Es posible que los lectores de Calle Este-Oeste y de Ruta de Escape, los dos notables y terribles libros de Philippe Sands, terminen con certezas pero también con dudas su último libro, Calle Londres 38, que mezcla el proceso de Pinochet en Londres y la vida de Walter Rauff, el jerarca nazi que huyó de Alemania tras la caída del Tercer Reich, refugiándose en Ecuador por un tiempo y después en Chile. La correlación no es en absoluto arbitraria puesto que ambos se conocieron a medios de los 50, cuando coincidieron en Quito. Rauff venía arrancando y Pinochet era agregado militar.
La tesis de Sands es que hubo tráfico, asesoría, conexión, entre Pinochet y Rauff. Que del encuentro de ambos fue bastante lo que quedó. Rauff puede haber asesorado a la Dina y algo indicaría que los campos de concentración de la dictadura en Dawson y otros lugares no se explican sin ayuda nazi.
El libro plantea que muchos testigos, en interrogatorios y torturas, reconocieron la voz de un señor alemán. Puede que la calvicie de Rauff, sus anteojos, su figura encorbatada e impecable, se hayan dejado ver muchas veces en los sótanos de la dictadura. Podría ser, sí: todo puede esperarse de quien inventó los camiones de cámaras herméticas conectadas al tubo de escape de los motores, donde fueron gaseados miles de judíos en los territorios ocupados por los nazis durante la guerra.
Sin embargo, no siempre las pruebas son concluyentes; la investigación tiene varias conjeturas, no obstante que las cosas pueden haber ocurrido como el autor sospecha que fueron.
¿Anula este factor el interés del libro? No, porque a su modo este no es un trabajo en vano. Tiene gran interés cuando, superando lugares comunes sobre Pinochet, entrega un relato ordenado de las vicisitudes del proceso que enfrentó en Londres. Sands acudió a ese proceso en representación de Human Rights Watch y por lo mismo sus observaciones son de primera mano. Además, son inteligentes.
También el libro se defiende muy bien al entregar antecedentes de Rauff, la mayoría de los cuales para el lector chileno de hoy son prácticamente desconocidos, entre otras cosas, porque contiene antecedentes nuevos. Muchos de estos datos son aterradores; otros envuelven revelaciones e incluso suspenso, como cuando chequea que el servicio secreto israelí se propuso asesinar a Rauff, estando ya jubilado y viviendo en Las Condes. Murió de cáncer en 1984.
Ciertamente hubo impunidad en los dos casos. En el de Rauff, porque nuestra Corte Suprema denegó la extradición solicitada por la República Federal Alemana aplicando la prescripción; habían transcurrido más de 15 años desde el exterminio nazi y, según consideró primero el presidente de la Suprema y luego el pleno, no había vuelta que darle. En ese tiempo no existían ni convenios bilaterales ni estatutos internacionales que sancionaran los crímenes de lesa humanidad.
En el caso de Pinochet, la impunidad responde a que las cosas se enredaron. Primero, porque hasta ese momento se asumía que los jefes de Estado y también los ex jefes de Estado estaban protegidos por la noción de inmunidad; finalmente en Londres quedó establecido que no protegía a los ex, sino solo a los mandatarios en ejercicio.
Segundo, porque Pinochet no es que fuera llevado a una corte internacional (como ocurriría con Slobodan Milosevic, por ejemplo, luego de ser entregado por las autoridades serbias), sino que fue detenido en Londres a raíz de la solicitud de extradición de un juez español, Baltazar Garzón, y ese proceso, además de raro, por así decirlo, estuvo lleno de anomalías. Tercero, porque al final no hubo extradición a España ni justicia en Chile, atendido el estado de salud de Pinochet, según lo estableció el ministro británico del Interior, Jack Straw, y luego la Corte Suprema chilena.
Es además bien increíble que el gobierno alemán haya decidido recién en 1962 solicitar la extradición de Rauff, después de haberlo tenido (¡durante cuatro años!) como informante, con sueldo y todo, de sus servicios de inteligencia. ¿Qué ocurrió ahí? ¿Quién en la República Federal le dio tamaña cobertura al ex oficial de las SS? ¿No es un escándalo que la extradición se haya postergado tanto?
La evaluación final de Sands de la experiencia de Pinochet en Londres es positiva, aunque no necesariamente estricta. El lado A es que al menos se hizo comparecer a un dictador ante los tribunales, cosa que nunca había ocurrido y es verdad que los dictadores ahora lo piensan dos veces antes de subirse a un avión. Está bien. El lado B es que la justicia británica no estuvo a la altura. Entre otras incidencias, hubo un primer juicio, donde a Pinochet no se le reconoció inmunidad alguna, pero como uno de los jueces que lo juzgó tenía abierto conflicto de interés, la sentencia después fue anulada.
Hubo un segundo juicio, con las mismas parafernalias del primero, y resultado fue casi el opuesto: el general podía ser juzgado, sí, pero solo por los casos de tortura posteriores a 1998. No digamos que una justicia que falla en esas dos direcciones inspire mucha confianza. No digamos tampoco que muchos de quienes intervinieron en este caso hayan salido bien parados. Quedó mal, por ejemplo, Jack Straw. Y tampoco mucho mejor Cristian Toloza, por el lado chileno.
Straw porque se sintió engañado. Da entender que Pinochet simuló estar mal de salud o de cabeza y Sands no lo emplaza a que se haga responsable de su decisión de devolverlo a Chile (¿fue engañado, quiso él ser engañado, quién lo habría engañado o todo fue culpa suya?). Toloza, que fue sacado de la negociación en el tramo final del caso, era colaborador del Presidente Frei y viajó para encontrar una salida al conflicto; el gobierno chileno quería a Pinochet de vuelta para juzgarlo aquí.
Lo que hace Toloza es sembrar dudas, dando a entender sin mayores pruebas que a Pinochet le prepararon un libreto en La Moneda para que no calificara judicialmente en los exámenes médicos que se le hicieron allá. Esa versión, un poco inverosímil, nunca se aclara: puede que sí, puede que no. Sands tampoco lo aprieta y tampoco lo emplaza a que diga si sí o si no con fundamento. Tanto Insulza como Juan Gabriel Valdés, los ex cancilleres, lo desmintieron.
Hay que reconocer que no es poco el rigor con que Sands llevó a cabo su investigación, si bien, junto con eso, también hay que conceder que prima en su trabajo el abogado de derechos humanos, énfasis que con alguna frecuencia tiene para el lector un costo en persuasión.
Calle Londres 38
Dos casos de impunidad: Pinochet en Inglaterra y un nazi en la Patagonia.
Philippe Sands. Ed. Anagrama, 2025. 580 págs.
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