El oficialismo al borde del colapso nervioso. Por Jorge Schaulsohn

Ex-Ante
Imagen: Agencia Uno.

Sin expectativas de materializar sus reformas estructurales, en los partidos de Apruebo Dignidad está cundiendo el desánimo y la frustración. Se instala la sensación de derrota estratégica y la idea de que el paso por el gobierno solo tendrá un enorme costo político. Este desconcierto es algo nuevo y podría ser el principio del fin de la alianza; se está cuestionando por primera vez la política de los acuerdos que impulsa el presidente Boric y apelando a la confrontación mediante la movilización social.


No me gustaría estar en los zapatos del presidente en estos momentos. Ad portas del inicio del tercer año del “experimento” de un gobierno hegemonizado por la izquierda no renovada, el vaso se ve medio vacío. Nada le resulta, todo le sale mal.

Para el presidente del directorio de TVN Francisco Vidal, la gestión del gobierno está llena de metidas de patas y de autogoles. Propone una revisión general, a propósito de los últimos dos años. Critica la gestión de delegados presidenciales, delegados provinciales, seremis. Según él, no es posible que haya un seremi de Agricultura en la Región de Atacama que se demore cuatro meses en ser reemplazado. Un seremi de Educación en el Maule, cinco meses y un seremi de Energía en La Araucanía, ocho meses. Acusa de interferencia a los partidos.

A raíz de la muerte del expresidente Piñera se desató un frenesí en favor de los acuerdos; se pensó que invocando su memoria los políticos “dejarían de pelearse entre sí” y se ocuparían de los problemas de la gente.

Pero ese simplismo ignora que hay razones muy de fondo que dificultan el entendimiento, que nuestra sociedad está polarizada; y que las causas de esa polarización no son ningún misterio ya que tienen su origen en el carácter refundacional de Apruebo Dignidad.

Para el oficialismo, desde un punto de vista ideológico, estos dos años han sido un fracaso. En vez de crecer ampliando su base social de apoyo está  absolutamente estancado.

Se ha producido un reflujo, un distanciamiento de la ciudadanía, un cambio en la manera de pensar que se expresa en el surgimiento de un centrismo democrático e inclusivo que abarca a un amplio espectro de la población y que se caracteriza por marginalizar a los extremos, de izquierda y derecha. Tal como quedó demostrado con el rechazo a los textos constitucionales propuestos por ellos.

Una situación diametralmente opuesta a la vivida en los tiempos de la Concertación, donde el país avanzó hacia una mirada progresista y social demócrata en la cual no había espacio para una alianza con la izquierda mas radical.

Algo que, en honor a la verdad, ni el Partido Comunista ni el Frente Amplio habrían querido porque existían enormes diferencias políticas entre nosotros que habrían condenado al gobierno de turno a la misma parálisis y al fracaso, como el que observamos ahora.

El problema de fondo de este gobierno es que en su coalición hay partidos anti reformistas y revolucionarios, que no han escatimado palabras para expresar su lejanía con el orden establecido y su distanciamiento con la transición y sus principios.

Por eso los acuerdos han sido tan difíciles de alcanzar y el gobierno tiene muy pocos logros que exhibir al concluir la mitad de su mandato.

Contrariamente a lo que se repite hasta la majadería, la falta de acuerdos no es culpa del sistema político fragmentado por de la proliferación de partidos chicos (algo que igual sería bueno mejorar); porque bastaría con un entendimiento entre los dos grandes bloques representados en el Congreso para aprobar casi cualquier cosa.

La reforma de pensiones es un buen ejemplo. El gobierno habría podido aprobar hace rato una buena reforma que aumente las pensiones actuales y futuras si abandona su idea de crear un sistema de reparto que no tiene apoyo en el Congreso ni en la ciudadanía.

Pero no puede porque para el Frente Amplio y el Partido Comunista es una cuestión ideológicamente intransable.

No podrían mirar a los ojos a sus bases militantes si no logran acabar con las AFP, al menos como las conocemos. Llevan años haciendo una campaña en su contra imputándoles falsamente que se roban la plata y que tienen la “culpa” de las malas pensiones.

Se niegan a aceptar el nuevo escenario creado por la existencia de la PUG, que ya ha mejorado sustancialmente las pensiones para la mayoría de las personas y a buscar nuevas soluciones a partir de esta realidad.

Algo parecido ocurre con la Reforma Tributaria, que ahora se llama “Pacto Fiscal”, donde la piedra de tope está en el alza de impuestos, algo que la oposición considera que afectaría el crecimiento económico. A la derecha nunca le han gustado los impuestos, pero es innegable que la situación económica precaria, con alto desempleo es un factor que hay que tener muy en cuenta. El gasto del fisco en burocracia fue de 1.932 miles de millones de pesos más que lo presupuestado.

En materia de seguridad ciudadana el tercer año no podría comenzar peor. La sensación de total desamparo y exposición a la delincuencia solo ha ido en aumento. Sentimiento que se ha visto exacerbado por el secuestro de un exmilitar venezolano, acusado de conspirar contra Maduro, que fue sacado de su casa en calzoncillos.

Un operativo extraordinariamente bien ejecutado por unos individuos que se hicieron pasar por funcionarios de la PDI usando toda la parafernalia propia de esa institución.

A siete días del secuestro nadie sabe nada. Su familia está desesperada y la esposa de la víctima optó por recurrir a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA para obtener la protección que el Estado chileno no fue capaz de brindarle.

Se instala la idea, la angustia, de observar que para los delincuentes parece no haber límites, nada les es imposible, que nadie está a salvo, que las policías son incapaces de proteger a la población. El gobierno da respuestas burocráticas y mediáticas de dudosa eficacia como el “gabinete de seguridad”.

Sin grandes expectativas de materializar sus reformas estructurales, en los partidos de Apruebo Dignidad está cundiendo el desánimo. Se instala una sensación de derrota estratégica. Intuyen que probablemente su paso por el gobierno tendrá un enorme costo político, que para la izquierda que ellos representan será un retroceso.

Curiosamente, ese mismo estado de ánimo infectó a la Concertación y terminó por destruirla. Se le denominó como la “La Malaise” o la enfermedad. Un sector más radical, encabezado por Carlos Ominami y Francisco Vidal, entre otros, bautizados como los “auto flagelantes”, cuestionaron el carácter conciliador y “continuista” de la  coalición. Lo que con el tiempo desembocó en la Nueva Mayoría, que fue la antesala del gobierno actual.

Los frenteamplistas, como Ominami y Vidal en su día, están llegando a la conclusión de que la política de los acuerdos fue un mal negocio que los desperfiló y solo fortaleció a la derecha.

Un diputado muy cercano al presidente llamó a “dar una batalla cultural” y no a focalizarse solo en sacar adelante los acuerdos políticos con la derecha. Gonzalo Winter no anda tan perdido en su angustia, porque la principal derrota que han sufrido los partidos del Apruebo Dignidad ha sido, precisamente perder la batalla cultural. Estuvieron a punto de “tocar el cielo” en la Convención y se farrearon la oportunidad.

En la misma línea, el jefe de bancada de los diputados del PC, Luis Cuello, se queja de “una menor intensidad de la movilización social” dando a entender que habría que negociar menos y protestar más. Como si eso fuera poco, el presidente del partido intenta culpar a la CIA del secuestro.

Para el presidente del directorio de TVN no es que las reformas sean malas, sino que la gente no las conoce porque la derecha desinforma y distorsiona. Para desbloquearlas propone una estrategia de confrontación. Sacar a la derecha al pizarrón. “Hay que colocar a la derecha contra la ciudadanía en los proyectos”, con “una cadena nacional, con pizarrón, colocar a Schalper contra los ciudadanos”.

De esta “Malaise” no se escapa ni el presidente Boric, quien fue acusado nada menos que de negacionista por haber reconocido en su discurso en la Catedral que a la izquierda se le había pasado la mano con críticas y querellas injustas contra Piñera durante la pandemia y el estallido social.

El desconcierto es algo nuevo que no habíamos visto hasta ahora y podría ser el principio del fin de la alianza de gobierno. Están dudando de sí mismos. La coalición parece estar al borde de un colapso nervioso, cuestionando la premisa fundamental sobre la cual el presidente Boric decidió gobernar; la búsqueda de los acuerdos, por muy esquivos y difíciles que sean.

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