-¿Dónde estabas el 18 de octubre de 2019? ¿Cuáles fueron tus primeras reacciones y cuándo descubriste la gravedad de los hechos?
-Estaba en mi casa siguiendo la evolución de los hechos por radios y redes sociales, especialmente la de Metro que había reportado evasiones y ataques. Recuerdo que estaba ubicando los puntos afectados en Google Earth cuando vi imágenes en la televisión de una estación de Metro en llamas, lo que me impactó. Recuerdo que fue en la noche y apenas pude dormir. Al otro día salí a recorrer.
-¿Caminaste por la ciudad? ¿Qué viste y qué sensación te dejaron los destrozos y rayados?
-Recorrí la ciudad por cuatro meses, con un mapa y una bitácora que terminó en un libro. Saque muchas fotos y pude ver las distintas realidades que coexistían. Vicuña Mackenna era un ejemplo. Barricadas en las esquinas, vecinos tocando ollas en las veredas, y encapuchados saqueando o caminando por el viaducto del Metro. Todo mezclado, con mucho ruido de sirenas, helicópteros, alarmas de autos.
Lo que más me impactó fue ver la estación Quillayes con fuego y con los encapuchados caminando sobre el viaducto. Lo más fuerte, ver comerciantes de Puente Alto llorando porque les habían saqueado y quemado sus negocios. Esa imagen fue tan fuerte, que opacó la dimensión social de la protesta, que fue muy relevante el primer mes.
-¿Cómo definirías a la primera línea? Recibió aplausos en el Festival de Viña y muchos de los que hoy son gobierno la defendieron.
-No había una sola primera línea. Yo distinguí al menos tres que tenían una delimitación territorial. La más fuerte eran las barras bravas, que iban básicamente a pelear con Carabineros y a destruir y vandalizar y que se concentraban en Vicuña y Bustamante.
Luego estaban los jóvenes marginales de la periferia popular de Santiago, como Mauricio Fredes o Anthony, que eran los típicos encapuchados, que saqueaban, cobraban peaje o peleaban con las policías. Ellos se distribuían en el lado norte de la Plaza Baquedano, los primeros tramos de la Alameda y calles como Irene Morales. La tercera primera línea era la más política; y ahí había desde estudiantes hasta grupos de choque de partidos políticos, además de enfermeros o doctores. Eran los más engrupidos y solían juntarse en la Alameda y la plaza Baquedano
-El Metro y los supermercados colapsaron. ¿Por qué fueron elegidos como objetivo, si son fundamentales para la gente? ¿Qué papel jugaron el narco y las barras bravas?
-Primero debemos entender que estos disturbios siempre van escalando a medida que el orden público se fractura. Se produce un efecto manada, que hace que las acciones de violencia se multipliquen rápidamente y se salgan de control. Personas normales pierden la cabeza y pueden participar de saqueos solo porque se corre la voz o van pasando. Eso ocurrió mucho.
En los grandes disturbios de Londres, Paris o Los Ángeles (EEUU) el Estado tuvo más capacidad de contener las turbas; pero en Santiago, no. Creo que en ello influyó la dispersión del daño inicial, que fue el ataque al Metro. Esto parte con evasiones coordinadas por estudiantes secundarios radicales que tienen un rol clave en la desestabilización del sistema. A medida que pasaron los días se iban sumando más estaciones y más personas, no necesariamente coordinadas.
El día 17 -que es el cuarto- cambia el patrón y las evasiones se mueven a la periferia, en líneas más expuestas y próximas a barrios con problemas de violencia crónica o control territorial de barras bravas y bandas de narcotráfico. Ahí los saqueos se extienden rápidamente y la policía se ve superada.
El vandalismo duro sobre el Metro comienza el 17 de Octubre, y el 18 se producen los ataques, tanto por descuelgue de marchas violentas, como por acciones que claramente tenían algún nivel de planificación previa
-¿Quiénes estaban en la primera línea? ¿Hay un doble estándar de la centro izquierda frente a la violencia?
-No lo creo. En la primera línea política había estudiantes universitarios que iban disfrazados con escudos y cascos, pero los que mandaban eran las barras bravas y los capucha de la periferia. El doble estándar se produce porque a estos tipos, que siempre fueron vistos como marginales o delictuales, le son útiles a la clase política para encender su estallido social. Por eso los levantan a la categoría de héroes sociales. Les hacen homenajes, les llevan comida, les financian la estadía y se van a sacar selfies con ellos, que fue el caso de Rafael Cavada y otros artistas como Daniel Muñoz.
Y cuando ya no son útiles, los dejan botados. Por eso la bronca de la primera línea con el gobierno y creo que esto influye en la propuesta del indulto, que a todas luces es una locura, y donde participan desde el Presidente hasta los ministros. Creo que es su deuda con la primera línea.
-¿El octubrimo sigue vivo en el oficialismo?
-El octubrismo es el oficialismo. Son la misma cosa, si entendemos octubrismo, como la idealización de la barbarie y el uso político de la violencia para alcanzar el poder y cumplir el sueño de cambiar el modelo de desarrollo. Y estuvieron a punto, luego que el oficialismo negocia la Constitución el 15 de noviembre para apagar un fuego que nunca amainó luego de ese acuerdo.
Por ello intelectuales octubristas como Fernando Atria o periodistas como Daniel Matamala, le dan a la violencia una dimensión funcional. Un mal necesario para parir un nuevo Chile más justo, como diría Marx. Por supuesto que nada de ello ocurrió, como lo muestran todos los indicadores. Hoy tenemos un país más pobre, violento y segregado. La gloria solo llegó para los promotores del octubrismo, que alcanzaron poder y gloria con el fuego.
-¿De qué manera afectó a Santiago? ¿Puede recuperarse? ¿La actual alcaldesa entiende la magnitud del problema?
-El daño social y urbano en Santiago es enorme y no se limita solamente al vandalismo o el deterioro. Lo que hizo el estallido fue achicar aún más el espacio de control de orden público que tenía el Estado en los centros o las periferias. Y ese espacio fue llenado por organizaciones delictuales. Narcos, mafias de comercio informal, loteadores brujos y ahora último, sicariato; delincuentes que hacen secuestros o delitos más violentos.
-¿Qué sientes hoy cuando recorres Santiago? ¿Qué rescatas del estallido social?
-Siento pena e indignación con los políticos e intelectuales que usaron la destrucción para alcanzar poder y gloria. Que usaron a barras bravas o jóvenes marginales para desestabilizar un gobierno electo, y que no tuvieron pudor en destruir la reputación de Carabineros, ya dañada por el “pacogate”, con tal de limitar la acción del Estado para frenar la violencia. No deja de ser paradojal que estos mismos señores, deban hacerse cargo del monstruo que crearon desde el poder que tanto buscaron.
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