Después del ciclo electoral que terminó con el triunfo de Gabriel Boric como presidente electo de Chile, hay dos sentimientos dominantes en la derecha, el de conformidad por lo logrado y el de derrota por lo perdido.
Conformidad porque en mayo pasado previa que la derecha desaparecía y quedaba relegada a la irrelevancia política, el mal resultado a nivel de convencionales era el peor de su historia reciente, así al obtener en noviembre en la práctica poco más del 45% de la cámara de diputados y el 50% del senado le volvió el alma al cuerpo, así también que Kast llegara al 44% de los votos en segunda vuelta le volvía a dar la competitividad que muchos asumían había perdido.
Pero que la conformidad no evite el necesario balance de la derrota.
Hay en la derrota de diciembre dos componentes muy nítidos. El primero es que la clase media sigue alejada electoralmente de la derecha, sea producto de las malas decisiones políticas del gobierno de Sebastián Piñera y sobre todo por la frustración de expectativas en la clase media se observa un cambio brusco y profundo en su relación con la derecha.
Comunas emblemáticas como Maipú, Puente Alto y la Florida que en el pasado reciente le había dado su apoyo hoy se volcaron fuertemente por Gabriel Boric en segunda vuelta.
Desde el incumplimiento de la red de clase media protegida o la fallida promesa de mejores tiempos hasta el mal manejo de los retiros de fondos de la afp, y la lenta universalización de las ayudas económicas por covid, son sólo el itinerario de un quiebre entre esa misma clase media decisiva a la hora de darle un holgado triunfo y Sebastián Piñera.
El segundo componente es distinto. La caída histórica en la votación en mujeres por parte de José Antonio Kast. Una cadena de errores políticos y diagnósticos equivocados le hicieron perder por paliza entre las mujeres, un grupo en que tradicionalmente la derecha había sido fuerte.
Sin duda que las declaraciones de los diputados recién electos del partido republicano con un evidente sesgo misógino le hicieron mucho daño a la campaña presidencial de Kast, algo de que lo nunca se pudo recuperar, pero es mucho más profundo que eso. La falta de discurso para enfrentar a las posiciones más extremas del feminismo no puede ser combativo con otras posiciones igualmente extremas, se perdió la cercanía con el sentido común mayoritario.
No tener liderazgos femeninos o una agenda real y fuerte en materia de género hizo naufragar y verse fuera de época a Kast. Peor aún permitieron que se le caricaturizara como un enemigo de los derechos de las mujeres.
Para la derecha ahora es necesario recuperar su relación con ambos grupos. Y evitar posiciones extremas que ahuyentan más que convocan.
A menudo se confunde en ciertos sectores de derecha el defender con fuerza las propias convicciones con una incapacidad para asumir el necesario diálogo entre posiciones distintas. Está claro que solo se defiende las ideas estando dispuestos a debatir pero también a convencer, sin agredir al otro.
Recuperar el diálogo con la clase media, muy sensible a qué se prioricen otros intereses y no los de ellos. Es el segmento más afectado por el estancamiento económico y la falta de oportunidades, así como también por los abusos y colusiones.
Es también el sector donde se concentran con mayor fuerza los electores que no tienen identificación ni partidaria ni ideológica.
Un balance duro es el que deja este año 2021 para la centroderecha chilena pero también le da señales de por dónde vendrá su recuperación si aspira a no sólo ser competitivo sino que a ganar la próxima elección presidencial en apenas cuatro años más.
Pablo Zeballos, autor de “Un virus entre sombras” y asesor del Ministerio de Seguridad, es un experto en temas de crimen organizado. “Los despliegues de militares que no están preparados para la lucha contra el crimen organizado, después de tres a cuatro meses, empiezan a verse inmersos en lógicas de corrupción”, dice.
Matthei aspira a no disputar el voto duro de la derecha, que ya es de Kast, sino buscar a los nuevos electores (40%), menos politizados e independientes. En encuestas como Pulso Ciudadano, un 7,6% no sabe por quién votar. De ellos, un 29% no sabe su posición política y un 9,9% dice no tener postura.
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