En la presentación del libro de Patricio Aylwin sobre la experiencia de la Unidad Popular, la expresidenta Michelle Bachelet hizo mención a las reflexiones de la izquierda sobre las causas de su derrota y del golpe de estado de 1973.
Al respecto, se puede citar dos documentos, uno del partido socialista y otro del comunista, que recogen el debate producido en sus diezmadas filas los años 1974 y 1975, lo que muestra que a pesar de la implacable persecución de que eran víctimas en esos días, los dirigentes clandestinos de ambos partidos tuvieron el coraje moral y el valor político de abordar críticamente la experiencia de la Unidad Popular identificando errores y razones que llevaron al colapso catastrófico del 11 de septiembre. A nadie en esos momentos se le ocurrió pensar que llevar adelante ese obligado debate podría interpretarse como justificación del golpe de estado o negacionismo de las violaciones a los derechos humanos.
Muy distinta a la actitud de hoy. El renacimiento de una izquierda intransigente, dogmática, sectaria, a la que lamentablemente tanto el partido comunista como el socialismo democrático se han plegado desconociendo su propia historia intelectual, representa a mi juicio una verdadera zancadilla a la identidad de la izquierda chilena que fue capaz, en los momentos más dramáticos de su larga historia, dar a luz reflexiones profundas y valientes sobre sus propios errores, sabiendo que ese, la reflexión y la autocrítica en la derrota, es el único camino para reponer su vigencia histórica.
Sabemos que la memoria es selectiva: afirma algunas ideas y calla otras. Los líderes actuales del partido comunista han dejado la reflexión de sus dirigentes asesinados en 1976 en el mar del olvido. Le rinden honor a su sacrificio, pero ignorando las ideas del documento Enseñanzas y Perspectivas de la Revolución, que habla de “el fracaso” de la vía democrática y lo explica por el aislamiento de la Unidad Popular respecto de las clases medias, en virtud de la propensión de algunos de sus grupos por derivar en actitudes o prácticas violentas. “Esto significa que la senda del terror individual, del aventurerismo o del putsch debe ser cancelada por el movimiento popular”[1] dice el documento. En esos años veía con alguna frecuencia a Fernando Ortiz, miembro de esa directiva quien me sugería que leyera a Gramsci porque, me decía, esto va para largo.
Por su parte, la dirección nacional clandestina del partido socialista, en marzo de 1974 dio a luz un extenso documento conocido como “el documento de marzo” en el que analizaba en profundidad el proceso político del país, las causas del fracaso de la Unidad Popular y las proyecciones a futuro. El tono del documento, con el lenguaje característico de la época afirmaba autocríticamente que “la derrota política del movimiento popular estuvo sellada antes del 11 de septiembre, determinada por el grado de aislamiento de la clase obrera y la ausencia de una real fuerza dirigente”[2].
Afirmaba autocríticamente que el partido no escapó a las deficiencias de la asimilación de la experiencia de la revolución cubana, comunes en los movimientos que derivaron en la crisis del populismo (…) lo que lo “llevó al partido a enarbolar una política dogmática en términos de las formas de lucha y de la restricción del frente (Congreso Chillán 1967) que reveló la influencia del foquismo y la falta de comprensión de las particularidades de la sociedad chilena”.
Años después, esa reflexión se ahondaría drásticamente con la división del partido y el proceso de renovación socialista que afirmó el valor de la democracia y los derechos humanos como parte de la identidad del socialismo y dio origen a la alianza mayoritaria con la democracia cristiana que posibilitó construir una salida política y una alternativa de gobierno a la dictadura.
La pretensión de cancelar el debate político, de establecer una verdad única y de convertirse en guardianes de la misma es tan lamentable como inútil. La actual intolerancia se hizo muy evidente en los días de la Convención Constitucional, dominada por movimientos identitarios que terminaron arrastrando a los delegados de la izquierda tradicional hacia posiciones de validación de la violencia y de un irracional vanguardismo que llevó al resultado del 4 de septiembre.
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[1] Citado por Alvear Rafael, La ultraizquierda cabello de troya de la derecha. El Mostrador
[2] Las citas que siguen corresponden al Partido Socialista. Documento de marzo.
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