Convertir a figuras como Baquedano en chivos expiatorios de los problemas actuales no es solo intelectualmente deshonesto, sino que también impide una comprensión equilibrada de nuestra historia. En lugar de borrar símbolos, el desafío debería ser entenderlos en su contexto y debatir su significado. Y no en darle en el gusto a los nostálgicos de la violencia y destrucción del octubrismo.
La agenda del vandalismo. La estatua ecuestre del general Manuel Baquedano, que por más de un siglo presidió la plaza que lleva su nombre en Santiago, fue retirada en 2021 tras haber sido objeto de repetidos actos de vandalismo durante el estallido social de 2019.
- La decisión del gobierno de Piñera de trasladarla a un lugar seguro se justificó en su momento por la necesidad de restaurarla y evitar su destrucción total. Sin embargo, para muchos, este acto representó una capitulación ante la violencia y una demostración del temor que embargaba a las autoridades frente a quienes buscan reescribir la historia a su antojo.
- El repudio que sectores de la izquierda chilena sienten por el General tiene raíces profundas. Como comandante del Ejército en la Guerra del Pacífico, Baquedano lideró las fuerzas chilenas en campañas decisivas, incluida la victoria en Tacna y la crucial batalla de Chorrillos, que marcó la caída de Lima.
- Su figura está indisolublemente ligada al avance militar chileno y a la consolidación territorial del país. Sin embargo, en la visión de ciertos sectores de izquierda, esta historia es vista como una expresión del imperialismo chileno, la guerra de Mr. North el rey del salitre.
- A esto se suma la insistencia en reinterpretar episodios de la historia nacional bajo la óptica del conflicto de clases. Desde esta perspectiva, Baquedano no solo es visto como un militar exitoso, sino también como un instrumento del orden oligárquico de su tiempo.
- Su papel en la represión de los levantamientos obreros del siglo XIX, así como su adhesión a la estabilidad del Estado chileno postguerra, le valieron el rechazo de quienes ven en él una figura de opresión y no de patriotismo.
- Otro aspecto que ha sido utilizado para cuestionar su figura es su rol en la ocupación de la Araucanía. Aunque su participación en la llamada “Pacificación” no fue tan extensa como la de otros militares, su presencia en la región durante ciertos períodos ha servido de argumento para quienes ven en él un símbolo de la represión contra el pueblo mapuche.
El punto de quiebre. Para sus detractores, Baquedano representa la expansión del Estado chileno sobre territorios indígenas y la imposición de un modelo ajeno a las comunidades originarias. Pero este proceso, promovido por diversos gobiernos, también consolidó la soberanía nacional sobre una vasta zona del país y permitió su integración al desarrollo económico y político de Chile.
- El punto de quiebre fue el estallido de 2019. La Plaza Baquedano, rebautizada como “Plaza de la Dignidad” por los manifestantes, se convirtió en el epicentro de las protestas y en un símbolo de la institucionalidad que se buscaba derribar. Fue pintada, golpeada e incluso incendiada, en una suerte de juicio popular contra su figura.
- Como el Estado no fue capaz de proteger la integridad del monumento, se optó por retirarla. La medida, lejos de calmar los ánimos, fue interpretada como una concesión a quienes buscan imponer su visión de la historia a través del vandalismo.
- La pregunta que quedó flotando fue si el Estado debe ceder a la amenaza de la fuerza para cambiar los símbolos de su identidad.
- El retiro de Baquedano no es un caso aislado. En varias partes del mundo, estatuas de figuras históricas han sido removidas o destruidas en medio de revisiones del pasado impulsadas por movimientos sociales. En algunos casos, la revisión tiene sustento en hechos irrefutables de abuso o injusticia, como en las estatuas de líderes coloniales ligados a la esclavitud.
- Sin embargo, en Chile, la eliminación de Baquedano responde más a una disputa ideológica que a un consenso sobre su papel en la historia.
Peligroso precedente. El problema de ceder a la presión de los violentos es que establece un peligroso precedente. ¿Quién define qué símbolos deben permanecer y cuáles desaparecer? Si el criterio es el nivel de agresión que reciben, entonces cualquier grupo organizado podría imponer su visión con suficiente persistencia.
- En democracia, los cambios en el relato histórico deben debatirse en espacios legítimos, no ser impuestos por la fuerza de la calle.
- El debate sigue abierto. ¿Debe volver a su lugar original, restaurando el orden simbólico que existía antes del estallido? ¿O se dejará su ausencia como un testimonio del poder de la presión callejera? Fernando Balcells en una entrevista a La Segunda, dijo prefiere que “plinto permanezca vacío como un monumento a las tareas pendientes”. Es decir, una reivindicación de la agenda del octubrismo.
- Lo cierto es que la disputa por la memoria de Baquedano refleja una lucha más profunda sobre la identidad y el futuro de Chile. Esa misma lucha se reflejó en el rechazo de la propuesta constitucional de 2022, elaborada por una Convención dominada por los mismos sectores que promueven el retiro de Baquedano.
- La ciudadanía demostró que no comparte la visión radical de quienes buscan borrar símbolos históricos y reescribir la identidad nacional bajo una óptica sectaria. Si las autoridades siguen gobernando con temor a las turbas, será cuestión de tiempo antes de que nuevos símbolos sean atacados y nuevas concesiones exigidas.
Revisionismo histórico y sus limites. Si bien es legítimo cuestionar y reinterpretar el pasado con nuevas perspectivas, hacerlo desde la imposición ideológica y la violencia distorsiona el debate.
- Convertir a figuras como Baquedano en chivos expiatorios de los problemas actuales no solo es intelectualmente deshonesto, sino que también impide una comprensión equilibrada de nuestra historia. En lugar de borrar símbolos, el desafío debería ser entenderlos en su contexto y debatir su significado.
- Un grupo de personalidades del mundo de la cultura se han organizado y entrado al debate, proponiendo realizar un concurso público para decidir el destino de la estatua. La idea puede parecer democrática, pero cabe preguntarse si la memoria histórica de un país debe quedar sujeta a una votación popular influenciada por las tendencias del momento.
- La historia no se somete a plebiscitos ni a modas pasajeras; se estudia, se comprende y se respeta. La decisión sobre el futuro de Baquedano no debería depender de una consulta simbólica, sino de un verdadero consenso nacional que reconozca su papel en la historia de Chile sin imposiciones ideológicas ni presiones políticas coyunturales.
- En este contexto resulta lamentable la conducta del Consejo De Monumentos Nacionales que, entre gallos y medianoche, acogiendo una solicitud de MOP, resolvió retirar en forma definitiva el monumento del General Baquedano para que sea trasladado a “un espacio que garantice su preservación”.
- Resolución que fue relativizada al día siguiente y que será objeto de una nueva reunión del directorio, todo ello ante la reacción negativa con que fue recibida por la ciudadanía.
- La medida también puede ser fruto de la “confesión” nada menos que de la ministra del interior Carolina Tohá, quien reconoce que “le da miedo” reponer la estatua en su lugar original. Con lo que queda claro que esto tiene poco que ver con la figura del general y mucho con el miedo a la reacción del octubrismo. ¡Por eso es fundamental no rendirse ante los violentos!
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