Ricardo Caballero en una entrevista reciente señaló, refiriéndose a los problemas que enfrenta Chile para crecer, que tal vez nunca fuimos tigres como creímos en la época dorada del crecimiento acelerado, desde mediados de los ochenta hasta fines del siglo pasado o comienzos del actual.
Bajo esta interpretación, simplemente tuvimos suerte (apertura de China y globalización acelerada) y cosechamos los beneficios fáciles de las reformas económicas de los ochenta (apertura de la economía y reformas de mercado) que se profundizaron con la vuelta a la democracia y que atrajeron flujos de inversión extranjera muy significativos, generando un círculo virtuoso que se agotó de muerte natural y, definitivamente, con las malas reformas en el ámbito tributario, político y educacional que se vieron potenciadas por la aparición de una insatisfacción creciente de grupos de la elite que cuestionó los pactos con la dictadura y las políticas implementadas, así como la aparición de otros grupos rezagados del progreso logrado, víctimas de un sistema de pensiones nunca reformado pese a los informes técnicos de comisiones ad hoc y de un sistema universitario que no estuvo a las alturas de las expectativas en sus resultados.
Jorge Quiroz, en entrevista reciente en este mismo medio, afirmó que Chile está en decadencia y que lo ha estado en la mayor parte de los últimos cien años. Dicho de otra manera, la mayor parte del tiempo lo hemos hecho mal, lo que ratificaría la ausencia de genes felinos en nuestra población. Sin ir tan lejos, Óscar Landerretche, también hace poco en este medio, apunta a la necesidad de reinventarnos a través de un pacto político que, desgraciadamente, se ve muy lejano de alcanzarse en el corto y, probablemente también, en el mediano plazo.
Parece ser un hecho de la causa que antes de comenzar la recuperación hay que tocar fondo y restablecer un consenso, primero y por sobre todo, respecto de que queremos crecer, algo que no es tan obvio, por lo menos si se recuerda el contenido del programa del actual gobierno y las propuestas de la Convención Constituyente que éste apoyó con entusiasmo. El mayor obstáculo para retomar el camino del progreso del país no es lo mucho que hay que arreglar para volver a él, que ya es un desafío muy importante, sino el desacuerdo profundo respecto a cuál es el camino correcto a seguir.
Probablemente no costaría tanto ponerse de acuerdo en las reformas y políticas que deben aplicarse para recuperar el crecimiento. No por lo menos desde una perspectiva técnica aunque, tal vez, costaría un poco más el acuerdo respecto de la profundidad de algunos cambios, por ejemplo, en el sistema de evaluación y aprobación de proyectos de inversión, que creo debe rehacerse desde cero. Lo mismo respecto de la infinidad de programas fiscales que tienen escasa o nula eficacia pero que justifican una frondosa burocracia que se opondrá absolutamente a perder sus privilegios y su poder. Y así, en muchos otros ámbitos porque el problema de Chile no se limita a eliminar algunas barreras y desincentivos a la inversión ni retocar algunas otras cosas por aquí o por allá.
Para romper la inercia del círculo vicioso en que estamos es necesario partir por reformar el sistema político pero, luego de eso, antes, o en conjunto, de llegar a las medidas directamente relacionadas con cuestiones de incentivos, hay que recuperar, entre otras varias, la educación pública, la seguridad ciudadana, lograr hacer crecer la productividad que evite un deterioro aun mayor en el mercado laboral por las políticas seguidas, incluyendo aquellas que rigidizan la actividad de los trabajadores, el aumento excesivo del salario mínimo y la reducción de la jornada laboral.
Se puede hacer un largo catálogo de cosas que es necesario arreglar para restablecer la capacidad de crecimiento de nuestra economía, pero lo importante ahora es tomar conciencia que es un esfuerzo que va más allá de lo exclusivamente económico y que se requiere reparar todo el esqueleto institucional del país. Es posible que con algunas reformas por aquí y por allá se consiga mejorar un tanto, pero explotar todo el potencial que tiene el país, que lo tiene y bastante, requiere ir mucho más allá.
Desgraciadamente, como dice Landerretche, para enfrentar este desafío se necesitan políticos de un calibre que, en la actualidad, no existen.
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