Octubre 25, 2021

Arturo Fontaine: “Nos han dado a entender que escribir una constitución es dibujar el país que soñamos. Los chilenos despertarán de ese sueño”

Marcelo Soto

Novelista y profesor del Departamento de Filosofía de la U. de Chile y de la Escuela de Artes Liberales de la UAI, Arturo Fontaine reflexiona sobre la violencia del estallido social y las luces y sombras de la Convención Constituyente. “Vincular simbólicamente la nueva constitución con la quema de 255 millones de dólares a mí me parece una grave equivocación”, dice, en referencia a la destrucción del Metro.

-Se cumplen dos años del estallido social, y ha surgido la pregunta sobre el origen del proceso constituyente. ¿Era una demanda anterior a las protestas?

-La percepción de que la constitución actual tenía un vicio de origen que afectaba su legitimidad es muy anterior al 18-O. Su reemplazo fue ampliamente discutido en tiempos de la Presidenta Bachelet. Yo mismo participé en un libro que publicó Catalonia el 2018 con un grupo de intelectuales, donde argumentamos a fondo por qué era imposible proyectar la constitución vigente a futuro. Eso a pesar de sus reformas pasadas y  posibles reformas futuras. Chile necesita una constitución que no sólo sea democrática, sino que sea un símbolo de la democracia. La oportunidad que tiene la Convención es, en ese sentido, extraordinaria. Esperamos mucho de ella.

El 18-O, como todo el mundo sabe, ocurrió un atentado al metro motivado por el alza de 30 pesos de su tarifa. Nadie, que yo sepa, planteó entonces que incendiar las estaciones de metro tenía por objeto elaborar una nueva constitución. Lo que ese día ocurrió es que se quemaron 25 estaciones de metro. Es decir, se quemaron 255 millones de dólares. Ese viernes usaron el metro 2.663.000 pasajeros. El lunes siguiente, sólo 160.000. La reparación tardó algo más de un año.

-¿Fue una rebelión contra la élite sin un petitorio claro?

-La revuelta posterior — sus manifestaciones pacíficas y violentas— plantearon una multitud de demandas y quejas mayormente de tipo socioeconómico. Lo que, desde mi perspectiva, no es tan extraño en una sociedad que se había acostumbrado al crecimiento económico y se encontró con que, en líneas generales, desde el 2014, el ingreso per cápita se había estancado. Pese a lo cual se mantenía un discurso increíblemente autocomplaciente.

Se trató de una revuelta anti élite de un pueblo que se sintió —con razón— defraudado por todas sus élites involucradas en diversos escándalos de abusos, corrupción y colusión. Fue una revuelta contra las dirigencias y sin dirigentes. El sentido de la revuelta era derogatorio; no propositivo. Era un cuestionamiento al statu quo; no un movimiento inspirado en un proyecto determinado.

-Por un lado estaba la masa, que saqueaba y prendía fuego, por el otro una élite paralizada…

-Esa “asonada popular” la ha explicado con brillo Rodrigo Karmy en “El porvenir se hereda.”  En muchos momentos se desataron turbas sumidas en esa impunidad y emocionalidad irracional que Freud describió como psicología de masa, situación en la que se suprimen las represiones que caracterizan a la vida en la sociedad civilizada.  Lo analiza en profundidad García de la Huerta en su último libro, “Lecturas filosóficas del presente”. Recomiendo esos dos libros para pensar el fenómeno, como también el de Iván Poduje.

En buena medida, ha sido una revuelta de inspiración destructiva, tanática. Lo que una cuestionada y amenazada élite política intentó fue resignificar ex post ese proceso tanático y proporcionarle un horizonte constructivo, reposicionándose así como tal élite política. Para hacerlo retomó la idea de una nueva constitución. Eso cuajó el 15 de noviembre del 2019.

¿El vandalismo, los saqueos, la destrucción de barrios y del metro, serán ligados a la nueva constitución como una especie de lastre de origen?

-Vincular simbólicamente la nueva constitución con la quema de 255 millones de dólares a mí me parece una grave equivocación.  Ahora el desafío es otro.  ¿Quién quiere quemar dólares? Su alto precio indica que, más bien, se quiere tener dólares ante la amenaza de que se los queme. O, para ser más preciso, debido al temor de que se siga licuando el valor del peso. En la última encuesta de Pulso Ciudadano un 51.5% estima que “el país avanza en la dirección incorrecta.”

-En ese sentido, ¿qué riesgos ves en la nueva constitución?

-Como te digo, la nueva constitución es una gran oportunidad, una gran esperanza para Chile. Pero pese al actual auge del consumo, al alza del precio del cobre y al sólo 2.5% de pobreza este año —de lejos la más baja de la historia—  la verdad es que el país se está empobreciendo a gran velocidad. Y la violencia de distinta naturaleza rebrota por aquí y por allá. Y a menudo se la legitima por razones instrumentales. La violencia política tiene capacidad de cambiar las cosas — nadie lo duda— pero nadie sabe en qué dirección ni por cuánto tiempo. La Toma de la Bastilla abrió paso a la Revolución Francesa, pero bien pronto se había instaurado la terrible dictadura de Robespierre. Y la revolución devoró a sus propios hijos.

-¿Eres pesimista sobre el futuro socioeconómico del país?

-Cuando la nueva constitución entre en vigencia estaremos sometidos a restricciones socioeconómicas y desafíos de gobernabilidad y orden público que hasta hace poco parecían superados.  No por el mero hecho de ser nueva una institucionalidad se salva del riesgo de caer en esa deriva degradada de la democracia que Polibio llamó “oclocracia”, es decir, “gobierno de las turbas”. Se necesita algo más que novedad para conjurar ese peligro y la institucionalidad se legitime. Se necesita que sus normas sean racionales, coherentes, justas y funcionales, es decir, aptas, es decir, que permitan que las personas se expresen en paz y trabajen y progresen, cada cual respetando el modo de vida de cada cual.

-¿La democracia chilena es hoy más vulnerable?

-La democracia requiere contrapesar y equilibrar tres grandes pasiones sociales decía Tocqueville: la pasión por la libertad, la pasión por la igualdad y la pasión por el bienestar material.  Pensaba que el secreto de la sociedad democrática norteamericana —la única democracia consolidada entonces— era que la pasión por la libertad se conectaba estrechamente con la pasión por el bienestar material.  Foucault mostró cómo la legitimidad de la nueva institucionalidad del estado alemán post Hitler se basó en el desarrollo económico, es decir, en lo que Tocqueville llama pasión por el bienestar material. Es un rasgo propio de las sociedades modernas.

Desde mi punto de vista, la gran  tarea de esta generación es que el tránsito al desarrollo se produzca transitando a una economía verde. El cobre y el hidrógeno verde —ambos indispensables para una economía que combata el cambio climático— hacen que en Chile este sea un desafío grande, pero posible. Eso requiere, por ejemplo, toda una institucionalidad económica que sea confiable, pragmática y de verdad apta para atraer grandes inversiones. La constitución no debe incorporar normas constitucionales que impidan que las leyes futuras cumplan ese papel y atraigan a inversionistas y emprendedores.

-¿En qué errores no pueden caer los constituyentes, según tu visión?

-Necesitamos una constitución que no bloquee de antemano la libertad de los padres y educadores para diseñar, escoger e implementar proyectos educacionales diversos que sustenten una sociedad diversa. En ese sentido, necesitamos una constitución abierta para una sociedad abierta. Es decir, creo que las prohibiciones constitucionales que se establezcan deben permitirnos abrir puertas y ventanas; no llenarnos la sociedad y la vida de candados. Pero se nos ha dado a entender que escribir una constitución es muy simple, es dibujar el país que soñamos… Los chilenos despertarán de ese sueño.

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