-La anterior propuesta de la Convención estaba marcada por la plurinacionalidad, siguiendo las ideas del boliviano García Linera. La actual desecha ese rasgo. ¿Es un texto superior en ese sentido?
-En aquellos tiempos vino a Chile el entonces vicepresidente boliviano Álvaro García Linera para enseñarnos -textual- que “ninguna Constitución fue de consenso”. Decodificando, en vez de “casa común”, las constituciones debían ser instrumentos de lucha ideológica. Así ambientó su tesis de la plurinacionalidad, que fue el eje de la propuesta y que, de aprobarse, habría colocado a Chile en condiciones de máxima vulnerabilidad. Si ucranianos y rusos en Ucrania produjeron la guerra que estamos viendo.
Si en Israel dos pueblos protagonizan una guerra que conmueve a la humanidad… ¿Cuánta paz interna y externa podríamos tener en un Chile con once naciones? Visto así el tema, mantener nuestro país como Estado nación unitario no sólo es una ventaja. Es lo normal, racional y lógico para quienes valoramos la democracia y la paz. Esto, naturalmente, sin perjuicio de reconocer la existencia y derechos de nuestros pueblos originarios. Esta ha sido una gran asignatura pendiente
–Hernán Larraín dijo que era insólito que la izquierda prefiera rechazar y quedarse con la constitución de Pinochet (aunque reformada por Lagos). ¿Le faltó a la izquierda buscar mayores acuerdos?
-Es difícil descifrar a nuestras izquierdas actuales. Por un lado, parecen más cómodas en los debates jurídico-políticos que proponiendo soluciones “en el seno del pueblo”.
Por otra parte, lucen más sujetas a sus emociones que a los análisis concretos de las situaciones concretas, como enseñaban sus clásicos. Es lo que me permite ejercer la imaginación para suponer que todo viene de la liviana interpretación de dos hechos históricos: El primero, con Salvador Allende anunciando una transición al socialismo con pleno respeto a la Constitución vigente.
El segundo, con Hugo Chávez proclamando que su revolución exigía una nueva Constitución de arranque. “Juro por esta moribunda Constitución”, dijo al asumir el mando. El corolario del fracaso de Allende y del éxito de Chávez, parece haber condicionado a parte importante de las izquierdas. Están privilegiando la lucha por el poder constitucional… para después dar la lucha por el poder real. Más curioso, aún, si ya están a cargo del gobierno.
-Algunos plantean que, de aprobarse la nueva constitución, se pondría fin a la crisis política que viene desde hace años y que incluye el estallido. ¿Usted actualmente se inclina a votar a favor o en contra?
-Más que en las teorías, tesis e hipótesis sobre constituciones, yo creo en lo que veo. Y lo que vi en mi país, con epicentro en el 18-O, fue la fragua de una ruptura institucional, con una policía desbordada, una difícil gobernabilidad, una violencia creciente, militares en silencio y una clase política desprestigiada.
A falta de un liderazgo visible ¿o corajudo? de los insurgentes, la ecuación final fue echarle la culpa a la constitución de Pinochet. Fue el recurso salvador que permitió construir un armisticio con forma de primer momento constituyente.
-¿Eso ponía fin a la crisis política?
-Para nada. Por eso, como de repente se me sale el académico, resolví esa crisis citándome a dos clásicos de mi línea realista. Uno Maquiavelo, para quien la solidez de los Estados no depende de cartas magnas sino “de las buenas leyes y los buenos ejércitos”.
El otro Georges Sorel, precoz teórico de la violencia del siglo XIX, para quien los socialistas parlamentarios podían ser muy locuaces invocando la fuerza, pero temían la violencia subversiva real, pues “podría aniquilar las instituciones de las cuales viven”.
-No me contestó si iba a votar a favor o en contra.
-Sumando y restando estoy por aprobar. Porque me parece que daría un tiempo extra de reflexión para que los políticos vigentes aprendan que lo que se necesita es negociar, a tenor de los problemas reales que afligen al país.
-Uno de los aspectos que el texto propone es una reforma al sistema político, disminuyendo la fragmentación.
-Me parece excelente. La polarización es la hija de la fragmentación y la madre de todas las grandes crisis nacionales. Vea que en Israel hay cerca de 40 partidos políticos.
-Usted es experto internacional, ¿cómo analiza la reacción del Presidente Boric y del Gobierno frente al conflicto entre Hamas e Israel?
-En general, en materia de conflictos externos la prudencia vale más que el vanguardismo y el ideologismo no es propio de países que se autodefinen como “serios”. En especial, esto se aplica sobremanera a un conflicto cuya complejidad y dureza vienen de tiempos bíblicos.
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