en un tiempo, nuevas autoridades llegarán. No obstante, las instituciones, dañadas, permanecerán. Vaya tarea que se viene por delante.

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