John Grady, deprimido, subió al escenario para interpretar su personaje por la dos mil cuatrocientos setenta y una vez. El actor, uno de los hombres de cara azul de The Blue Man Group, después de ocho años de presentaciones ya no encontraba nada especial en la repetición idéntica de su personaje. Noche tras noche repetía chistes.
La obra, con tres actores pelados vestidos con ropa negra y la cara pintada de azul, era un juego constante donde no había palabras y solo podían expresarse a través de expresiones faciales y gestos hechos para hacer reír al público. Apoyados por malvaviscos voladores, rollos de confort desenrollados por toda la escena y un constante tamborileo deslumbraban a grandes y chicos. Lo que más gustaba era el agua de colores salpicada por todas partes, tanto que a los espectadores de las primeras filas se les daban capas plásticas para evitar que se empaparan.
El punto alto de la obra era cuando se seleccionaba a un espectador para que subiera al escenario a participar en algunos juegos que involucraban aplaudir para prender y apagar luces, atrapar objetos y abrir decenas de queques parecidos a los chocman para terminar sentados a la mesa comiéndoselos muy formalmente con cuchillo y tenedor.
Como todas las noches, John conectaba visualmente con alguien del público que era la persona “obvia” para actuar junto a él. Los ojos brillantes de una mujer de la primera fila le llamaron la atención y no dudó en hacerla participar. La mujer, su gran sonrisa y su poncho plástico subieron al escenario. Un segundo después el hombre azul le sacó la capa sólo para encontrarse con el horror. A la mujer le faltaba un brazo completo. Era manca y los mancos no aplauden ni comen con cuchillo y tenedor. Pánico escénico. Silencio aterrador.
Sin poder hablar para salir del paso, John le pasó un chocman a la mujer para que lo abriera. Ella lo puso debajo de lo poco que quedaba de su brazo izquierdo y con impresionante destreza lo abrió con la mano derecha y se lo pasó de vuelta al actor. De inmediato le pasó otro y otro más y así volvió la risa y el ama al cuerpo de actores y espectadores.
En la mesa, cuchillo y tenedor en mano, los esperaban los otros dos hombres de azul listos para comer queques junto a la mujer. Nuevamente se sintió la incomodidad en el aire y John rápidamente salió del paso enchufándole a la manca un chocman completo en la boca, lo que ella retribuyó de inmediato. Risas, aplausos del público y fin de la depresión del actor.
Muchas veces la vida mata la improvisación y con ello el goce. Para ser buen cocinero casero es indispensable atreverse a salir de la rigidez de las recetas, así que piénsese como un cocinero manco y atrévase a salir de los márgenes porque le dio la gana o porque le faltó la mitad de los ingredientes. La única forma de hacerlo es probando. Arriésguese y verá. En cuanto a los hombres de azul, se siguen presentando en varias ciudades del mundo, eso sí, ahora las capas que le dan al público son transparentes. Algo es algo.
P.D: Esta semana este cocinero descansa e improvisará con lo que encuentre en la despensa. Que descansen ustedes también.
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“La vieja (o mulata) es una delicia que vale la pena cocinar tantas veces como se pueda en la vida. Porque a veces, para comer bien, no basta la plata sino hay que tener suerte, de la misma que vamos a necesitar para evitar el Armagedón”: @jdsantacruz.
— Ex-Ante (@exantecl) July 12, 2024
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