Algo es algo: Una pizca de suerte

Por Juan Diego Santa Cruz, cronista gastronómico y fotógrafo

A veces uno nada en suerte y en otras oportunidades la fortuna es más huidiza. Como sea, vale la pena jugársela, ojalá no en el casino, pero sí en la cocina. Quién sabe que nuevos platos saldrán de pura chiripa. Parece que lo único que queda es cocinar y cocinar porque de tanto hacerlo uno se va poniendo suertudo y no hacen falta herraduras ni tréboles de cuatro hojas. Sólo basta una pizca de suerte. Algo es algo.


La buena suerte es caprichosa. A los 14 años me gané un premio en la rifa del colegio y la profesora jefe me hizo pasar al escenario a recibir una estupendas medias rojas ante las risotadas de mis compañeros. Me faltó una pizca de suerte y tal vez tener en el bolsillo una herraduras de caballo, una pata de conejo o un trébol de cuatro hojas que habrían evitado el bochorno.

Porque la suerte es rara pero muy necesaria. Los marines gringos lo saben de sobra. En sus evaluaciones, además de la capacidad física e intelectual de los reclutas, miden la suerte o falta de ella porque el tipo que siente el zumbido de la bala enemiga a centímetros de su oreja es mucho más valioso que el soldado al que el proyectil le pega entre ceja y ceja. Napoleón solo aceptaba generales suertudos a los que el azar no paraba de beneficiarlos.

Al parecer la buena fortuna se da cuando hay una correcta mezcla de preparación, control, oportunidad y confianza. A Napoleón se le acabó la suerte cuando se le desbordó la confianza e invadió Rusia. Hay otras personas a las que se les quema el arroz por falta de control y no falta al que se le pasa la sopaipa por falta de preparación y en la peor de las oportunidades.

El contemporáneo de don Napo, Thomas Jefferson, que redactó la declaración de independencia de Estados Unidos y fue el tercer presidente de ese país, sentenció: “Soy un gran creyente en la suerte, y mientras más trabajo, más suerte tengo”. Toda la razón. El otro día de puro trabajar y también por ver la final de la garrocha se me quedó un pollo abandonado en el horno. Gracias al reloj del aparato, se apagó el grill y el pájaro quedó ahí mismo, reposando como una hora hasta quedar espectacularmente crocante.

Hablando de Jefferson, que era un hombre que apreciaba la suerte y también la buena vida, se construyó una casa en el estilo de Palladio a la que llamó Monticello. El hombre quedó endeudado. Como la suerte es caprichosa el maní saltó lejísimos y el nombre de la bella mansión vino a plasmarse al sur de Santiago en forma de bodrio. Ahí la suerte es siempre del casino y las deudas son para los clientes adictos a la búsqueda de la fortuna.

En la cocina el azar ha creado los más maravillosos platos a punta de chiripa y trabajo. La pasta carbonara, que de ingenio italiano tiene bien poco, se creó gracias a los soldados norteamericanos durante la segunda guerra mundial. Su ración, que incluía tocino y huevos, se mezcló con la pasta local y nació el plato que hoy en día los turistas consideran más romano que el Coliseo.

La suerte también hizo a la Tarta Tatin. Un buen día de otoño de 1880 Stéphanie Tatin, se puso a hacer una tarta de manzana en la cocina de su hotel, pero se olvidó del sartén y dejó que las manzanas se doraran en mantequilla y azúcar durante demasiado tiempo. Al notar el olor a quemado, intentó salvar el plato poniendo masa sobre las manzanas y después metió el sartén al horno. Dio vuelta la tarta y la sirvió a sus clientes que aplaudieron su creación. Hasta ahí la suerte no había terminado su trabajo porque la tarta no se llamaba Tatin. El bautizo del postre se produjo cuando el dueño del restaurante parisino Maxim´s se hizo contratar como jardinero del hotel para poder espiar en la cocina y robar la receta. Al menos el ladrón le dio el crédito que merecía y la tarta ha sido Tatin desde aquel entonces. No es poco.

De la misma suerte que tenía Tatin se benefició el mexicano Nacho Anaya, gerente del hotel Club Victoria en la ciudad fronteriza de Piedras Cohauila, en 1940. Un día llegó un grupo de mujeres gringas que pidieron comer pero la cocina ya estaba cerrada. Anaya, para salir del paso, solo atinó a meter al horno unos triángulos de tortillas de maíz con jalapeño y queso Colby (que era un queso gringo distribuido por el estado). Al grupo de señoras les encantó el especial de Nacho. Con el tiempo Nacho se mudó a Estados Unidos, abrió su propio restaurant y su creación es de lo más conocido de la cocina mexicana. La suertecita.

A veces uno nada en suerte y en otras oportunidades la fortuna es más huidiza. Como sea, vale la pena jugársela, ojalá no en el casino, pero sí en la cocina. Quién sabe que nuevos platos saldrán de pura chiripa. Parece que lo único que queda es cocinar y cocinar porque de tanto hacerlo uno se va poniendo suertudo y no hacen falta herraduras ni tréboles de cuatro hojas. Sólo basta una pizca de suerte. Algo es algo.

Receta para el domingo

Hamburguesa china

  • Para 4 personas

Estas hamburguesas son una adaptación chilensis del original que se sirve en Xian, China, al final de la Ruta de la Seda y que obviamente da buena suerte comerla. Con algo de trabajo y fortuna le quedarán igual de buenas que las originales. El comino y el ají le dan un toque picante a la carne de cordero molida, que se dora sobre una cama de jalapeño y cebolla morada salteada. Ponga las hamburguesas en panes para hamburguesa hechos con papa (que se encuentran con cierta facilidad en el supermercado) y sirva con hartas hojas de cilantro. Si no quiere moler cordero, obviamente se puede reemplazar por vacuno.

Ingredientes para 4 hamburguesas:

  • 1/2 kilo de carne molida, ojalá de cordero

  • 1 cucharada de comino molido

  • ½ cucharadita de peperoncino o de hojuelas de aji rojo

  • 1½ cucharadita de sal

  • 1 cucharada de aceite de maravilla

  • 1 cebolla morada cortada pluma

  • 1 jalapeño, cortado por la mitad, sin semillas y en rodajas muy finas

  • Panes de papa

  • Hojas de cilantro

Combine el cordero, el comino, el peperoncino y la sal en un bol grande. Luego forme cuatro bolas del mismo tamaño.

Caliente bien un sartén grande, ojalá uno de fierro.

Póngale aceite al sartén y saltee las cebollas y los jalapeños hasta que estén ligeramente dorados pero aún crujientes, aproximadamente de 3 a 5 minutos.

En el mismo sartén separe las verduras en cuatro montones. Cubra cada montón con una de las bolas de carne. Utilice una espátula para aplastar las bolas y formar hamburguesas planas. Cocine hasta que la base de cada hamburguesa esté bien dorada, aproximadamente de 3 a 4 minutos. Dé vuelta cada hamburguesa y cocínela por completo, aproximadamente 3 minutos para que quede a punto.

Coloque las hamburguesas sobre los panecillos y cubra cada una con hojas de cilantro y como estamos en Chile y no en China, póngale abundante mayonesa si lo desea. Sirva de inmediato y ¡A gozar!

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