Para Claudio Orrego Larraín, la segunda vuelta para la gobernación de la Región Metropolitana constituye el desafío más complejo de su extensa carrera política. Tan cerca, y a la vez tan lejos. Solo 1,42 puntos porcentuales de votación, equivalentes a poco más de 60.500 sufragios, impidieron que el ex demócrata cristiano se impusiera en primera vuelta, hito que rápidamente lo habría catapultado como uno de los grandes ganadores de la jornada del pasado 26 y 27 de octubre. Pero esos 1,42 puntos lo ubicaron en el otro bando, el de los derrotados, además de situarlo en un complejo laberinto que es reflejo de sus propias contradicciones a lo largo de su historia política.
La paradoja de Claudio Orrego es que, a medida que ha tratado de adecuarse al poder sobre la base de alianzas transitorias, ha ido horadando lealtades permanentes. Por ceder a una izquierda cada vez más radical, se ha alejado de quienes lo eligieron en 2021 para contener esa tendencia.
Así, Claudio Orrego yace hoy en un laberinto, y cada paso que da, parece acercarlo más a una vía política en la que no parece haber retorno posible, ni tampoco salida.
En 2021, fue electo gobernador en una victoria impulsada, en gran parte, por el voto de sectores de derecha y centroderecha, principalmente del sector oriente de la capital, quienes lo vieron como un mal menor frente a la candidata filo-chavista del Frente Amplio, Karina Oliva.
El ex presidente de la Feuc y ex abanderado presidencial de la DC fue visto ilusamente como un “cortafuegos” ante una posible avalancha de la izquierda radical en la gobernación. Aunque paradójicamente, en el transcurso de su mandato, el exalcalde de Peñalolén dio pasos significativos hacia esa izquierda. Como botón de muestra, bastaría recordar su respaldo a la opción Apruebo en el plebiscito constitucional de 2022 o su más reciente apoyo a figuras como la derrotada alcaldesa comunista de Santiago, Irací Hassler.
El riesgo de triunfar con “votos prestados” es que, como en cualquier préstamo, existen condiciones para renovar o poner término a dicho acuerdo o contrato. Cumplir con esas condiciones es lo que determina si el apoyo se mantiene o no, y la segunda vuelta probablemente será el instante en que se producirá el ajuste de cuentas entre los electores de dos versiones distintas de Orrego: la de 2021 y la de 2024.
El resultado de esta reciente primera vuelta de 2024 ya mostró indicios de que se ha producido una comprensible desafección entre Claudio Orrego y estos votantes, quienes esperaban de él una voz más fuerte y crítica del gobernador de la RM frente al Ejecutivo y sus políticas, pero solo vieron en Orrego a un mero comentarista y espectador del deterioro en la seguridad y la calidad de vida urbana de la región.
Así, Claudio Orrego parece situado, una vez más, a medio camino entre dos mundos: entre aquellos sectores progresistas que no terminan de aceptarlo, acogiéndolo con relativa desconfianza, y el electorado de derecha que hoy se siente defraudado por el gobernador que eligieron. ¿Estarán dispuestos a darle una segunda oportunidad al otrora símbolo de la moderación que devino en ícono de la subordinación a la izquierda?
Es en este escenario que Orrego Larraín enfrenta una segunda vuelta con una base de apoyo fragmentada y sin una identidad política claramente definida. Debiendo hacer frente al dilema de atraer nuevamente a los votantes de derecha sin perder al sector de izquierda que ha tratado de conquistar: un equilibrio, sin dudas difícil de lograr.
El cálculo del actual Gobernador seguramente fue que para ganar en segunda vuelta bastaría alinear a todos los electores que respaldaron alternativas de izquierda en la primera vuelta. Podría ser, pero si algo ha enseñado la política actual es que el supuesto de la transferencia lineal de apoyos es una premisa cada vez más errónea. Entre la planilla Excel y el electorado real puede haber un mundo —y en este caso una Gobernación— de diferencia.
En el fondo. El problema de estas alianzas electorales transitorias es que no construyen lealtades políticas duraderas. Y en el caso de Claudio Orrego, el riesgo es aún mayor: tiene al frente a alguien con muy poco que perder y mucho que ganar.
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