Algo es algo: La Vega

Por Juan Diego Santa Cruz, cronista gastronómico y fotógrafo
Ex-Ante.

Los hombres y mujeres de la Vega, acostumbrados a dormir poco y a trabajar harto, le ponen el hombro al saco y a la vida sin importar si tienen que enfrentar a un cliente jodido o a un incendio. Siempre se la pueden. Todos los días del año los trabajadores de La Vega están al pie del cajón listos para ofrecer lo más fresco y variado que se puede llevar a la mesa. Algo es algo.


Los santiaguinos de la colonia compraban sus frutas y verduras en la feria de la Plaza de Armas. De a poco, el mercado se fue trasladando hacia el norte hasta que, con la construcción del Puente Cal y Canto en 1782, se conectó a la Chimba con el resto de Santiago y finalmente se pudo cruzar tranquilamente el río hasta llegar al mercado campesino que había junto a su ribera. El puente fue financiado con un impuesto a la yerba mate que permitió la compra de piedras, ladrillos y una mezcla de cal y huevos como elemento aglutinante. Tal como hoy, la autoridad de ese entonces no previó las consecuencias de los nuevos impuestos y los chilenos dejamos de tomar mate por lo caro. Desde aquel entonces preferimos el té.

Ahí mismo en la Chimba, a fines del siglo XIX, empezó la construcción de la Vega Central lugar que conserva hasta el día de hoy, y como no, si los mercados al aire libre existen en occidente al menos desde que el ágora en Grecia fuese el centro político y social. Bajo las mismas columnas donde tomaban las decisiones sus gobernantes, y en torno a las calles aledañas, había un mercado al aire libre donde se podía comprar pescado, fruta, miel y queso.

El mercado es tan humano como el sexo, la mesa, la música, la cocina, el poder y el dinero. Es un lugar donde se puede comprar y vender pero sobretodo es parte indispensable de la vida de los que nos gusta intercambiar una palabra amable con algún extraño. Ahí, entre las calles Dávila, La Paz, Santa María y Recoleta, se puede conversar, a veces a los gritos, reír con un buen chiste y sobretodo quedar de buen humor porque en La Vega no hay espacio para los quejones, extrañísimo fenómeno que la convierte en microclima libre de lateros buenos para el lamento.

Es muy lindo ir a La Vega una mañana de invierno. Si uno entra por Dávila al galpón de Chacareros uno se topa de frente con un buen café de grano que lo dejará listo para empezar el slalom por pasillos llenos de lo mejor que ofrece Santiago. No sólo se pueden comprar frutas y verduras sino que envases, quesos, bidones, jamones, contres de pollo, aceitunas y palanganas metálicas. También hay matas enteras de tomillo por mil pesos, coliflores que apenas entran en el refrigerador de la casa, papayas caribeñas que parecen pelota de rugby, chalotas, colinabos, papas de apio, hinojos fortachones, mancaquis naranjísimos y hierbas que le sirven a haitianos y venezolanos para sus zahumerios cuando se cambian de casa. Hasta en el inicio del invierno hay abundancia y se ven tomates enanos de color verde y sabor profundo, papas topinambur completamente redondas que dan poco trabajo al pelarlas, membrillos peludos y berros jugosos que combinan de maravillas con papas como le cuento en la receta para el domingo.

Desgraciadamente no todo es perfecto ya que el reo de Recoleta ha sido todo lo negligente que se puede ser con el barrio. Los locatarios tuvieron que ponerle un recurso protección para que hiciera su trabajo y mantuviera al menos algo de limpieza en los alrededores. Porque así es como entienden algunos, a punta de querellas.

La Vega es un gran espectáculo que casi nunca se detiene. De alguna forma todos los que venden y compran en la Vega se transforman en personaje. Algunos cumplen roles protagónicos o más coloridos y el resto somos extras o con buena suerte personajes secundarios. Se rumorea que entre los más lindos estaba un locatario ya maduro conocido como el guatón Carlitos. El hombre recibía las visitas de una preciosa gringa que había sucumbido a las habilidades amatorias del hombrón de La Vega. Carlitos, al ser consultado por su amorío siempre decía: “what happens in La Vega, stays in La Vega”.

Hoy el puente peatonal que une el ambos lados del río, frente al Mercado Central y La Vega, está cerrado. Las circunstancias nacionales hicieron que el puente se convirtiera en una trampa en la que no se pasaba sin ser asaltado. Pero es sólo un pequeño escollo para el mercado más importante del centro de Santiago. Los hombres y mujeres de la Vega, acostumbrados a dormir poco y a trabajar harto, le ponen el hombro al saco y a la vida sin importar si tienen que enfrentar a un cliente jodido o a un incendio. Siempre se la pueden. Todos los días del año los trabajadores de La Vega están al pie del cajón listos para ofrecer lo más fresco y variado que se puede llevar a la mesa. Algo es algo.

Receta para el domingo

Sopa de Berros y papa con huevo pochado

  • Para 2 personas

Ingredientes:

  • 250 g. de berros sin palos

  • 1 papa cortada muy delgada con mandolina

  • 1 huevo

  • 50 g. de mantequilla fría en 4 porciones

  • 1 cda. de aceite de oliva

  • 200 cc de agua hirviendo

  • Sal y pimienta

En una olla o sartén profundo dore los berros en aceite de oliva por 30 segundos, agregue las papas y siga dorando 1 minuto más. Póngale sal y pimienta. A continuación agregue el agua caliente y cocine hasta que las papas estén tiernas, unos 2 minutos. Luego agregue la mantequilla y revuelva hasta que se derrita. Lleve a la juguera unos 20 segundos. Corrija la sazón. Reserve.

Haga un huevo pochado y póngalo en el centro de un plato hondo y agregue la sopa alrededor. Sirva de inmediato y ¡a gozar!

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