Con un formidable sentido de urgencia, las fuerzas de izquierda (ecologistas, socialistas, comunistas, y la Francia Insumisa, de izquierda radical) lograron articularse en un nuevo frente popular -en referencia al frente antifascista que gobernó Francia entre los años 1936 y 1938- para impedir que la derecha radical convirtiera su resultado inédito, en la primera vuelta de las elecciones legislativas anticipadas, en mayoría parlamentaria.
Gracias a los desistimientos de más de 200 candidatos en segunda vuelta -principalmente del Nuevo Frente Popular (NFP)- el Reagrupamiento Nacional (RN) quedó relegado al tercer lugar, detrás del NFP que obtuvo la primera mayoría, y del macronismo, que llegó segundo. La tripartición de la Asamblea Nacional en bloques casi equivalentes vuelve difícil distinguir claramente un ganador. Pues, en efecto, tanto las victorias como las derrotas lo son a medias.
El NFP podría aparecer como el gran ganador de estos comicios. Esta alianza in extremis de las izquierdas demostró tener una gran capacidad de movilización. Puso, también, en entredicho la tesis de la “normalización” del partido de Marine Le Pen, vale decir, su creciente validación entre instituciones políticas y en la opinión pública. El RN fue responsable de su propio desenmascaramiento: su campaña develó una falta de profesionalización, la remanencia de ideas que lo reconectaron con su pasado, mientras que sus tanteos programáticos reforzaron la sensación de amateurismo.
Con todo, el resultado del NFP estuvo lejos de la mayoría absoluta. La alianza se encuentra en un impasse: convertir su victoria en las urnas en una victoria programática, superando divisiones e intransigencias internas, en particular de quienes insisten en aplicar un programa económico perjudicial para la estabilidad financiera y el crecimiento del país. Estas diferencias internas darán, probablemente, lugar a reacomodaciones, dados los múltiples grupos que existen en la nueva Asamblea Nacional.
En síntesis, la victoria de las izquierdas, en particular de la Francia Insumisa como primera fuerza del bloque, no fue un premio a la agenda woke y sería, incluso, prematuro leerla como un vuelco de la mayoría de los electores hacia la izquierda. Fue fruto de un acuerdo electoral anti-RN, cuyas consignas fueron seguidas, en particular, por los electores del Frente Popular.
Para el bloque presidencial, el resultado no fue una debacle como lo dejaban augurar los sondeos, pero sí una derrota pues el macronismo perdió su mayoría relativa, a pesar de haberse beneficiado ampliamente de los desistimientos. Al disolver su propia mayoría, el presidente Macron perdió también el control de su propio grupo. Algunos ex macronistas sentirán, probablemente, la tentación de fortalecer proyectos propios o reincorporarse a sus partidos de origen, de derecha o izquierda. En síntesis, no solo el presidente salió debilitado de su apuesta, sino que contribuyó a fortalecer aún más los extremos.
Por su parte, la derecha radical vio frustrada su aspiración de obtener la mayoría absoluta e, incluso, relativa, pero obtuvo, al mismo tiempo, un resultado histórico, al sumar 54 nuevos representantes y expandir su presencia territorial.
Dada la configuración de la nueva asamblea, un bloqueo legislativo prolongado en una sociedad que demanda cambios y aparece al mismo tiempo polarizada sobre la forma de resolver los problemas, podría terminar favoreciendo a Marine Le Pen. Aunque el RN no haya logrado constituirse en una gran fuerza de oposición, una encuesta posterior a estas elecciones legislativas muestra que ella sigue favorita para la carrera presidencial de 2027.
El porvenir del RN está por verse. Dependerá, por un lado, de la capacidad del nuevo gobierno de avanzar en reformas necesarias, conteniendo las radicalidades presentes en la sociedad; y por otro lado, de la credibilidad de sus nuevos intentos de normalización y profesionalización.
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