Fútbol y política: el costo de la negligencia en el recambio. Por Cristóbal Bellolio

Ex-Ante

Igual que la generación dorada, la Concertación fue la coalición política más exitosa de la historia republicana de Chile. Igual que la generación dorada, como reconoció alguna vez Enrique Correa, la suya es “probablemente la generación de más larga vigencia en la historia”. Con la misma filosofía de la generación dorada, también, la Concertación se hundió víctima de su incapacidad de darle tiraje a la chimenea. La teoría del Rey Arturo sobre el deber de honrar acrítica y eternamente a los bicampeones se parece mucho a la de Sergio Aguiló cuando en 2013 acusó al naciente RD de “denostar más de cuarenta años de lucha”, preguntándoles si acaso “sabrán lo que fue la dictadura”.


La renovación del futbol chileno debió haber comenzado la mañana del 11 de octubre de 2017, un día después de que nuestra selección fuera vapuleada por Brasil en Sao Paulo y el “pacto de Lima” nos dejara fuera del Mundial de Rusia. Después de haber clasificado a dos mundiales seguidos con un equipo joven y las acciones al alza, Chile no solo estaba para clasificar, sino para hacer un buen papel en la cita planetaria. Pero, como reconoció hidalgamente Jorge Valdivia, nos farreamos esa oportunidad.

Después de eso, todo fue cuesta abajo. La mayoría de los jugadores de la generación dorada perdieron el protagonismo que tenían en la escena internacional, y el medio local no fue capaz de generar alternativas. Ellos mismos reclamaron su derecho a seguir, en la medida que no hubiera nadie que les compitiera en sus puestos. Eran los bicampeones de América: ¿qué se han creído los malagradecidos de andar pidiendo renovación?

Lo que vino después no fue sorpresa para ningún entendido: cuatro años más tarde, Chile remataba séptimo y quedaba fuera del Mundial de Qatar. Salvo algunas novedades, el equipo era básicamente el mismo, sólo que un poco más viejo y agriado. De hecho, los pocos aportes que llegaron de afuera -como Ben Brereton- fueron saboteados por los cabrones del camarín.

Como explicó entonces Cristóbal Guarello en una brillante columna, se dijo hasta el hartazgo que no había recambio pero “cuando apareció uno que se ganó la camiseta a punta de rendimiento, los dorados se amurraron y prefirieron resentir el funcionamiento del equipo antes que perder protagonismo”. Con razón el puñado de jugadores jóvenes que usó Martín Lasarte en esa eliminatoria optaba por agradecer ante los micrófonos la oportunidad de compartir la cancha con tamañas leyendas antes que rabiar por puntos perdidos. No se vayan a enojar los ídolos.

Que no se malentienda: la generación que clasificó a dos mundiales y luego ganó dos torneos internacionales es por lejos la mejor de la historia. En la mayoría de las métricas, aunque le duela a los Figueroístas, Arturo Vidal sobresale como el más grande de todos los tiempos. Y le sigue de cerca Alexis, Bravo, Medel, Aránguiz, Vargas, etcétera. Eso admite poca discusión. Por lo mismo, merecían una despedida en grande, con salvas y hasta fuegos artificiales como en los narcofunerales.

Pero no. Extendieron su permanencia con el concurso de todo el ecosistema del futbol chileno. Hasta que llegó Ricardo Gareca y en una audaz jugada dejó fuera de la convocatoria al máximo representante de todo lo bueno y todo lo malo de su generación: Arturo Erasmo Vidal Escala. Era una señal. Aire nuevo. Una luz de esperanza. ¡Qué importa perder ahora si se construye algo sólido a mediano plazo!

Fue una ilusión efímera. Presionado y acojonado, Gareca cedió. Buscó pan para hoy, desentendiéndose del hambre de mañana. El resultado era predecible: nos quedamos sin mundial 2026 y no construimos nada para adelante. La persistencia de la generación más ganadora en la historia del futbol chileno en la primera línea produjo como contrapartida otro hito histórico: jamás habíamos quedado fuera de tres citas mundialistas seguidas.

¿Qué tiene que ver todo esto con la política? Que funciona parecido. Cuando los partidos no se renuevan internamente, pierden la capacidad de conectar con las nuevas generaciones que adquieren consciencia democrática. Como suele ocurrir, los dirigentes políticos también se acabronan y se atrincheran en el poder. Ya sea porque se les debe algo, como la generación que recuperó la democracia y se sintió prácticamente ofendida cuando un lote de mocosos osó competirles, o bien porque las jóvenes promesas aun no tienen el tonelaje para desplazar a los viejos cracks.

Igual que la generación dorada, la Concertación fue la coalición política más exitosa de la historia republicana de Chile. Igual que la generación dorada, como reconoció alguna vez Enrique Correa, la suya es “probablemente la generación de más larga vigencia en la historia”. Con la misma filosofía de la generación dorada, también, la Concertación se hundió víctima de su incapacidad de darle tiraje a la chimenea. La teoría del Rey Arturo sobre el deber de honrar acrítica y eternamente a los bicampeones se parece mucho a la de Sergio Aguiló cuando en 2013 acusó al naciente RD de “denostar más de cuarenta años de lucha”, preguntándoles si acaso “sabrán lo que fue la dictadura”.

El argumento central de esta columna es que en todas las instituciones, sean deportivas o políticas, alguien tiene que pensar en el mediano y largo plazo. Y ello implica intencionar los procesos de renovación. Hay pocas cosas más dañinas para una institución que la creencia de que los nuevos talentos aparecen solos y desplazan a los viejos por mérito propio. Es cierto que nadie se jubila voluntariamente. Pero ese es un deseo personal. Las instituciones están justamente para regular esas subjetividades y crear las condiciones óptimas para su continuidad.

En eso, los futbolistas tienen mucho menos culpa que los dirigentes. Es evidente que quieren jugar hasta los 40 años si fuese posible. Son otros los encargados de pensar institucionalmente, los que tienen la perspectiva para entender que la sombra de los grandes no permite el crecimiento de los que vienen. Nadie lo sabe mejor que Michelle Bachelet, cuya sombra imposibilitó por lustros la aparición de nuevos liderazgos en la centroizquierda. Lo mismo ocurre cuando sigue jugando la generación dorada, que funciona como tapón para la renovación.

Todo esto suena evidente ahora, cuando ya tocamos fondo y todo indica que hay que empezar de cero. Pero ya estaba claro esa mañana de octubre de 2017. Habríamos empezado un nuevo proceso, probablemente habríamos quedado fuera de Qatar, pero habríamos competido en la actual clasificatoria. Como le ocurrió a la Concertación, no tuvimos a nadie pensando en la continuidad institucional y en el costo que tiene la negligencia en el recambio.

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