Aunque cueste creerlo, en 1970 Venezuela era el país con el PIB per cápita más alto de la región ($10.000 dólares, PPC), seguido muy de lejos por Argentina ($5.050) y Uruguay ($4.800). Atrás quedaron aquellos años dorados, donde el país caribeño se beneficiaba del descubrimiento y explotación de vastos yacimientos petroleros y gozaba de una envidiable estabilidad política, en una época donde la región era azotada por golpes de Estado y conflictos militares.
Hoy, producto del régimen autoritario y antidemocrático de Hugo Chávez y luego Nicolás Maduro, la economía de Venezuela sufre una decadencia de tal magnitud que no solo contrasta tristemente con su esplendoroso pasado, sino que ya se registra como uno de los colapsos económicos más grandes en la historia moderna. Solo entre 2013 y 2020, su PIB per cápita se contrajo un 75%.
Partamos por la ventaja comparativa de Venezuela: el petróleo. Si a principios de la década Pdvsa –empresa estatal petrolera, nacionalizada en 1976– producía 3 millones de barriles al día y competía codo a codo con gigantes como la saudí Aramco o la británica BP, hoy es una compañía muerta en vida. En 2022, Maduro despidió a 23.000 funcionarios para reemplazarlos por personas afines al régimen, su producción tocó fondo con 300.000 barriles al día en junio de 2020 y la empresa no ha invertido en nuevos proyectos hace años. El total de deudas impagas, que hoy asciende a $25.078 millones de dólares, es la triste postal de un despilfarro histórico.
En dos décadas, el chavismo no solo logró desmantelar la “gallina de los huevos de oro”, sino que también destruyó las finanzas públicas del país. Según el FMI, el déficit fiscal entre 2014 y 2019 promedió un 16,8% del PIB, lo que disparó la deuda pública a un 328% del PIB, la más alta del mundo.
¿Y qué hizo el régimen para seguir financiando los controles de cambio, la nacionalización de sectores clave como las telecomunicaciones y electricidad o la vasta red de corrupción que cruza el sector público y privado? Imprimir más billetes. Así, a falta de estadísticas oficiales nacionales, el mismo FMI estimó que la inflación anual entre 2013 y 2020 promedió la grotesca cifra de 11.069%. Es decir, a los venezolanos se les duplicaron los precios cada 54 días, sumiéndolos en una espiral de pérdida de poder adquisitivo sin precedentes.
Para los todavía escépticos de la importancia del crecimiento en el bienestar de las personas (y vaya que hay varios de ellos en la coalición de gobierno), el caso de Venezuela debería despejar cualquier duda. La tasa de pobreza extrema se multiplicó por 6, llegando a un 68% (Gráfico 1).
El desempleo aumentó de un 7,5% a un 36% y el sueldo mínimo hoy alcanza apenas los 3,6 dólares, lo que cubre apenas un 0,6% del costo de la canasta básica de alimentos. En simple, hoy en Venezuela no hay plata para comer. Entonces, no es de extrañar que un tercio de los niños estén desnutridos de manera crónica y que, mientras en todo el mundo la mortalidad infantil cae, en Venezuela haya aumentado un 40% en la última década.
Por más que Maduro se esfuerce en apuntar con el dedo “al monstruo del capitalismo salvaje”, o a la “guerra económica” que supuestamente le han jurado sus adversarios internacionales, lo cierto es que el único culpable de no poder asegurar mínimos derechos sociales a su pueblo, es él. Según un informe del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el último año el ausentismo escolar ha llegado al 80%; el 75% de los centros de salud carecen de personal médico; se han cerrado una treintena de medios de comunicación y se han consignado 64 casos donde funcionarios del Estado han hostigado y estigmatizado a actores de la sociedad civil.
A la luz de este triste y angustiante panorama, podemos entender y dimensionar de mejor manera el masivo éxodo de 7,7 millones de venezolanos. Esta es la ola migratoria más grande en toda la historia de América Latina, similar a la de Ucrania (8 millones) y mayor a la de Siria (6,8 millones). Todo por un régimen autoritario que no respeta las instituciones democráticas más básicas (qué mejor ejemplo que la votación del domingo) y que en su afán de perpetuarse en el poder, ha destruido en un plazo de dos décadas, lo que en su minuto era la economía más prospera de América Latina. Demasiado castigo para el pueblo venezolano.
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