Mapuche, mujer, sonriente, doctora en Holanda y en México, Elisa Loncon era, al ser elegida presidente de la convención, el perfecto símbolo de lo que ésta buscaba ser: voz de los que nadie escucho antes, símbolo de todo lo que fue marginado, aplastado, olvidado, pero con doctorado en tres continentes. Buenas razones que a la hora que el propio presidente admite la posibilidad de empezar de nuevo nos ayudan a pensar que anduvo mal.
Profesora de la muy Pontificia Universidad Católica, parte de la elite, pero de la otra elite, la nueva, la que da sus discursos no en el castellano que entiende el cien por ciento de los convencionales, sino en el mapudungun, que solo entienden unos pocos elegidos.
Ahora sabemos que esto fue una bendición. No me cabe duda de que en el idioma de la que es una de las mayores especialistas mundiales, Elisa Loncon es una mujer coherente, profunda, equilibrada, e informada. En castellano ha empezado progresivamente a no ser ninguna de todas esas cosas. Cada declaración que ha emitido tratando de defender los contenidos de la Nueva Constitución, llenan de perplejidad a los que queremos votar Apruebo. Una perplejidad que llegó hasta el presidente salvando el apruebo en la base de hacerlo más conservador, más simple, menos engorroso que el Rechazo.
El caso de Elisa Loncon demuestra hasta qué punto la condescendencia es el otro rostro del racismo. Ese racismo atroz que la hizo víctima de insultos y amenazas toda su presidencia. Una presidencia que no fue, si se mira con detenimiento, en ningún caso un éxito. Largos meses para escribir un reglamento intrincado y laberintico. Meses salpicados de todo tipo de Jappening, rondas infantiles y momentos coloridos que fueron el comienzo del divorcio de los chilenos con la convención que se convirtió en este callejón sin salida del que todos creen tener la llave.
Pero no puede hacerse una evaluación objetiva del paso Elisa Loncon por la presidencia porque hacerlo sería atacar los respetables símbolos que viste con indudable prestancia. Símbolos que hace valer cada vez que se la pone en cuestión. La opresión que los winkas hemos ejercido sobre los mapuches es tan cruel e indudable que perdonamos todas las imprecisiones y la voz chillona donde no lograba mantener el orden en la sala, atribuyéndole a su condición de parte de un pueblo vulnerado.
Pero en esa misma convención y fuera de ella hay muchos intelectuales, juristas y poetas mapuches que hablan el castellano con tanta habilidad como el mapudungun, y saben de leyes como el que más, pero que quizás son menos “auténticos” que esta profesora de lingüista y literatura que, como suele pasarnos a los profesores de literatura, se enredó de la complejidad de la política. Lejos, muy lejos de la universidad, su ambiente, donde justamente los símbolos han empezado a serlo todo.
La diversidad concebida como un carnaval de colores olvida que las verdaderas democracias deben ser grises, fomes y mal vestidas como la mayoría de la que debe provenir. El color local es cosa de turistas. Quizás lo que más se odia de los pijes de la nueva izquierda es que se comportan en sus visitas a los “territorios” como eso, turistas que quieren comer el plato típico y sacarse foto con algún “tesoro vivo” de la región. A finales del siglo XIX se encerraba al representante de los pueblos originarios en una jaula para exhibirlos en los zoológicos. Que el zoológico ya no tenga rejas no significa que en el aprecio especial que se intenta tener por los pueblos originarios habita la misma voluntad de ir a mirarlo a “hacer sus cosas”.
Consultarlo claro, concederles permisos, darle representación aparte, siempre aparte. Concederle lo que piden (si no cuesta plata a los de Santiago) pero no escucharlos, porque escuchar es rebatir, porque escuchar es disentir, porque escuchar es reír y llorar juntos. Todas esas cosas, conversar, llorar, reír, que la culpa no nos deja hacer con una normalidad, que sería sanadora, porque están “ellos” y estamos “nosotros”. Porque las conversaciones se dan entre personas y no colectivos.
Preguntarle a Elisa Loncon a la hora de elegirla presidente de la convención cuál era su proyecto de constitución, que pensaba de la del 80 o la del 25, habría sido un insulto. Nadie la escogió presidenta por su capacidad para escribir leyes o coordinar a los que la escriben. Queríamos una foto de ella en su traje ritual para que Forbes y el Time la pusieran entre las mujeres más poderosas e influyentes del planeta. Queríamos mostrarle al mundo que tan diversos, que tan abierto de mentes, qué sofisticado y al mismo tiempo qué “realista mágico” somos. Queríamos sentirnos buenos sin necesidad de serlo.
Eso hasta que ya saciado de esa bondad sin consecuencia podemos quizás mirarnos a los ojos y pensar que esta labor enormemente compleja tiene que estar en manos de especialistas de todos los colores y procedencia pero que no sea el símbolo de nada sino simple profesionales dedicado a hacer lo que saben y que es claro que yo, al menos, no se.
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