Algo es algo: Transformación

Por Juan Diego Santa Cruz, cronista gastronómico y fotógrafo

Los yaganes hacían bistec a la plancha entre dos piedras calientes, bistec de ballena claro está, y los huevos no les gustaban crudos, así que les hacían un pequeño agujero antes de ponerlos a las brasas y se los comían duros. A los yaganes les gustaban las salchichas pero hechas con tripa de león marino. Las llenaban con sangre y después se la comían a las brasas. Tal vez eran muy felices.


He pensado en la papas toda la semana pasada y también esta porque ¡qué grande es la papa! La suculenta contribución inca a la mesa mundial lo hace a uno entusiasmarse y por segundos creer que los humanos seremos mejores personas si seguimos creando cosas tan buenas como las papas. En el fondo, el amor que les tenemos tiene que ver con la capacidad de los hombres de transformar el mundo y, a pesar que uno sigue odiando a ciertas personas, no hay más alternativa que amar a la humanidad y su creatividad.

Probé papas distintas. Compré overas y estaban buenas y al día siguiente de pura suerte encontré la papa chilena más rica, la de cáscara amarilla, la Yagana: única, grande, nuestra, con raíces profundas en los laboratorios del Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIA). El tubérculo fue creado por encargo en 1971 y se creó a partir de un cruzamiento hecho en Alemania (Federal, obviamente) y nosotros la bautizamos con el nombre de un pueblo originario que jamás probó la papa.

Parece que en la época cuando se creo la yagana sonaba bien el nombre indígena en alguna agencia de publicidad socialista tal vez porque los yaganes no tenían claro el concepto de propiedad privada. Hasta al auto de la UP le pusieron Yagán, que no era más que una Citroneta enclenque armada en Arica tapizada con latones cortados en ángulos rectos que le fue mucho peor que a la papa. Eso sí, a los que les fue incluso peor que al auto de la UP, fue a los yaganes.

Los yámana o yaganes no eran muchos, dicen que en su esplendor fueron unas tres mil personas repartidas por los canales al sur del canal Beagle hasta el cabo de Hornos. Eran nómades recolectores y aguantaban con una sonrisa la vida a la intemperie navegando en sus canoas llamadas anan donde siempre llevaban el fuego, mariscando y cazando en el mar y a veces en tierra. Nunca fueron agricultores.

Los yaganes eran personas bravas que empezaron su decadencia cuando se encontraron con el hombre occidental y sus enfermedades. Antes, a mediados del siglo XVIII, ya habían empezado a sufrir por la presencia de balleneros ingleses y gringos en sus costas que casi diezmaron la población de cetáceos. A los yaganes, que les gustaba la ballena como a uno le gusta la carne con papas fritas, no les resultó muy divertido cuando escasearon los animales para arponear y así comer su carne y su grasa. Su alimentación cambió y comieron más cholgas, erizos, centollas, carne de lobo y de aves marinas con suaves toques de callampas y frutos silvestres.

Los yaganes hacían bistec a la plancha entre dos piedras calientes, bistec de ballena claro está, y los huevos no les gustaban crudos, así que les hacían un pequeño agujero antes de ponerlos a las brasas y se los comían duros. A los yaganes les gustaban las salchichas pero hechas con tripa de león marino. Las llenaban con sangre y después se la comían a las brasas. Tal vez eran muy felices.

En 1830, el capitán Robert FitzRoy transformó todo. Al mando de la primera expedición del HMS Beagle se encontraba fondeado en una caleta yámana. A los pocos días, un yagán de 15 años conocido como Orundelico se acercó con su familia al Beagle y en circunstancias que jamás podremos comprobar, el adolescente fue vendido a cambio de un botón de nácar. El yagán fue bautizado como Jemmy Button. FitzRoy decidió llevarse a Jemmy y otros tres fueguinos hasta Inglaterra para educarlos en el cristianismo y prepararlos para ser intérpretes.

En Londres fueron vestidos como occidentales, se les enseño inglés y fueron educados en el cristianismo. Hasta fueron recibidos por el rey Guillermo IV y la reina Adelaida. En 1831 volvió el Beagle a Magallanes con Jemmy Button abordo. Pero el experimento dio peores resultados que el Yagán de cuatro ruedas.

Button, acostumbrado a aguantar las rachas de viento que azotan a la canoa y al cuerpo, a nadar en las aguas de la caleta Wulaia, a comer erizos y escarbarse los dientes con una de sus espinas y a distinguir los hongos que te matan de los que te alimentan, tal vez nunca pudo comprender por qué lo llevaron hasta la mismísima corte de Inglaterra y tampoco por qué lo devolvieron una vez que le enseñaron todo lo que no le servía. Si sabemos que nunca más quiso saber de los ingleses.

Tal vez Jemmy logró apreciar algo de su transformación, aunque quizá odiaba a los ingleses que lo capturaron y lo llevaron a un lugar tan extraño. Tal vez a Jemmy le dieron papas en Londres y al menos en ese instante, el joven yagán llamado Orundelico, fue tan feliz como comiendo bistec de ballena. Algo es algo.

Receta para el domingo

Manhattan Clam Chowder

  • Para 8 personas

Me atrevo a asegurar que a Jemmy Button le habría gustado esta receta que combina mariscos y papas. Es un plato especialmente bueno en días fríos como los de Magallanes.

Ingredientes:

  • 24 almejas de tamaño mediano, enjuagadas

  • 1 cucharada de mantequilla sin sal

  • 100 g de tocino, cortado en cubitos

  • 1 cebolla grande, cortada en cubitos

  • 2 dientes de ajo, pelados y picados

  • 2 ramas de apio, limpias y cortadas en cubitos

  • 1 pimiento verde mediano, cortado en cubitos

  • 2 zanahorias medianas, peladas y cortadas en cubitos

  • Hojuelas de pimiento rojo, al gusto

  • 3 papas Yaganas grandes o las que tenga a mano, cortadas en cubitos

  • 3 ramitas de tomillo

  • 1 hoja de laurel

  • 2 latas de 350 g. (drenados) de tomates enteros pelados en jugo, triturados o cortados en cubitos

  • Pimienta negra recién molida al gusto

  • ¼ taza de perejil picado.

Ponga las almejas en una olla grande, agregue aproximadamente 4 tazas de agua y luego póngalas a fuego medio-alto. Cubra y cocine hasta que las almejas se hayan abierto, aproximadamente de 10 a 15 minutos. (Las almejas que no se abran después de 15 a 20 minutos deben desecharse). Cuele el caldo de almejas a través de un colador forrado gasa o una servilleta de género y reserve. Retire las almejas de las conchas y resérvelas también.

Enjuague la olla y vuelva a colocarla en el fuego. Agregue la mantequilla y baje el fuego a medio-bajo. Agregue el tocino y cocine, revolviendo ocasionalmente, hasta que la grasa se haya derretido y el tocino haya comenzado a dorarse, aproximadamente de 5 a 7 minutos. Use una espumadera para retirar el tocino y reserve.

Agregue la cebolla, el ajo, el apio, los pimientos verdes y las zanahorias a la grasa y cocine, revolviendo con frecuencia, hasta que las verduras estén tiernas pero no doradas, aproximadamente de 10 a 15 minutos. Agregue las papas y continúe cocinando hasta que hayan comenzado a ablandarse, aproximadamente de 5 a 7 minutos. Agregue 4 tazas de caldo de almejas, reservando el resto para otro uso. Agregue las ramitas de tomillo y la hoja de laurel.

Cubra parcialmente la olla y cocine a fuego lento hasta que las papas estén tiernas, aproximadamente de 10 a 15 minutos. Con el dorso de una cuchara de madera, aplaste algunas papas contra el costado de la olla para liberar el almidón y ayudar a espesar el caldo.

Mientras tanto, corte las almejas en trozos del tamaño de los dados de tocino.

Cuando las papas estén tiernas, agregue los tomates y caliéntelos. Agrega las almejas picadas y el tocino reservado, revolviendo para combinar. Agrega pimienta negra a gusto. Deje que la sopa hierva a fuego lento y retírela del fuego. Saque el tomillo y la hoja de laurel y bótelos.

Deje que la sopa repose un rato. Vuelva a calentarla antes de servirla y luego adorne con perejil picado. Sirva de inmediato y ¡a gozar!

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