Octubre 17, 2021

Chile, un país sin rumbo ni relato desde hace una década. Por Cristián Valdivieso, director de Criteria

Ex-Ante

Haber ganado o perdido debates resulta irrelevante frente a la constatación que quien resulte electo presidente, se topará nuevamente con el mismo ciclo de desborde de demandas desatendidas. Es en ese contexto que mantengo vivas mis expectativas en torno al proceso constituyente. Es ahí, mucho más que en la próxima presidencial, donde se juega el futuro del país.

 

El fin del relato de la Concertación. En marzo de 2010, Michelle Bachelet terminó su primer mandato con una aprobación ciudadana del 80%. Paradojalmente, no le entregó el gobierno a su candidato Eduardo Frei, ex Presidente y emblemático de una Concertación que por entonces resonaba, casi sin cuestionamientos, como la coalición más exitosa de la historia política de Chile.

  • Con ocho de cada 10 chilenos valorando la gestión de Bachelet, la ciudadanía eligió a Sebastián Piñera, marcando en ese acto el fin del pacto tácito que se había establecido con la coalición concertacionista tras el retorno a la democracia.
  • Entre 1990 y 2010, la narrativa de la Concertación podía resumirse como: “tenemos legitimidad por haber sido opositores a Pinochet, estamos preocupados del crecimiento para salir de la pobreza y de que las capas medias, con base a su esfuerzo y trabajo, tengan mayor acceso al bienestar social, al estatus de vida de un país en vías de desarrollo”.
  • El fin de la Concertación desfondó el relato que hasta entonces había aglutinado a la sociedad chilena, basado en la movilidad social como narrativa inspiradora. Una pasada de cuenta ya conocida en torno a la acumulación de privilegios y falta de renovación de las elites concertacionistas, la falta de garantías sociales, el aumento de la deuda privada -CAE- y la falta de crecimiento económico que dejaron sin bencina el carro de la transición.
  • Sin relato, de ahí en más quedó claro que para ser gobierno ya no bastaba con pertenecer a la coalición que había derrotado a Pinochet. La sociedad se secularizaba y abandonaba sus referentes ideológicos tradicionales, declarándose en busca de un/una Presidente mago que, rápidamente y con independencia del congreso y las coaliciones, enmendara el rumbo y devolviera la promesa de un futuro próspero.
  • Y en eso hemos estado los últimos 10 años, en la búsqueda sin encuentro de un nuevo relato colectivo encarnado en algún Presidente.

La fallida apuesta por Piñera. Se votó por Piñera I en la expectativa de recuperar el crecimiento económico desvanecido en Bachelet I, apostando a que el mercado proveyera a la emergente clase media en su demanda por protección social en educación, salud y pensiones. El crecimiento no fue suficiente y, ahondando en la lógica de oferta y demanda, las movilizaciones sociales de 2011 instalaron desde la protesta la exigencia por derechos sociales, ahora garantizados por el Estado.

  • Michelle Bachelet reapareció en 2014, cargando las esperanzas por mayor bienestar y seguridad social y bajando la presión a la demanda social. Pero como las soluciones no son ni rápidas ni mágicas y requieren grandes acuerdos, al poco andar empezó la reyerta partidista dentro de su coalición y con la oposición, desencadenando la desilusión ciudadana por la lentitud de los avances y la polarización de una clase política que había decidido poner primero su agenda de intereses antes que la de las personas.
  • Así llegamos a Piñera II, en la expectativa de una rápida vuelta de página, apostando a unos tiempos que nada tuvieron de mejores y que están terminando sin siquiera una reforma garantizadora de los debatidos derechos sociales y una clase política aún más polarizada.
  • Han transcurrido diez años desde que se rompió el relato de país que, con sus limitaciones, aglutinaba política y socialmente a grandes mayorías. Diez años donde los gobiernos y oposiciones de turno se han negado la sal y el agua, desacoplándose sistemáticamente de la ciudadanía y desatendiendo las señales de rearticulación social por fuera del sistema de partidos.
  • Una cruda y banal polarización que los debates presidenciales de esta semana, marcados por combos y arañazos, sólo vinieron a confirmar. Haber ganado o perdido debates resulta irrelevante frente a la constatación que quien resulte electo presidente, se topará nuevamente con el mismo ciclo de desborde de demandas desatendidas.
  • Es en ese contexto que mantengo vivas mis expectativas en torno al proceso constituyentes. Es ahí, mucho más que en la próxima presidencial, donde se juega el futuro del país. Es más, quien resulte electo o electa presidente para el período 2022-2026 ni siquiera tendrá certezas sobre cuánto durará su mandato, pues estará condicionado a las definiciones de la Convención.
  • Hayamos aprobado o rechazado en el plebiscito de octubre 2020, queramos o no una nueva constitución, el hecho práctico es que, si de ese proceso constituyente no emana una propuesta constitucional cuyo relato sea articulador de sentidos colectivos para un nuevo pacto social, gobierne quien gobierne, seguiremos sin rumbo, directo al despeñadero populista de las soluciones mágicas.

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