En uno de los momentos inquietantes del documental se ve a Augusto Pinochet dando las gracias al final de un discurso. Luego aparecen Lagos, Frei, Bachelet, Piñera y Boric. La cámara se centra en los gestos y en las manos de los exmandatarios como si fueran lo mismo. Ese es uno de los ejes de la película “El que baila pasa”, que recibió $ 55 millones del Estado: la culpa es de los 30 años no de los 30 pesos (de alza del pasaje de Metro).
Dirigida por Carlos Araya Díaz, la película reivindica el estallido social, sin mucha distancia y con un punto de vista errático, a través de videos o memes que se transformaron en virales desde el 18 de octubre de 2019. La propia pantalla es como un celular y su estética es la de Tik Tok.
El realizador dijo a La Tercera: “Me llamaron la atención ciertas situaciones de ternura o que iban a contrapelo. Por ejemplo, me parecía muy interesante una secuencia en la que carabineros eran abrazados por manifestantes, en lo que fue un pacto como de no violencia. Ocurrió en un contexto en el que los carabineros eran más bien atacados y vistos como enemigos”.
Sin embargo una de las vigas discursivas de la película, que no tiene muchas, porque es fragmentada y confusa respecto a los hechos que muestra, es presentar a la policía ejerciendo violencia. Aquí este falso documental hace apología del perro Matapacos y de una de las consignas más repetidas del estallido, que llenó los muros de las ciudades: ACAB, que en español significa: “Todos los policías son bastardos”. Esa fue la firma del octubrismo y el director parece seguir esa sentencia, sin oponer una perspectiva crítica de la violencia.
La productora de El que baila pasa, María Paz González, respondió que “no promueve ideologías ni hace apología a la violencia; de hecho el Consejo de Calificación Cinematográfica (a través de un comité autónomo) la consideró incluso para Todo Espectador, sugiriéndola a partir de los 7 años de edad”.
González agregó: “Como cineastas y a través de esta película, justamente queremos ahondar en nuestro pasado reciente desde su complejidad invitando al espectador a preguntarse sobre lo sucedido lejos de toda trinchera”.
La película tiene ecos gruesos de Raúl Ruiz en el montaje que parece guiado por cierta improvisación y el absurdo. Con frases que cuentan la historia de un muerto que se encarna en un conserje de un edificio, el libreto tiene un tono antipoético que no funciona demasiado, más allá de ciertos chistes de rigor.
El narrador, por así decirlo, decide dejar el mundo de ultratumba para visitar Chile en el cuerpo de un señor que pasa toda la cinta durmiendo o pestañeando. Esta crítica burlona, caricaturesca, del oficio de conserje es un tanto incómoda, sino clasista o prejuiciosa.
“El que baila pasa” fue premiada como “Mejor Largometraje Nacional” en los Festivales de Cine de Valdivia y Viña del Mar. En términos físicos tiene cierta inventiva, que se vuelve forzada, pero el problema es: ¿cuál es el punto de vista de los realizadores? Pareciera que la perspectiva se traslada a las frases del narrador muerto, que se vino a Chile “porque están pasando cosas” y la mirada de los propios autores se vacía de contenido.
La idea de que la transición fue una continuación del modelo económico de la dictadura se traduce en imágenes donde personas exclaman airadas por la derrota del Apruebo, como si hubiese sido un despilfarro. Es decir, un pueblo que logra rebelarse para finalmente perder en el plebiscito es un pueblo ignorante. La teoría del “facho pobre” (el proletariado que vota por la derecha, contra sus intereses) se instala como una de las expresiones centrales de la cinta.
Hay cierta banalidad al registrar los episodios de violencia. De hecho el “protagonista” se entusiasma tirando piedras y molotovs, según cuenta en su relato. Con imágenes impactantes como las de una estación de Metro ardiendo o de tipos tirando televisores nuevos al fuego, el director no construye una mirada crítica y parece sentirse seducido por la idea de que Chile se volvió a farriar una oportunidad de transformaciones.
En ese sentido, la derrota del 4 de septiembre de 2022, donde el Rechazo obtuvo 62% de los votos, sería otro “triunfo moral” de la izquierda. Es una opción victimizante, que no cuestiona los hechos, sino que se hace parte de las barricadas y el fuego, desde donde este falso documental parece instalar su foco. Por ejemplo, las escenas de gente obligada a bailar para que sus autos puedan pasar tienen un aire festivo, como si esta imposición fuera una broma.
La perspectiva desde la “primera línea”, junto a la asimilación de Pinochet y los presidentes Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet y el propio Boric como parte de un mismo modelo, son las claves de una propuesta fílmica problemática. No por nada la película, que se presenta en la Cineteca, produce un desacople entre los espectadores un sábado por la noche: algunos ríen y otros se emocionan hasta las lágrimas. Al final, muchos aplauden, dando cuenta de que “El que baila pasa” tiene cierto aire militante.
Siempre habrá movilizaciones y protestas -no sólo si gobierna la derecha-, y estará latente la posibilidad de que en algún momento converjan en algo masivo. Pero apostaría que difícilmente se darán las condiciones para excesos de violencia, por el descenso vertiginoso del apoyo social a todo lo que signifique desafiar el orden público.
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