Tensión constituyente
Mientras todos esperan las señales que dará Gabriel Boric en la conformación de su equipo, hay un factor que evidentemente ha sido menos debatido, y probablemente más importante, que es la relación que tendrá el presidente electo con la Convención Constitucional. Mientras que un fracaso del primero, el presidente, será el fracaso de un individuo, el fracaso del segundo, de la Convención, será el fracaso de todo el país.
Por lo anterior, es evidente que una prioridad de Boric será sacar adelante la Convención Constitucional. Naturalmente, porque es partidario de cambiar el texto actual, pero también porque sabe que el texto resultante muy probablemente le será favorable a él en lo particular y a su sector en lo más general. Por lo tanto, la estrategia para asegurar el éxito del proceso será una consideración central de su estrategia de instalación.
Son varias las consideraciones que Boric deberá tener en cuenta para potenciar el éxito del proceso constitucional. El primero, y probablemente más importante, tiene que ver con la validez del texto que se plebiscitará, pues, si la nueva Constitución se percibe como un documento político cocinado por unos pocos, no solo podría tener dificultades para ser aprobado en el referéndum, sino que también podría ser sindicado como ilegitimo más adelante.
Un texto balanceado
El gobierno de Boric durará cuatro años (de no mediar una reforma constitucional). La nueva Constitución durará al menos diez veces eso. Por lo mismo, producir un texto pensando que solo busque beneficiar a un sector sería un error garrafal. De seguir en democracia, la alternancia del poder será permanente, y, por lo tanto, las reglas que hoy benefician a unos, mañana beneficiarán al otro.
En ese contexto, es imposible imaginar un escenario en que un texto desbalanceado no sea sometido a cuestionamientos permanentes, e incluso a acusaciones de ilegitimidad por sus detractores. Por más que los argumentos fueran falsos, igual se transformaría en un problema de magnitudes para todas las camadas políticas venideras, en tanto tendrían que operar en una infraestructura constitucional vulnerable.
El presidente electo es representante de todos, y no solo unos pocos. Por lo tanto, debe hacer un esfuerzo adicional para asegurar la imparcialidad del proceso constitucional, dentro de lo que es posible, confiando que aquello ayudará a conducir el texto a ser un documento balanceado, libre de críticas relacionadas a su origen, y que garantice que todos los chilenos se puedan sentir identificados con lo que allí se sostiene.
Afinidad peligrosa
Un factor que podría persuadir a algunos de que la nueva Constitución está hecha por y para la izquierda es la relación estrecha entre el presidente electo y algunas de las principales autoridades de la Convención Constitucional. Es el caso, por ejemplo, del líder político de facto de la instancia, Jaime Bassa, quien fue electo a su cargo actual con el apoyo del partido de Boric, Convergencia Social.
Por su puesto, es natural que Boric quiera “conducir” el proceso constitucional a buen puerto. El problema es que no es claro lo que aquello significa. Una interpretación es que “conducir” es asegurar la imparcialidad y la no intervención. Otra interpretación, muy distinta, es que “conducir” es potenciar solo las ideas de los propios. La primera interpretación es deseable, la segunda no.
Si Boric busca influir en que el proceso constitucional se consolide y resulte en un texto de izquierda, será cuestionado más adelante por promover una constitución imparcial. Hoy tiene en sus manos la posibilidad de ser garante de ecuanimidad, y fundador de un nuevo ciclo democrático. Debe decidir si caerá ante la presión de sus partidarios y el poder fáctico de la Convención o si empujará un marco constitucional justo, independiente y neutral.
Pensar en el corto plazo
Un ejemplo de cómo incentivos políticos de corto plazo toman fuerza es visible en el debate por el periodo presidencial (y los límites a la reelección). Hace unas pocas semanas, Bassa puso en duda que el próximo presidente terminaría su mandato, probablemente pensando en que Kast ganaría. Evidentemente, aquello ya está descartado, pero queda el mal sabor de saber que lo transitorio puede influir en lo permanente.
La idea original era que si ganaba Kast, gobernaba un año. En cambio, si ganaba Boric gobernaba los cuatro. La extensión de esa lógica es que ahora se puede comenzar a pensar en alargar el periodo presidencial a seis años, o incluso mantenerlo en cuatro, pero permitir la reelección inmediata. Es decir, en vez de restringir a la oposición, se podría reforzar el oficialismo.
Bachelet vislumbró la idea, y, por lo mismo, mencionó el peligro de tener mandatos de seis años. Pero el tema que trasciende es el inequívoco riesgo de pensar con la calculadora. Gobernar para los propios, pensando en la recompensa inmediata es una receta para el fracaso. Por lo mismo, si Boric quiere, y puede, influir en el proceso, debe ser solo para garantizar la ecuanimidad de la justica constitucional.
La influencia constitucional
Algunos piensan que el principal riesgo de la interacción entre Boric y la Convención Constitucional es que el primero ocupe su cargo para influir en el proceso, y “conducir” los resultados para beneficiar su sector. Y si bien es un riesgo, no es el único. Pues lo inverso también es cierto, que la Convención Constitucional pueda usar su potestad para tensionar al presidente hacia la izquierda.
La evidencia allí parece ser más débil, pues con todo lo que ocurrió entre primera y segunda vuelta, Boric parece haber entendido que debe gobernar desde la moderación. Pero aquello abre una interrogante nueva, que es sobre la complementariedad que pueda existir entre el gobierno de Boric y la nueva Constitución. Por ejemplo, en el tema de pensiones: ¿si la reforma no logra pasar por el Congreso, puede pasar por la Convención?
La tensión entre Boric y la Convención Constitucional será permanente. Si el presidente electo se ocupa en asegurar que el proceso sea justo, estará obrando en el sentido correcto, asegurando la legitimidad del documento. Si en cambio cae en el juego político, y busca usar su poder para influenciar el proceso, no solo pondrá en peligro la sobrevivencia en el tiempo del nuevo texto, sino que también estará arriesgando mucho de su propio capital político.
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