En un escenario en que la violencia política y la radicalización parecen haberse legitimado – ya que muchos actores políticos y la propia Convención Constitucional no ven allí un problema- no es poca cosa que el próximo domingo se vaya a verificar un proceso electoral para elegir al Presidente de la República, la Cámara de diputados y parte del Senado, además de los miembros de los gobiernos regionales que acompañarán a los nuevos gobernadores.
Se trata de una renovación mayor de los cuadros dirigentes en el país y, sobre todo, de un acto de confianza de la ciudadanía en nuestra democracia, en las instituciones republicanas y en las tradiciones cívicas del pueblo chileno. Nada más alejado de la violencia urbana o rural que estas elecciones en donde se confrontan con plena libertad y respeto opciones que están en las antípodas del escenario político e ideológico.
El acto electoral representa algo así como una liturgia sagrada para los chilenos. Es la ceremonia en que todos somos iguales. No hay votantes que valgan más que otros, nadie pretendería impedir que cada uno manifieste su voluntad soberana en el secreto de la urna. Esto que nos parece tan normal, no es la realidad que predomina en el mundo.
La democracia no es parte de la naturaleza, es una conquista de la civilización que enfrenta amenazas constantes, que debe legitimarse cada día frente a sus enemigos que añoran o pretenden imponer dictaduras o autocracias.
Las nuevas autoridades que saldrán de este proceso electoral, amén de enormes desafíos en el ámbito económico, social y de la seguridad, tendrán que compatibilizar sus ideas con las de los miembros de la Convención Constitucional, que ya empiezan a debatir los temas de fondo del futuro ordenamiento político del país y viceversa.
La Convención no podrá ni querrá desconocer la voluntad mayoritaria que se expresará el domingo 21 de noviembre. No en vano decidieron iniciar los debates de fondo después de las elecciones.
Un enfrentamiento entre las futuras autoridades y la Convención sería un escenario fatal para el país, que solo nos puede llevar al fracaso, al regreso de la violencia que alienta salidas no democráticas y a la frustración de las expectativas de cambio que todos dicen comprender o alentar.
Los vientos políticos soplan en distintas direcciones. El clivaje Orden versus Reformas, o lo que es lo mismo, Miedo versus Esperanza, parece haber dejado atrás las identificaciones que ordenaron nuestro mapa político durante tres décadas. Muchos chilenos temen las consecuencias para sus vidas y las de sus familias del caos y la incertidumbre. Otros tantos esperan con ansiedad los cambios que les permitan mejorar sus condiciones materiales de vida.
La gobernabilidad se ha convertido en la carta de presentación imprescindible. Probablemente los candidatos están comprendiendo que la mayoría de los chilenos y chilenas quisiera Reformas en Orden, así al menos lo dejaron ver todos los candidatos y candidata en el último debate televisivo. Cual más cual menos, los extremos limaron sus inclinaciones radicales -desmintiéndose a sí mismos- y los del centro reivindicaron -por fin- su autenticidad y su historia.
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