La encuesta CEP de agosto/septiembre de 2024, confirmó que la mayoría de la población tiene hoy una percepción negativa sobre el llamado estallido social, muy distinta de la que tuvo hace 5 años. Ante la pregunta sobre las manifestaciones que empezaron en octubre de 2019, solo un 23% dice que las apoyó, en contraposición con un 55% que dijo haberlas apoyado en la encuesta de diciembre de aquel año.
Es llamativo, por supuesto, que la encuesta aluda a “las manifestaciones”, en general, sin diferenciar entre violentas y pacíficas, lo que exigió que el encuestado hiciera su propia síntesis de lo ocurrido. Ello está en línea con otra pregunta del sondeo: “Considerando todo lo bueno y todo lo malo, ¿usted diría que el estallido social fue muy bueno, bueno, regular, malo o muy malo para el país?”. El resultado fue: Muy bueno y Bueno, 17%; Regular, 30%; Muy malo y Malo, 50%.
¿Qué pasó para que se produjera un cambio tan sustancial en la visión de lo ocurrido? Es casi imposible que una encuesta pueda penetrar en el enjambre de ideas, sensaciones o ilusiones que provoca en las personas una experiencia como la de 2019, cuyas características no tienen parangón en nuestra historia, pero algo hondo e intenso tiene que haber pasado para que la mayoría vea hoy lo que no veía hace 5 años.
De un modo u otro, casi todos hemos tenido la posibilidad de percibirlo en la vida diaria, en las conversaciones y hasta en una especie de remordimiento de algunas personas por haberse dejado arrastrar por la ola. El cambio se aprecia incluso en la actitud de los políticos y figuras de la TV que fueron entusiastas del estallido y le echaron leña al fuego, pero que ahora ponen cara de inocentes, aunque sin asomo de autocrítica por el tóxico papel que jugaron.
La repetición del calificativo de “social” buscó ennoblecer lo innoble. Y fue inmenso el efecto disociador. Aún hoy, ciertos analistas buscan rastrear los elementos sociales que, como la desigualdad y los abusos, explicarían el estallido, según ellos. Por ese camino de justificación se puede llegar muy lejos, por supuesto. Pero, lo característico del 2019 fue un deliberado empeño por negar la historia de Chile, lo mucho hecho en términos concretos, no líricos, para construir un orden más justo.
Si es válida la lectura social, ¿por qué estallaron las llamas en 2019, y no en el gobierno anterior, cuando la economía dejó de crecer? ¿En qué momento los malestares se convirtieron en furia? “En los 30 años anteriores, pues”, quizás respondería un insurrecto con dieta parlamentaria. Y eso nos obliga a incorporar otras variables al examen de las convulsiones y laceraciones de hace 5 años. ¿De qué variables se trata? De las miserias de la política, por ejemplo, de cómo el golpismo puede arreglárselas para mostrar un rostro humano.
“La violencia hizo lo suyo”, dijo un senador en los días de la Convención, para destacar que, gracias a ella, el país tenía un proceso constituyente. Es cierto que la violencia hizo lo suyo, pero en un sentido exactamente opuesto al proclamado por ese parlamentario. El octubrismo se convirtió en una expresión amenazante y desmesurada, que la mayoría terminó por asociar con la posibilidad de hundimiento del orden legal. Está fuera de duda que la criminalidad creció desde entonces.
Fue una tragedia moral y cultural que muchas personas se mostraran indulgentes frente a la barbarie, en algunos casos por creer que era la manifestación necesaria del despertar del pueblo, y en otros casos por miedo a la agresión. De cualquier modo, en aquellos días se debilitaron hasta un punto crítico los valores democráticos, y el ejemplo más vergonzoso de la renuncia a defenderlos vino directamente desde el Congreso Nacional.
Frente al cambio de percepción, no queda sino constatar que, en tiempos de crisis, todos podemos confundirnos y hasta autoengañarnos. Con todo, podemos aprender en el camino, a veces lentamente, y en otras ocasiones luego de dolorosos encontronazos con la realidad, que es lo que sucedió en este caso. La mayoría de la sociedad sintió de cerca el aire helado de la desarticulación de la convivencia civilizada, y aprendió que hay cosas que debemos evitar a toda costa.
Quedó contundentemente demostrado que, cuando los demócratas vacilan y retroceden ante los frenéticos, todo es posible. Ya vimos y sufrimos las consecuencias del extravío. Tenemos que estar dispuestos a defender la vida en libertad.
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