Siempre fue un periodista muy especial, famoso sobre todo por los retratos o perfiles que componía. A él nunca le interesó el periodismo noticioso y prefería retratar a la gente corriente, a los don nadie, primero porque era un género muy desatendido por los medios (a veces con toda razón) y, segundo, porque de esa forma podía acercarse mejor a la literatura, que era lo que quizás más le interesaba.
De ese mix entre periodismo y literatura se nutrió en una época eso que se llamó el Nuevo Periodismo, que fue el escenario donde figuras como Gay Talese, Tom Wolfe, Joan Didion o Thomas S. Thompson templaron su prosa, batallaron con adjetivos, descubrieron curiosidades, reportearon como enfermos y forjaron su prestigio.
En América Latina le siguieron las burras plumas como Tomás Eloy Martínez, Alma Guillermoprieto o el propio García Márquez que, con Relato de un secuestro, estableció un hito difícil de superar. Sin contar desde luego las experiencias de escritores como Capote, Mailer o Carrere, que escribieron grandes libros de no ficción con los recursos de la novela. Cuento parecido, pero, en rigor, bien distinto.
El nuevo libro de Gay Talese (Bartleby y yo, Alfaguara, 2024), publicado en inglés el año pasado a sus 91 años, trae de vuelta parte de lo que fue su experiencia en la ortodoxia del Nuevo Periodismo. Son a su modo sus memorias, una parte de ellas, porque la primera parte ya estaba en Vida de un escritor (Alfaguara, 2012). Este otro es un libro atendible por el tono. Puede ser hasta amable. Pero es un poco parecido a ese vicio de hojear revistas viejas. Te puedes encontrar con curiosidades, con grandiosos detalles. Pero, vamos, nada muy nuevo.
Bartleby y yo lleva como subtítulo retratos de Nueva York, la ciudad donde se pasan muchas cosas por alto, y habla de los inicios de su autor en el periodismo, desde que entró como chico de los mandados al New York Times, el diario que cuando se cambió en 1904 al edificio que ocupó por largas décadas en Times Square lo hizo -no se pierdan- “para provecho de la raza humana”.
En ese medio Talese no hizo más que ascender -reportero, deportes, algo de política, obituarios- hasta que se pasó, sin rupturas, en forma muy comedida, como corresponde a él, que es sobre todo un caballero, en 1953 a la revista Esquire. Volvería muchas otras veces a su primera casa editorial como colaborador o invitado, tal como estuvo en The New Yorker o en Harper.
El título del libro rescata la figura del abogado quitado de bulla que aparece en un cuento de Melville. Es un tipo gris, casi invisible, que entra como escribiente al despacho de un gran abogado. Él también es abogado pero prefiere dedicar su jornada a copiar escrituras. No había fotocopias y menos digitalización. Su jefe siente que lo está subaprovechando y, cada vez que le sugiere u ordena hacer otra cosa, el tipo dice “preferiría no hacerlo”. Es de los personajes más misteriosos de la literatura.
Talese lo reivindica y lo convoca al título de su libro porque, cuando le encargaron entrevistar a Frank Sinatra, fue lo que primero se le ocurrió: “Preferiría no hacerlo”. Así y todo, su jefe de la Esquire le encargó la entrevista que anduvo tratando de concertar y capturar, de seguir y de conseguir, de amarrar y agendar por espacio de meses. A pesar de haberlo seguido y enfrentado muchas veces, Sinatra nunca se la dio. Que estaba resfriado. Que no tenía tiempo. Que lo estaba esperando el avión. Puras evasivas. Al final el artículo igual salió. Se titula Sinatra está resfriado (se puede leer en el sitio de Letras Libres) y este libro dedica unas cien páginas -sí, ¿cien!- a contar como lo rodeó, cómo le hizo la guardia, como habló con su entorno, con sus amigos, con sus enemigos, con su hija o con su peluquero para componer un perfil canónico que, según la cátedra, está entre lo mejor jamás publicado por la prensa americana del siglo XX.
¿Será para tanto? Bueno, será. Otro tercio del libro está dedicado al caso de un médico rumano que, durante el curso de un proceso de divorcio un tanto tenso, claro, hizo estallar el edificio donde vivía, de su propiedad, porque no le cabía en la cabeza eso de tener que venderlo y entregarle parte del dinero a su esposa. Si, más que una novela, una verdadera teleserie.
Lo que Talese siempre tuvo fue una notable capacidad de observación y una devoción por el detalle. Su libro Retratos y encuentros (Alfaguara, 2010) es una joya e incluye perfiles de Joe DiMaggio, Fidel Castro, Kennedy, Hemingway, Peter O’Toole. El libraco que dedicó a la revolución sexual de los 60 y 70 (desde Playboy a los hippies, desde el nudismo al porno, desde el amor libre a la transgresión erótica) le supuso probarlo todo y vivir meses en pelotas y practicando sexo en grupo. Con permiso de su señora, claro. ¡Todo sea por el Nuevo Periodismo! De ahí salió La mujer del prójimo, un mamotreto de arriba de 500 páginas que ha envejecido mal.
Otro traspié suyo fue meterse con el dueño de un motel que le reconoció haber espiado durante décadas a parejas que iban a tener sexo. Había instalado cámaras y micrófonos para levantar una suerte de mapa informal del comportamiento sexual norteamericano. Más que el informe Kinsey y con menos protocolos y aparato. Era un voyerista profesional. Talese visitó sus instalaciones, le creyó y procesó el material que le entregó y de ahí salió El motel del voyeur (Alfaguara. 2017). Después se supo que había sido engañado. El voyerista resultó no ser una fuente confiable. Talese abjuró del libro, porque contenía ficciones y mentiras, cosa de lo cual su trabajo hasta ese momento estaba inmaculado, aunque más tarde volvió a reconocerlo como propio.
¿Este será su último libro? 92 años no es mala edad para retirarse y todo el mundo cree que este es el final. Él, sin embargo, no, porque está preparando dos más. Después de 62, sigue casado con la misma mujer, que fue una prestigiosa editora. Después de 50 años, sigue viviendo en el mismo departamento de seis habitacionales en el Upper East de Manhattan, la zona más tradicional, y cuyo precio hoy no baja de 6 o 7 millones de dólares. Sigue vistiendo como un glentleman., porque la elegancia siempre fue su marca de fábrica. Está más incorrecto que nunca: no hay una sola mujer en la lista de sus escritores favoritos y hace un tiempo dijo que el tipo que incriminó después de tantos años a Kevin Spacey era un miserable, lo cual convulsionó a las redes sociales. Eso no es todo, dice además que votará por Trump. ¿Alcanzará? No se sabe: pero hasta aquí no le entran balas.
Gay Talese
Bartleby y yo. Retratos de Nueva York. Alfaguara, 2024. 334 págs.
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