Tres figuras de derecha lideran la carrera presidencial. Nunca visto en Chile. Nuestra sociedad parece haberse derechizado. Incluso las declaraciones de Evelyn Matthei sobre el golpe de estado de 1973 han sido interpretadas como un intento de la candidata de centroderecha de mimetizarse con sus rivales de la derecha a secas, José Antonio Kast y Johannes Káiser. Su apertura a reponer la pena de muerte y la propuesta de construir una mega cárcel a-la-Bukele en el desierto, ídem. ¿Cuándo y por qué se derechizó -tanto- Chile?
Una primera tesis es que se trata de una reacción casi natural frente al avance paulatino de las ideas de izquierda en los últimos años, al menos en la dimensión política y cultural (el modelo económico sigue siendo el mismo). Ingresó el Frente Amplio con bombos y platillos al debate público, haciendo gala de un progresismo a ratos insoportable. Mientras tanto, los chilenos se secularizan y afirman identidades posmodernas que amenazan el imaginario patriótico tradicional.
Según algunos, el estallido social sintetizó todas las demandas de la izquierda, tanto por distribución como por reconocimiento. Aunque la inmensa mayoría dijo entonces favorecer las protestas, incluso las violentas -de otra forma Chile no “despertaba”-, hubo una significativa fracción de la población que se mordió la lengua en público para evitar la funa popular, mientras despotricaba contra el vandalismo y el “golpe blanco” al gobierno de Piñera en sus chats privados.
Nadie sabe para quien trabaja: el hito que daría origen a la plebeyización de Chile y ajusticiaría a la elite abusadora, terminó consolidando un proceso de derechización sin precedentes. Los luchadores sociales nos pidieron retroceder un paso con la promesa de que luego avanzaríamos dos. Terminamos -pandemia mediante- retrocediendo tres. Los que entonces guardaron silencio, sacaron la voz. Ahora es su momento de saldar cuentas.
Es difícil separar el estallido de la Convención Constitucional, en la medida que la segunda es la encarnación institucional del ethos rebelde del primero. Su programa inequívoco de reivindicación histórica de los grupos sistemáticamente excluidos se fue al chancho y activó la resistencia del resto de los chilenos, que leyó en el relato victimista una excusa para saltarse la fila. Si acaso tiene fecha, la derechización de Chile comienza el 4S con el abrumador triunfo del Rechazo.
La segunda tesis en competencia asocia la derechización en Chile con el shock migratorio y la idea de una crisis de orden público. La evidencia sugiere que allí donde la multiculturalidad es costumbre y la ciudadanía se asume cosmopolita no hay rollo con los extranjeros. Pero allí donde antes había homogeneidad y de un suácate se llena de colores, olores, ritmos y lenguajes nunca vistos, la xenofobia está a la vuelta de la esquina. Pasó en el Brexit, pasó con Trump. Pasa en Chile.
Para colmo, el drama humanitario provocado por el tirano de Caracas exportó algunos ejemplares de dudoso comportamiento. La creciente sensación de inseguridad está asociada al aumento de un nuevo tipo de delitos violentos, donde no hay códigos que se respeten. Otra paradoja para la izquierda: la revolución bolivariana que emanciparía a la región del neoliberalismo imperialista terminó por alimentar a cucharones la reacción nacionalista y el auge de la extrema derecha en Latinoamérica. Ya casi no se lee #migraresunderecho y #nadieesilegal.
Finalmente, una tercera tesis invita a levantar la mirada fuera de Chile. La derechización no es un fenómeno local. Los cientistas políticos llevan varios años analizando el advenimiento de la “derecha populista radical” (DPR), como se le ha bautizado. En esta literatura concurren -y compiten- varios factores explicativos. Algunos dicen que se trata de un backlash contra el rápido cambio del paisaje cultural -párenme el mundo que me quiero bajar, diría Mafalda-, mientras otros enfatizan el resentimiento que causa la depresión económica en las capas medias y la teoría de los “perdedores de la globalización”.
Otros llaman la atención acerca de la convergencia programática que se ha producido desde los noventa a la fecha entre las centroizquierdas y las centroderechas del mundo. Mientras las primeras se derechizaron en lo económico, aceptando las reglas del mercado y el imperativo de eficiencia en el sector publico, las segundas moderaron su conservadurismo cultural, aceptando formas de vida distintas al canon convencional. Por ejemplo, la tercera vía de Tony Blair y el conservadurismo compasivo de David Cameron. En versión local, el socioliberalismo de Ricardo Lagos y la derecha “moderna” de Sebastián Piñera.
El efecto de esta convergencia, sin embargo, es que deja huérfanos a los extremos. La izquierda “de verdad” se siente abandonada, la derecha “sin complejos” se siente traicionada. Y así comienza el declive electoral de los partidos tradicionales y el crecimiento de los desafiantes en ambos polos: Mélenchon y Le Pen, Iglesias y Abascal… Boric y Kast.
La fijación de los académicos por lo que ocurre en el flanco derecho no es puramente ideológica. A la DPR le ha ido mucho mejor en las urnas. El meteórico ascenso de Káiser en Chile, sumado a la persistencia de Kast en las mediciones, confirma el fenómeno a nivel doméstico.
Ya sea por efecto del estallido social y el wokismo constituyente que le siguió, el impacto migratorio y la crisis de inseguridad, o por su alineamiento con tendencias globales -o todas las anteriores retroalimentándose-, este escenario de derechización en Chile no tiene precedentes.
En esta hora tan favorable, el piso mínimo para la derecha chilena es ganar la presidencial. Algunas encuestas incluso vaticinan dos derechas en segunda vuelta. Están cerca, además, de obtener mayoría parlamentaria. El riesgo latente es que su envalentonamiento se traduzca en excesiva fragmentación y confusión de propósito. La derecha chilena suele auto-boicotearse. ¿Aprovechará este momento histórico para plasmar su visión de país o se le quemará el pan en la puerta del horno?
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