Por razones imposibles de recordar, un día estuve junto a mi amigo L.S en un McDonald´s totalmente vacío en las cercanías del aeropuerto de San José de Costa Rica. Abatidos por el ron y los mosquitos, me acerqué al mesón e hice el pedido:
––Tres Big Mac por favor.
El tipo miró moviendo su cogote en búsqueda del tercer humano. Al no encontrarlo, guardó un segundo extra de silencio.
––Dos para mí y una para el flaco.
––¿Papas?
––Sólo dos, gracias ––dije fingiendo moderación.
En ese instante sentí más alivio que funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores. Se venía el pencazo a la vena de sal y grasa que a veces implora el cuerpo.
Es el recuerdo de la bondad de una salida de madre esporádica y no impulsiva, espontánea y fríamente calculada a la vez. Los que disfrutan del chocolate saben bien de lo que hablo. Porque a la hora de buscar alivio para la intranquilidad corporal y espiritual, hay criaturas a las que les tira el azúcar y otras a los que la sal y la grasa nos resultan irresistibles.
Un buen cocinero no sólo logra que se coma bien en su casa sino que sabe cuándo comportarse como un demagogo y un calculador. De tanto en tanto es imprescindible aflojar las riendas y ponerse unas buenas calorías que el pueblo casero implora: nos sintamos arrepentidos o merecedores de un premio, hay veces que tenemos derecho a la satisfacción instantánea.
No hablo de celestinos rebosantes de manjar o bistecs vuelta y vuelta. Tampoco hablo de la noble empanada de pino que se come rápido pero que no es “comida rápida”. Me refiero a productos salidos directamente de la freidora, la plancha y la franquicia: aros de cebolla ultra crocantes, hamburguesas jugosas con tocino y queso derretido dentro de un esponjoso pan de papa, completos, fritangas de pollo y pizzas gringas.
Es difícil trazar una línea roja que separe a la comida rápida del resto. Para mí al menos, la comida rápida es una chanchada con sabores rotundos y simplones que produce placer inmediato y saciedad, a pesar de provocar una leve insatisfacción en el alma que impone olvidar la ingesta lo más rápido posible.
No nos pongamos tensos: la comida que se come rápido ha existido siempre. En tiempos y lugares lejanos como el foro romano, ya era posible comprar pasteles de miel y salchichones para pasar el hambre in situ. Por estos lados, en los dibujos de Claudio Gay se ven los vendedores callejeros de la colonia que abastecían de pan, tajadas de sandías y dulces. Súmele tortillas de rescoldo, pequenes y mote con huesillos: todo para aliviar el hambre en segundos.
Y no nos quedamos ahí. El portal Fernández Concha, frente a la Plaza de Armas de Santiago, ha acogido por más de 100 años a una ininterrumpida historia de pan y salchichas. Así, nuestra comida rápida ha tenido más continuidad que la democracia. Ahí en el Portal, en 1920, se inauguró el Quick Lunch Bahamondes, el primer lugar en Chile donde se pudo comer hot-dogs, en ese entonces solamente acompañados de ketchup y mostaza. Hasta el día de hoy podemos encontrar numerosos puestos que venden unos completos a los que Anthony Bourdain describió entre otras cosas como “vergonzosamente deliciosos”. La definición perfecta de la comida rápida.
A pesar del dominio centenario del completo, hemos tenido el talento de degenerar lo propio. Ni la Marta estuvo alguna vez tan equivocada como el creador del sopaipleto, esa fritanga de ultratumba que combina sopaipillas y salchichas con agregados varios que desprecian al Bahamondes, al hígado y a la autoestima.
En fin. Desgraciadamente no se puede andar cocinando todo el tiempo y a veces sólo queda ponerse un “Italia suave la mayo”. Pero momentito, nunca debemos olvidar que la entrega en plenitud a comer rapidísimo día tras día, es el inicio del camino al delito, la adicción a Tik-Tok y la idiotez.
Debemos estar preparados para cuando la vida nos impone sus condiciones y así lograr salir del paso con platos casi tan rápidos como una sopaipilla cocinada en la vereda: bruschetta de tomates; tallarines al pesto; garbanzos con queso feta, tomates secos y ciboulette; salmorejo cordobés; huevos con arroz, jengibre y ajo; y como no, sandwich de queso caliente (al sartén, por supuesto). Porque no serán preparaciones de franquicia ni de la cocina de las abuelas, pero que son rápidas y ricas no hay duda. Algo es algo.
Para 4 personas. Es aconsejable comprar algunas cosas para que la despensa, por sí sola, pueda salvarnos en un dos por tres. Por ejemplo, los garbanzos que venden en el supermercado que vienen en envase de tetra pak son de excelente calidad. Tenga a mano una buena cantidad ya que no sólo sirven para esta receta sino que también para hacer humus. El queso de esta receta es queso feta, pero también queda muy bien con parmesano que se puede guardar por largo tiempo en un lugar fresco. Si no tiene nada verde a mano, no importa, igual queda bueno este plato.
Ingredientes:
Cuele los garbanzos y caliéntelos en una olla con un poco de agua.
Pique los tomates secos en tiritas.
Corte el queso en dados o desmenúcelo con las manos.
Pique la ciboulette muy fina.
Por mientras se calientan los garbanzos, dore los tomates en un sartén profundo a fuego medio (si quiere puede agregar un poco de aceite del frasco).
Cuando los garbanzos suelten un hervor, cuélelos y agréguelos al sartén y también incorpore el queso y la ciboulette. Revuelva para que el queso se derrita sólo un poco. Agregue sal y pimienta y sirva de inmediato.
Para 4 personas. Los huevos con arroz de esta receta son tan rápidos como los tradicionales. Se demoran lo que se demora en cocerse el arroz graneado. Es una receta ideal para usar las sobras de arroz, pero también puede hacerlo con un par de días de anticipación para que aguante bien la fritanga. Es mejor hacer este plato en un wok pero también funciona bien si se hace en un sartén.
Ingredientes:
Dos días antes haga 1 1/2 a 2 tazas de arroz graneado
Pique los cebollines en rodajas muy finas.
Pique el ajo y el jengibre en cuadritos chicos.
Ponga el cebollín a dorar en un wok con aceite de maravilla. Luego de un minuto agregue el arroz y fríalo revolviendo sin parar.
En paralelo, fría el ajo a fuego lento. Cuando tenga un suave color dorado retírelo con una espumadera y póngalo a secar sobre toallas de papel. En el mismo sartén repita el proceso con el jengibre.
Cuando el arroz esté caliente, agregue el jengibre y el ajo. Póngale un poco de sal y retire el wok del fuego.
Ponga a freír 4 huevos en aceite. Por mientras sirva una porción de arroz para cada plato. Cuando estén listos los huevos póngalos sobre el arroz. A continuación agregue un chorro de aceite de sésamo y un chorro más generoso de soya sobre la preparación. Sirva de inmediato.
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