La política chilena, atrapada en un cortoplacismo que resulta alarmante, ha renunciado al buen gusto que teníamos por debates y políticas públicas de largo plazo. Las prioridades se terminan definiendo según la pulsión semanal que nos otorgan encuestas o la diaria que observamos en las redes sociales. Ahí se está haciendo política.
Parafraseando a Byung-Chul Han, vivimos en una sociedad del cansancio, donde la hiperactividad y la obsesión por la novedad y la rapidez nos impiden profundizar en nada. La política chilena no es ajena a este fenómeno: corre tras la urgencia del momento, siempre ocupada, pero incapaz de resolver nada de manera estructural.
Hace unos años, se protagonizaron las manifestaciones de mayor concurrencia en nuestra vida democrática. Las demandas, aunque disgregadas en cientos de carteles, no tenían relación alguna con lo que entendemos hoy las personas demandan de forma prioritaria. Estas se encontraban plagadas de temas relacionados con la seguridad social, pero a cinco años de esos hechos ¿qué ocurrió con ese anhelo de mejoras?
Fueron desapareciendo poco a poco del radar de nuestra elite, ahora el grito es ensordecedor en seguridad y orden público. La normalidad nos diría que este cambio en los tópicos que preocupan a las personas, está ligado a que los anteriores fueron resueltos o al menos hubo respuesta de sus tomadores de decisiones públicos, pero acá nada de eso ocurrió.
Fue el Poder Judicial, quien decidió en una suerte de colegislador de facto, pedirle a los otros Poderes el Estados que ordenen en algo al sistema de salud. Ahora estamos viendo cómo estas dinámicas, sumadas al legislar contra reloj, llevaron a que las personas estuvieran ahora más insatisfechas que antes.
El discurso dominante ahora habla de policías más presentes, de penas más duras, de combate al crimen organizado. Es una preocupación legítima, sin duda. Sin embargo, ¿qué garantiza que mañana no volvamos a relegarla por otro tema que capture nuestra atención, dejando nuevamente todo sin resolver? Acumularíamos aún más insatisfacción, pero dejaría quieta a nuestra elite porque se responsabilizarían los unos a los otros, dando explicaciones cada vez más inverosímiles del por qué continúan esas problemáticas latentes.
Es clara la falta de visión de largo plazo, pero se suma a personas atrapadas en un círculo vicioso de frustración y desesperanza. Cada vez que un problema se ignora o se aborda superficialmente, el malestar crece, esta vez no se traduce en marchas o violencia en las calles.
La cuestión puede ser peor, que sea expresado en las urnas, por medio de liderazgos irresponsables con soluciones sencillas a problemas complejos, ya que nos sentiremos atraídos por pulsiones radicales y simplistas.
La tendencia global está a la vista, no hay que retroceder mucho en la historia, ni experiencias rebuscadas, los populismos radicales ganan espacios explotando el miedo y la insatisfacción.
Nosotros no seremos inmunes a estas dinámicas, aunque siempre intentamos mostrarnos excepcionales. Las narrativas y posturas de los partidos convencionales han comenzado a coquetear con estas malas prácticas. Se decidió optar por seguir los temas que impone la agenda y con ideas que parecen sencillas. Los temas que encabezan la lista de los más importantes, absorben todo y poco queda para el resto.
Tal vez piensan que de esta manera lograrán mantener la escasa popularidad que tienen.
Diseñar políticas públicas de largo plazo requiere paciencia, análisis riguroso y, sobre todo, valentía para nadar contra la corriente. Pero nuestros liderazgos actuales parecen incapaces de hacerlo. No pretendo que volvamos a los meta relatos que marcaron la política en décadas pasadas, esa fase debe ser parte del análisis histórico.
Debemos adecuarnos a los nuevos fenómenos, pero con cierta cautela para no caer en vicios propios de la inmediatez. Un problema tan profundo no se resolverá con un cambio de gobierno ni con ajustes menores, lo planteado acá es más profundo, sistémico y transversal, que trascienden un actor político en particular.
Es claro que no estamos preparados para los desafíos que nos presenta la realidad global, siendo igualmente preocupante que cómo abordamos los temas prioritarios. La calidad del sistema político nacional sigue deteriorándose, pero es poco atractivo hablar de eso, es incómodo para muchos cuando puede cuestionarse si seguiré en mi escaño o si mi partido político no logra sobrevivir a nuevas barreras.
Nos expresa la pequeñez con que vamos tratando los temas que son tan importantes como los otros.
Si no queremos seguir siendo el país de los parches, debemos, entre otras cosas, dejar de mirarnos el ombligo y entender que además de existir un futuro lejano, existen otros países y realidades con las cuales convivimos. No todo comienza en Chile y termina acá. Intentemos dejar a un lado el chovinismo y la inmediatez, pausemos un poco el tiempo, que no por ir más rápido llegaremos antes.
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