El gesto “patriótico” de la derecha que hizo posible la reforma fue una inyección de esteroides para un gobierno que estaba en el suelo y le está costando una verdadera guerra civil con la extrema derecha representada por Kast y Kaiser. Cuando se analice el gobierno de Gabriel Boric en retrospectiva, la reforma de pensiones será recordada como su mayor legado, aunque haya sido producto de un acuerdo con un sector de la oposición.
Un proyecto indispensable. Terminó la parte buena y virtuosa de la reforma de pensiones, un proyecto de ley indispensable en un país con salarios bajos, donde solo la cotización individual no garantiza pensiones decentes para todos. Se logró mediante un acuerdo político entre el gobierno y un sector mayoritario de la oposición de derecha.
- Lo que, como un bono adicional, le mejoró el pelo a la política a ojos de la ciudadanía al demostrar que era posible entenderse en temas ideológicamente complejos con implicancias electorales, que generan divisiones entre moros y cristianos, en la izquierda y la derecha.
- Lo que no es poca cosa en momentos en que la legitimidad y capacidad de los sistemas democráticos para resolver los problemas que aquejan a la ciudadanía están bajo asalto, como muestran los estudios de opinión que reflejan que una mayoría presa de la frustración tiende a admirar regímenes autoritarios, como los de Bukele o Donald Trump.
El gran mérito. Nuestro sistema de pensiones ha sido objeto de críticas desde sus inicios. Cabe recordar que durante la campaña del NO se prometía en todos los discursos, desde Lagos a Aylwin, terminar con las AFP; que nuestro discurso no era tan distinto al que después desarrolló el Frente Amplio. De modo que los cuestionamientos a la legitimidad del sistema comenzaron con la llegada de la democracia.
- Lo que hace muy notable que en el acuerdo las AFP hayan sobrevivido con la complacencia de los sectores más extremos de la izquierda.
- Por eso, diversos gobiernos a través del tiempo fueron estableciendo pilares solidarios, es decir un “colchón” para proteger a los más vulnerables de una pobreza inevitable una vez concluida su vida laboral.
- Lo que necesariamente implica destinar fondos públicos para mejorar pensiones, imponiendo al Estado una carga financiera que en el diseño original del sistema de AFP no tenía.
- También, aceptar que el Estado juegue un rol bastante más relevante en el manejo de un sistema basado en el ahorro individual de los cotizantes, sin alterar el principio de que las platas son de su propiedad, heredables y administradas por instituciones privadas.
- El gran mérito de la reforma es que sube las pensiones de muchos jubilados de inmediato, lo que explica que la mayoría exigiera que se aprobara, aún sin entender mucho sobre sus detalles e implicancias negativas para nuestra economía desde el punto de vista del empleo, el crecimiento y los equilibrios fiscales. Tal y como lo advierte el Consejo Fiscal Autónomo. Solo el tiempo dirá si fue un acierto.
- Aumenta al mismo tiempo en un 60% el monto de la cotización con un aporte empresarial, lo que garantiza pensiones sustancialmente mejores para quienes hoy están trabajando y cotizando.
La política. Ahora viene la parte fea y “miserable” de la política, la de las recriminaciones y acusaciones cruzadas de traición, abandono de principios, la búsqueda de los defectos y carencias del proyecto (que son variadas), las interpretaciones interesadas, por parte de quienes, por diversas razones, estuvieron en contra del acuerdo.
- La izquierda lo lee como un triunfo relativo, porque abrió la puerta hacia un sistema mixto de “seguridad social”, potencia el papel del Estado e incorpora nuevos actores, tanto públicos como privados. Terminaron cerrando filas en torno a la idea de que la reforma será la pieza fundamental del legado del gobierno de Boric, algo que hasta ahora no existía.
- Y la verdad sea dicha, es que no se puede negar que esto es cierto, que el gesto “patriótico” de la derecha que hizo posible la reforma fue una inyección de esteroides para un gobierno que estaba en el suelo y le está costando una verdadera guerra civil con la extrema derecha representada por Kast y Kaiser.
- Mal que le pese a la derecha, cuando se analice el gobierno de Gabriel Boric en retrospectiva, la reforma de pensiones será recordada como su mayor legado, aunque haya sido producto de un acuerdo con un sector de la oposición. La historia política chilena demuestra que los grandes avances legislativos rara vez son obra exclusiva del oficialismo y, sin embargo, siguen marcando la impronta de quienes los impulsaron.
El legado de Boric. Desde el retorno a la democracia, casi ningún presidente ha contado con mayoría parlamentaria suficiente para aprobar sus reformas sin el concurso de la oposición. Ricardo Lagos debió negociar con la derecha las modificaciones constitucionales del 2005; Michelle Bachelet pactó con sectores de la oposición para materializar la gratuidad en la educación superior; Sebastián Piñera debió ceder en diversas áreas para conseguir apoyo a sus iniciativas económicas y de seguridad, incluyendo la Pensión Garantizada Universal.
- En cada caso, los acuerdos transversales no diluyeron el papel central de estos mandatarios en la gestación de los cambios.
- La reforma previsional de Boric responde a la misma lógica. Desde el inicio de su mandato, el Presidente dejó en claro que modificar el sistema de pensiones era una de sus prioridades. Si bien su propuesta inicial no logró los votos suficientes en el Congreso, el gobierno supo maniobrar políticamente para llegar a un acuerdo con un sector de la oposición. Este pacto no desvirtúa el carácter de la reforma ni le resta mérito al Ejecutivo. Más bien, confirma que Boric comprendió la necesidad de la negociación para lograr avances estructurales en un país con un sistema político fragmentado.
- Es cierto que la derecha logró introducir cambios significativos en el proyecto original. Sin embargo, como ha sucedido con muchas otras reformas en la historia chilena, los acuerdos legislativos no eliminan la marca de quien los impulsó, sino que la consolidan.
- El paso del tiempo refuerza esta percepción. Cuando en el futuro se evalúe el gobierno de Boric, la reforma previsional será recordada como un hito central. Como ocurrió con la reforma de salud de Barack Obama en Estados Unidos, la cual también debió ser moderada para conseguir apoyo parlamentario.
- Lo que quedará en el subconsciente de la nación, es que fue bajo la administración de Boric cuando se concretó un cambio largamente postergado. Los matices y las concesiones quedarán en un segundo plano frente a la evidencia de que, después de años de intentos fallidos, fue este gobierno el que logró avanzar en una materia fundamental.
La división de la derecha. La oposición que participó del acuerdo puede intentar atribuirse parte del mérito, y con justa razón. Sin embargo, el legado de una reforma no se define únicamente por quién da su voto en el Congreso, sino por quién lidera el proceso y asume el costo político de impulsarlo.
- En un sistema democrático, los cambios estructurales rara vez ocurren sin acuerdos. Boric, al igual que sus predecesores, pasará a la historia como el Presidente bajo cuyo gobierno se concretó una reforma previsional largamente esperada. Los detalles de la negociación serán, en última instancia, anecdóticos, frente al hecho de que fue él quien lideró el proceso. En política, como en la historia, lo que queda es el resultado, no los matices del camino recorrido.
- Además, el impacto de la reforma tendrá consecuencias en la próxima elección presidencial. La división dentro de la derecha, donde un sector optó por sumarse al acuerdo mientras otro lo denuncia como una traición, profundizará los conflictos internos.
- Será un factor de aglutinamiento de los sectores de extrema derecha que por fin han encontrado una causa plausible y convocante para diferenciarse. Como lo demuestra la negativa de Kaiser a participar en una primaria con Evelyn Matthei, algo que hasta hace poco estaba dispuesto a hacer y que habría sido de enorme beneficio para ella.
- Esta fractura debilita a la oposición, mejorando las perspectivas del oficialismo, no para ganar la presidencial, pero sí lograr obtener una derrota digna que preserve el capital político del Presidente y mejore la performance de la izquierda en las parlamentarias.
El papel del Senado. Finalmente, hay que destacar el papel del Senado en la concreción del acuerdo. No solo fue la instancia donde se fraguó la negociación, sino que también reivindica su rol como espacio de diálogo civilizado y constructivo en momentos de gran polarización.
- Resulta triste pensar que su defenestración como institución fue impulsada por sectores de la izquierda durante el proceso constituyente; una ironía del destino que la misma institución que algunos buscaban suprimir por ser “un bastión de la oligarquía” haya resultado fundamental para concretar uno de los mayores logros del gobierno.
Más columnas aquí.