Julio 26, 2024

MANIAC: chamanismo, literatura y salvación. Por Héctor Soto

Ex-Ante

No solo es respetable la fascinación de Labatut con el vértigo, con el vacío, y con las mentes que osaron plantearse las preguntas relativas al lado B de la existencia. Es respetable su adicción a los maniacos inteligentes, a los que colocan las fronteras de la ciencia al borde del abismo, a los que rompen todos los test de inteligencia y a veces también de civilidad. De algún modo, es parecida a la fascinación que Fitzgerald tenía con los ricos, a la de Donoso con los mundos decadentes o a la de Scorsese con los psicópatas que se rebelan contra el mundo y que a él le son entrañables. Hay muchas buenas razones para celebrar con entusiasmo los libros de Labatut. Tienen carácter. Tienen prosa y originalidad. Lo que no tienen es serenidad ni contención.


Desde que en octubre del 2023 apareciera la segunda novela de Benjamín Labatut, MANIAC, el libro se ha transformado en uno de los mayores acontecimientos editoriales de los últimos años. Su autor es uno de los pocos latinoamericanos incluidos en la lista de los elegidos del siglo XXI del New York Times.

Se diría que Labatut ha hecho entrar una poderosa corriente de aire fresco a un género que de un tiempo a esta parte está en problemas. Problemas que son tanto de credibilidad interna, como le ocurre, por dar un ejemplo cualquiera, a Lecciones, la pésima última novela de un gran novelista, Ian McEwan, sino también por efecto de la estandarización de los relatos, lo cual significa que, una vez planteadas las premisas, el lector no demora gran cosa en adivinar hacia dónde -corrección política mediante- van los tiros del autor.

Ya en su novela anterior, Un verdor terrible, Labatut descubrió un nicho tan original como inquietante al instalar tu trabajo y su inspiración en el vértice donde el desarrollo del conocimiento y la inteligencia científica se juntan tanto con la metafísica como con la locura. La novela -fascinante en su desarrollo, decepcionante en su desenlace- era un repaso a la vida y legado de diversos hombres de ciencia que desde fines del siglo XIX lograron inventos o descubrimientos trascendentales en su respectiva disciplina, varios de los cuales, sin embargo, sirvieron de insumo para planes de exterminio y armas de extraordinario poder destructivo de la humanidad.

Después publicó un pequeño ensayo, muy errático, La piedra de la locura, donde volvió sobre el tema de los movimientos tectónicos observados en el mundo a partir del colapso de la llamada era de la razón y donde elevó, desde una perspectiva octubrista, nada menos que el estallido chileno al nivel de signo de los tiempos. Bueno, MANIAC, su novela siguiente, entró a los mismos territorios y en cierto modo prolonga el repaso a la inteligencia excéntrica y disfuncional de Un verdor… al rescatar, primero, la figura de un físico austriaco, Paul Ehrenfest, quien en 1933, ya fuera de la Alemania nazi, mata a su hijo con síndrome de Down y luego se suicida. Lo habría hecho tras un ciclo depresivo que se le fue de las manos y completamente desencantado de los logros que la ciencia podía entregar al género humano, atendida la captura de esta actividad por parte de los totalitarismos.

Brillante, inspirada y sugerente, esta es solo la introducción del relato porque el gran protagonista de la novela, de toda la segunda parte, es el matemático húngaro Janci o John von Neumann, presentado primero como un niño prodigio, en seguida como un joven genial y en definitiva como el hombre más inteligente de su tiempo y que, entre otras contribuciones, habría hecho aportes fundamentales a la mecánica cuántica, al desarrollo de las bombas nucleares, a la teoría de juegos que ilumina zonas, hasta ese momento muy inciertas, de la competencia y el comportamiento económico.

Von Neumann también fue decisivo para el desarrollo de la primera computadora, MANIAC, de la cual salió la bomba de hidrógeno y que la novela captura como título. Difícil haber encontrado otro mejor. La última parte del libro, muy inferior en interés y densidad, se centra en el desarrollo de la inteligencia artificial aplicado al juego del Go, solo para justificar como desenlace una mirada alarmada respecto de la manera en que los demonios de la ciencia y la inteligencia artificial se están saliendo de control.

Hay algo en el mensaje de Maniac que intenta, por decirlo así, más que comprender el mundo, advertirlo y salvarlo. De hecho, este es el tema sobre el cual más le preguntan y habla Labatut en sus entrevistas. A veces hay referencias literarias y menciones ocasionales a Bolaño, a Borges, a Calasso. Pero no son muchas. Es un rasgo propio de los escritores de esta estirpe. Cortan amarras con la literatura porque en ella no tiene mucha cabida el lenguaje profético, Aunque sí lo tuvo, claro, en el caso Tolstoi cuando en sus días finales quiso volver a las sencillas verdades de la Rusia campesina o cuando el último Solzhenitsyn exhortó a regresar a la inspiración de la fe.

Ocurre cada vez que el escritor se erige en chaman de la tribu, en la figura de quien tiene capacidad de ver lo que otros no vemos y de advertir que el asalto final, el Argamedón o el caos están cerca, como a su modo lo hicieron Kafka y Orwell o Koestler y Houellebecq. Jodorosky. También tiene algo de esa pulsión Literatura buena, regular o mala, pero de cuño generalmente salvífico y con muy poco sentido del humor.

Qué duda cabe que Labatut ha construido, si no una provincia literaria, por lo bajo un nicho que claramente lo identifica y que intenta iluminar zonas polémicas del desarrollo científico en lo que tiene de compulsión y desacato a la moral, a la prudencia y a, sentido común. No solo es respetable su fascinación con el vértigo, con el vacío, y con las mentes que osaron plantearse las preguntas relativas al lado B de la existencia.

Es respetable su adicción a los maniacos inteligentes, a los que colocan las fronteras de la ciencia al borde del abismo, a los que rompen todos los test de inteligencia y a veces también de civilidad. De algún modo, es parecida a la fascinación que Fitzgerald tenía con los ricos, a la de Donoso con los mundos decadentes o a la de Scorsese con los psicópatas que se rebelan contra el mundo y que a él le son entrañables.

Gran parte de Maniac tributa a las proezas, tareas y sacrificios en grado heroico que esos sujetos se propusieron y en el libro hay páginas y páginas que intentan explicar, con un celo que ciertamente es catequístico, las formidables contribuciones que hicieron. Pero no es por ese lado, quizás si el más trabajoso del relato, donde Maniac logra a veces la altura de una gran novela. Porque donde en realidad el libro se prende es cuando se sale del laboratorio, cuando deja de lado las fórmulas y las teorías, para indagar en lo propiamente humano de esos sujetos. Ahí sí que emociona y convence. Y es lógico que así sea: son los pasajes donde hay más literatura y menos divulgación.

Hay muchas buenas razones para celebrar con entusiasmo los libros de Labatut. Tienen carácter. Tienen prosa y originalidad. Lo que no tienen es serenidad ni contención.

MANIAC

  • Benjamín Labatut

  • Anagrama, 2023

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