-Entiendo que este libro lo escribiste en plena pandemia. ¿Es cierto?
-Sí. Escribí en la cuarentena cuatro novelas cortas. Me salvaron la vida, porque de otro modo no hubiese aguantado encerrado un año y medio. Empezaba a las 5 de la mañana y terminaba a la 10 de la noche. Cada obra la trabajé al 100%. Las revisé una y otra vez. Si no hubiese sido por el encierro me habría demorado cinco años por lo menos.
-El primer relato es sobre un violinista que luego de una ruptura sentimental se va al desierto. No es la primera vez que escribes sobre un músico. ¿Te hubiese gustado serlo?
-A mí me encanta la música; soy un músico frustrado. Para escribir esa novela tuve que investigar mucho sobre el violín. Nunca toqué nada, hasta él timbre me sale malo.
-¿Cómo? ¿Te refieres al timbre de un instrumento?
-No, hasta cuando toco el timbre de una casa me sale desafinado.
-Me parece que este libro tiene algo de cinematográfico. Tres historias, que de cierta manera se conectan. ¿Cómo nació?
-Me puse a pensar en qué punto de vista me faltaba para hablar sobre la pampa. Había hablado desde el punto de vista de los trenes, de las prostitutas, del amor, de las películas, de los duendes, del fútbol, en fin. Entonces, de pronto dije: me falta el punto de vista de los extranjeros, de los visitantes, de los que llegan a la pampa. Se me ocurrió eso.
-Sigues viviendo en Antofagasta. ¿Cómo has vivido esta crisis de inseguridad y el aumento de migración irregular en la región?
-Está muy, muy complicado el asunto. No se puede andar muy tarde en la noche porque te cogotean, te asaltan, te pegan. Hasta te matan.
-¿Y eso no lo habías visto antes en Antofagasta?
-Nunca. Aquí era una vida, una ciudad, más tranquila que un ojo de vidrio.
-¿Has tenido problemas, has sufrido asaltos?
-No, porque no salgo en la noche.
-Estuviste complicado de salud. ¿Cómo te ha afectado eso tu ánimo y tu trabajo?
-Me dieron dos infartos. Más el Parkinson. Pero he ido mejorando. Tengo una mala salud de fierro. Los infartos fueron fuertes. Para el primero, estaba en La Habana. Estuve muerto dos minutos. El dolor empezó en el avión, y al llegar a Cuba me fui a un centro médico, me internaron de inmediato. Si llegaba una hora tarde estaba muerto.
-¿Recuerdas ese día?
-En el avión, empezó un dolor en el pecho casi inaguantable. Entré al hospital, me hicieron una operación al corazón. Y al séptimo día me estaban dando de alta y justo en ese momento me dio un segundo infarto. Menos mal estaba en el hospital. Lo único que aprendí es que cuando sientas un dolor en el pecho tienes que ir rápido al hospital.
-Y de tu Parkinson, ¿has mejorado?
-No, eso no se mejora. Cada vez te vas poniendo peor. Hay que mantenerlo a raya con pastillas, para que no avance tan rápido, pero igual avanza.
-¿Te complica mucho para escribir?
-Eso es lo que me está complicando más. Antes era el escritor más rápido del Oeste. Ahora, me cuesta.
-¿Cómo lo haces, tienes a alguien que te escriba?
-No, no. Imposible. Yo escribo aunque sea con un dedo.
-Hace un tiempo, criticaste a la Convención. ¿Sigues siendo crítico?
-No, lo que dije fue que el diablo iba a meter la cola.
-¿Quién es el diablo?
-La derecha. Voto Apruebo. Soy del lado izquierdo. Nunca podría votar por la constitución de la dictadura.
-¿Por qué optaste por tres novelas cortas, en ves de una más larga?
-Cuando me siento a escribir, ya sé si lo que viene es corto o largo. Por intuición.
-¿Cómo es tu rutina?
-Me levanto a las 5 de la mañana, me ducho, tomo té y me pongo a escribir hasta las 11 am. Me tomo un café acá (en un local cercano) y me quedo hasta que calculo que el aseo está hecho, el amuerzo listo y la mesa puesta. Y vuelvo a la casa. Almuerzo, hago una pequeña siesta y de ahí me pongo a escribir hasta las 10 de la noche. Y a dormir.
-¿Eres un devoto de la escritura?
-Es un fanatismo. Una religión. Un día sin escribir es un día miserablemente perdido.
-¿Como ves a Boric?
-Le está pasando lo mismo que a Salvador Allende.
-Tu visión del desierto es bastante distinta a lo que uno ve, por ejemplo, en San Pedro de Atacama. ¿Por qué?
-He ido, pero no me gusta como está ahora. Mucho hotel cinco estrellas. Mucha cosa financiera.
-¿Cómo te llevas con el ambiente literario, tienes amigos escritores?
-Yo soy amigo de todo el mundo en Antofagasta. En Santiago, no. Allá tengo cinco amigos: Ramón Díaz Eterovic, la Pía Barros, el Claudio Bertoni. Bruno Serrano, poeta. Y a Parrita, Sergio Parra, que era muy amigo de Lemebel, que se murió.
-Quien se murió hace poco fue Juan Manuel Vial, el crítico. ¿Supiste?
-¿Se murió? Era joven. Lo lamento aunque me haya tratado mal.
-¿Estás alejado de la escena?
-Totalmente. Pero es cierto que a mi nadie me ha tratado bien acá. Si comparas la crítica en Chile con la del extranjero son completamente distintas. Me tratan mejor afuera.
-¿Por qué crees que pasa eso?
-No tengo idea.
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