Si algo hemos aprendido de los mercados es que no toleran la ambigüedad. Un diseño político mal estructurado puede desatar resultados inesperados, y en el caso de Chile, el reciente programa de repatriación de capitales se ha convertido en un ejemplo clásico de cómo las buenas intenciones pueden naufragar en el mar de la mala técnica legislativa. Como si fuera una tragicomedia económica, esta política parece haber sido diseñada para fallar desde el principio.
Chile enfrenta un dilema clásico: cómo equilibrar un gasto gubernamental en expansión con un ingreso fiscal que no termina de consolidarse. Según el Informe de Finanzas Públicas de la DIPRES, el Gobierno Central ha proyectado un gasto de más de $82.5 billones para 2025, un crecimiento real del 2,71% respecto a 2024. Los ejes principales —seguridad social, inversión, educación, cultura— están cuidadosamente empaquetados bajo el marco de responsabilidad fiscal. La narrativa oficial busca tranquilizar: “podemos crecer y consolidar al mismo tiempo”. Pero la realidad es menos halagüeña.
El problema subyacente no es solo el aumento del gasto, sino el entorno en el que ocurre. El contexto macroeconómico global es incierto, y las economías emergentes como la chilena no son inmunes a las fluctuaciones de capital. Aquí entra en escena la reforma tributaria del gobierno, diseñada para aumentar los ingresos públicos. El caso es que, en lugar de estabilizar, ha introducido un nivel de incertidumbre que solo agrava el problema. Aquí es donde se desmorona la lógica gubernamental.
Al diseñar una política de repatriación de capitales paralelamente a una reforma tributaria que incrementa la carga sobre los contribuyentes, el mensaje que se envía al mercado es contradictorio. Como resultado, los capitales, en lugar de regresar, optan por buscar refugio en jurisdicciones más predecibles. ¿Cómo se puede convencer a los capitales globales de regresar a Chile mientras se despliega un mensaje de endurecimiento fiscal?
El programa de repatriación de capitales, que concluyó en diciembre pasado, logró atraer capitales por valor de 766 millones de dólares. En contraste, según datos del Banco Central de Chile, durante el primer semestre de 2024 las salidas de capitales del país alcanzaron los 3.157 millones de dólares. Este desequilibrio pone en evidencia no solo la falta de coordinación y efectividad de la política, sino también el preocupante nivel de incertidumbre y desconfianza que desincentiva la inversión en el país.
Parece ser que el gobierno sobreestimó la disposición de los contribuyentes para regularizar sus activos en un entorno de incertidumbre económica y fiscal. La repatriación de capitales no ocurrió en un vacío: fue acompañada por un contexto de fuga sostenida de capitales, según datos del Banco Central. Este último fenómeno ha sido una constante en los últimos años y la tendencia no muestra signos de revertirse.
Este programa de repatriación es un microcosmos de un problema mayor: políticas diseñadas sin un diagnóstico adecuado del contexto. Chile no es el único país que ha intentado programas de repatriación de capitales, pero lo que destaca en este caso es la falta de alineación entre la política fiscal y el entorno económico.
Mientras el gobierno busca incrementar el gasto en áreas clave, la falta de ingresos adicionales reales lo deja atrapado en un dilema fiscal. Y cuando las políticas fiscales parecen improvisadas o contradictorias, los mercados responden con cautela o, en este caso, con salidas.
Entonces, ¿qué podemos aprender de este episodio? Primero, que las políticas fiscales requieren una narrativa coherente. No se puede prometer responsabilidad fiscal y al mismo tiempo diseñar programas que introducen nuevas incertidumbres.
Segundo, que los incentivos mal diseñados no generan los resultados esperados. En lugar de ofrecer un marco atractivo para los capitales, este programa subrayó los riesgos de invertir en un entorno percibido como inestable.
Finalmente, que la política fiscal no opera en un vacío. Necesita un contexto macroeconómico favorable y, sobre todo, confianza en las instituciones. Si esa confianza no existe, ninguna política, por bien intencionada que sea, puede revertir la tendencia.
Chile necesita una reflexión profunda sobre cómo diseñar políticas fiscales más efectivas. Esto no implica necesariamente gastar menos, sino gastar mejor. Y, sobre todo, implica entender que en un mundo globalizado la competencia por capitales es feroz. No basta con legislar; hay que crear un entorno donde los mercados perciban estabilidad y oportunidad.
La paradoja chilena de la repatriación de capitales es un recordatorio de que, en economía, las buenas intenciones rara vez son suficientes.
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