Vivimos tiempos marcados por conflictos bélicos que involucran a grandes potencias militares y económicas y que amenazan la estabilidad global. La guerra entre Rusia y Ucrania, y el conflicto en desarrollo en Medio Oriente con Irán, Israel y Estados Unidos como protagonistas, mantienen en ascuas a los mercados financieros y al comercio internacional.
Otras consecuencias en el ámbito geopolítico es el surgimiento de un mayor gasto militar en la Unión Europea y posiblemente otros países occidentales, dado la incertidumbre reinante y el cambio de prioridades de Estados Unidos.
Federle et al. (2024) muestra que los efectos de las guerras en la economía son diferenciados por proximidad y participación. Las consecuencias de la guerra son devastadoras para el país en cuyo territorio acontece el conflicto, como es el caso Ucrania. Estas economías sufren una fuerte contracción del PIB, que pueden superar el 10% en el corto plazo, lo que normalmente es acompañado de un aumento de la inflación.
Esto se debe a la destrucción de capital físico como infraestructura y fábricas, la pérdida de capital humano por las migraciones y la mayor mortalidad, y la reasignación masiva de trabajadores del sector productivo hacia la milicia. La capacidad del Estado normalmente se ve sobrepasada, llevando a una crisis fiscal profunda y a la incapacidad de garantizar seguridad a la población.
Los países beligerantes sin combate en su territorio, como Rusia y Estados Unidos, normalmente aumentan su gasto público considerablemente a partir de mayor endeudamiento (incluso emisión monetaria), intentando diferir y suavizar la carga tributaria futura para evitar un desincentivo fuerte en el presente.
Sin embargo, el aumento del gasto público desplaza el consumo y la inversión privada. Se produce un auge del empleo en industrias de defensa e inversión que puede aumentar la productividad, como muestran Braun y McGrattan (1993), usando evidencia de las Guerras Mundiales. En el escenario actual, la mera amenaza de conflicto puede estimular avances tecnológicos con incorporación de inteligencia artificial con usos militares.
En el resto del mundo los efectos son heterogéneos. Los países vecinos enfrentan externalidades directas, como la crisis de refugiados y disrupciones en las cadenas de suministro regionales.
Los países alejados geográficamente, sufren por la volatilidad en los precios de materias primas como minerales, energía y alimentos. La incertidumbre financiera frena la inversión y se produce una alta fragmentación geoeconómica, donde las alianzas políticas influyen mucho más en los flujos comerciales.
El efecto en la economía chilena
Debido a su integración comercial y financiera, Chile es vulnerable a estos eventos externos. Los precios internacionales se ajustan con un efecto incierto. Por un lado, el alza del precio del petróleo y eventualmente de los alimentos impacta directamente la inflación, lo que induce una política monetaria más contractiva. Por otro lado, un aumento en la demanda global por armamento e industria pesada podría elevar el precio del cobre, generando un efecto total ambiguo en nuestros términos de intercambio.
Sin embargo, alguna posible ganancia por vía de precios sería atenuada por la previsible desaceleración del crecimiento global con impacto negativo sobre los volúmenes del comercio. Finalmente, el aumento de la incertidumbre y el mayor endeudamiento de grandes economías, elevarían las tasas de interés a nivel global. El crédito se haría más costoso, reduciendo la inversión y el consumo. Una caída de precios de los activos asociada a estos eventos puede mermar los fondos de inversión, afectando especialmente a personas próximas a la jubilación.
Frente a este complejo escenario, es importante considerar el acotado margen de maniobra fiscal que tiene Chile hoy. Por tanto, la principal herramienta macroeconómica en el corto plazo es una política monetaria cautelosa y creíble, como la que ha mantenido el Banco Central. Hacia adelante, un primer desafío es construir una posición fiscal más sólida, reduciendo el endeudamiento y ahorrando recursos donde sea posible.
La disciplina en el gasto público es una necesidad para enfrentar futuras crisis económicas, sanitarias o políticas. Un segundo desafío ineludible para las autoridades actuales y futuras es implementar una agenda pro crecimiento efectiva en un marco de acuerdos políticos que la sustenten en el tiempo.
Un mayor dinamismo económico interno es la mejor defensa contra la adversidad externa, ya que provee los recursos y la flexibilidad necesarios para adaptarse a un mundo con riesgos geopolíticos crecientes y con tres grandes cambios globales enmarcando el retrato de este primer cuarto del siglo XXI: clima, tecnología y demografía.
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